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Chascones, diputados y cooptación política: de la Asociación de Trabajadores del Rock a Tom Araya

Por: Cristofer Rodríguez Quiroz | Publicado: 11.10.2019
Chascones, diputados y cooptación política: de la Asociación de Trabajadores del Rock a Tom Araya camila flores tom araya |
¿Qué tiene en común la asesoría de Jorge Schaulsohn a la Asociación de Trabajadores del Rock en 1992 y el homenaje de Camila Flores a Tom Araya en 2019? Pese a sus diferencias, en ambos casos se reconoce un modus operandis en donde diputados miran a jóvenes chascones, punkies, metaleros o raperos como objeto político y como medio propagandisco. Una tendencia repetitiva desde el retorno a la democracia y que, más allá de la foto para los medios, no ha tenido su expresión legislativa a favor de los músicos, ni mucho menos en políticas de desarrollo social, físico, educativo y afectivo de los jóvenes populares.

La diputada Camila Flores ya había hecho pública su fascinación por el metal en 2014, con su asistencia al Metal Fest y, en 2018, a la última visita al país de Ozzy Osbourne en el Movistar Arena. Sin embargo, su presencia en el Congreso junto a Tom Araya, el chileno vocalista de Slayer, sorprendió a un medio que fijó su mirada en los aspectos políticos del músico más que en las intenciones de la parlamentaria. Un gesto político estratégico que encuentra antecedentes en los inicios de la transición a la democracia y del que no deberíamos sorprendernos.

Schaulsohn y la ATR

El 10 de enero de 1992, en una antigua casona de Santiago Centro, se constituye la Asociación de Trabajadores del Rock (ATR), una agrupación gremial que reunió a diversos actores vinculados a la música rock en actividad a comienzos de la administración Aylwin. Declarativamente inclusivos y diversos, en la ATR militaron músicos (que iban desde el metal, al pop y la vanguardia), comunicadores y gestores culturales, algunos de los cuales eran noveles debutantes y otros con vasta experiencia en el underground dictatorial. Entre los asistentes a aquella reunión estuvieron los dirigentes (como Claudio Narea, Andrés Godoy, entre otros) y un invitado particular: el diputado Jorge Schaulsohn. ¿Qué hacía ahí el parlamentario PPD?

En la historia oficial, Schaulsohn sirvió de apoyo logístico en las primeras reuniones, asumió como aval político para las propuestas que luego levantaría la Asociación y, en lo inmediato, dio visibilidad mediática al grupo. En años en que el rock chileno vivía duras condiciones para su desarrollo (falta de espacios e infraestructura para tocar, escasa rotación radial y mínima inversión de sellos multinacionales), los músicos como sujetos sociales pasaban penurias laborales, salariales y de seguridad social invisibles para el Chile post Pinochet. Ese 10 de enero, Schaulsohn llevó las cámaras y los hizo visibles por un momento.

La noticia fue publicada en diversos medios como La Época, La Tercera y El Mercurio, en donde quedaba claro que la estrella principal de la noticia era el diputado en lugar de los miembros de la ATR. Con el tiempo, la Asociación se disolvió, pero dejó una serie de obras que van desde festivales, edición de discos y su proyecto más emblemático, duradero y exitoso: las Escuelas de Rock, de incuestionable aporte a la cultura musical chilena. Schaulsohn no estuvo en la gestión e implementación de estos proyectos, pero estuvo cuando las cámaras se encendieron otra vez para el lanzamiento del primer compilado de la ATR, “Con el Corazón Aquí”, en marzo de 1993.

En perspectiva, músicos y miembros de la ATR como Fabio Salas o Max Morton han reconocido que, si bien existió la esperanza de que la Concertación incluyera a los jóvenes y los rockeros como parte del proceso de reconstrucción nacional post dictadura (fundado en premisas teóricas y políticas levantadas por la ONU y redactadas por importantes académicos como Alain Touraine y en Chile por, en aquel entonces, el joven sociólogo Pepe Auth), en la práctica no fue nada más que un intento de cooptación política, propaganda electoral y limpieza de imagen pública. Proyectos de ley, no hubo.

 Araya, Flores y la derecha

27 años después, la emblemática banda de thrash metal Slayer realizó su última gira mundial tras anunciar su retiro de los escenarios, que incluyó un paso por Chile con una doble fecha: el domingo 6 de octubre como cabeza de cartel del festival Santiago Gets Louder, y el martes 8 de octubre en el Sporting Club de Viña del Mar. Pero la actividad del vocalista del grupo, Tom Araya ­–nacido en la ciudad jardín en 1961­–, fue más ajustada que la del resto de sus compañeros. Nombrado embajador de Oro y Cielo por el presidente del club deportivo Everton (equipo del que es hincha gracias a su padre), fue también homenajeado en el Congreso por iniciativa de la diputada RN Camila Flores. Para la ocasión, la parlamentaria vistió una camiseta de Slayer y esgrimió una sorprendente arenga en el republicano espacio: ¡Viva el metal!

El homenaje a Araya se centraba, principalmente, en su desarrollo artístico y como embajador musical chileno que ha aportado a la cultura global siendo líder de una de las bandas de metal más influyentes de la historia. Pero, ¿qué motivó a Flores a celebrar la figura de Araya? Los vínculos entre ambos son inexistentes, sin embargo, pueden tejerse puentes ideológicos similares entre el bajista y la polémica diputada (incluso, cuestionada por miembros de su propio partido, desde donde se han levantado opiniones disidentes que piden su renuncia en base a diferencias políticas y valóricas). Tom Araya, simpatizante de algunas políticas del Presidente de EE.UU. Donald Trump, ha expresado ideas que bordean el supremacismo y el derecho constitucional del porte de armas y la autodefensa en un país de frágil equilibrio entre la seguridad interna y la violencia, desigualdad y discriminación racial. Camila Flores, cercana a la figura de José Antonio Kast y el pinochetismo, ha constituido un pequeño bloque político de extrema derecha en el Congreso, junto a otros como Ignacio Urrutia y Enrique Van Rysselberghe, defendiendo ideas similares y otras políticas ultra nacionalistas y que atentan contra los derechos humanos.

En una de las fotos de la ceremonia, Tom y su esposa Sandra posan junto a la diputada y su marido, el Consejero Regional Percy Marín, político de la Quinta Región cuestionado por el cobro irregular de viáticos y adulteración de domicilio (dicho en palabras simples: fraude al fisco), además de faltas a la probidad al no abstenerse en la votación sobre el destino de fondos públicos que irían en beneficio de la personalidad jurídica de su hermana Cynthia Marín. Como presidente del CORE en aquel entonces, el esposo de Flores habría apoyado la obtención de $36.997.980 para proyectos de su hermana, hoy condenada y recluida en la cárcel de Los Andes por reiterado fraude al Fisco. La alianza de Camila Flores con una figura emblemática del rock y el metal en Chile responde, otra vez, a cooptación política, propaganda electoral y, sobre todo, limpieza de imagen pública. Iniciativas culturales de parte de la parlamentaria hasta la fecha: ninguna.

Nada nuevo bajo el sol

¿Qué tienen en común los casos de Jorge Schaulsohn con la ATR en 1992, y Camila Flores con su homenaje a Tom Araya en 2019? Pese a hablar de contextos muy distintos y miradas políticas de la realidad divergentes en algunos preceptos, en ambos casos se reconoce un modus operandis en apariencia novedoso, pero más común de lo que creemos: diputados mirando a jóvenes chascones, punkies, metaleros o raperos como objeto político y como medio propagandisco es una tendencia repetitiva desde el retorno a la democracia y que, más allá de la foto para los medios, no ha tenido su expresión en la legislación a favor del desarrollo de los músicos ni mucho menos en políticas orientadas al desarrollo social, físico, educativo y afectivo de los jóvenes populares. Si la historia de Chile nos ha mostrado una verdad cruda de los últimos 30 años, es la marginación y criminalización de la juventud popular, desde muy temprano con la fundación de Paz Ciudadana por Agustín Edwards en 1992, orientada a su persecución y estigmatización, la cooptación de las barras bravas como carne de cañón político, la drogadicción, el alcoholismo y la cesantía, la incomprensión de sus sensibilidades, ansiedades y expresiones políticas, la violación de derechos humanos al interior del Sename y proyectos de ley que intentan disminuir la edad de la penalización y reinstaurar la detención por sospecha, que además dialogan con una política nacional de juventud frágil e insuficiente en tres décadas de democracia.

Un caso anecdótico entre los dos episodios relatados ocurrió el 2 de julio de 2009, cuando un grupo de diputados solicitan a la entonces presidenta Bachelet autorizar de manera extraordinaria la apertura del Estadio Nacional como recinto para que AC/DC realizara su frustrado regreso a Chile. El proyecto fue firmado por diputados cercanos a la centro-izquierda (todavía organizada en la Concertación) y de los que continuaron en ejercicio en el siguiente periodo parlamentario (Fidel Espinoza, Pedro Araya, José Miguel Ortiz, Adriana Muñoz, Gabriel Silber y Jaime Quintana), ninguno encabezó ni fue parte activa de discusiones determinantes para la cultura musical y/o rockera-juvenil chilena, como el proyecto de Ley 20.810, conocida como la ley de cuota del 20% de música chilena el año 2015 o el establecimiento del día del rock chileno en julio de 2018.

Nada nuevo bajo el sol. Más allá del Congreso, Presidencia también ha incurrido en esta práctica, vinculándose con rockeros como forma de propaganda y, de cierta manera, mostrar una imagen moderna y cercana a la juventud, como en 1998 cuando el gobierno de Eduardo Frei Montalva invitó a la banda de hip-hop Tiro de Gracia a una ceremonia celebratoria de la derogación de la Ley de Detención por Sospecha, mientras titubeaba en la resolución de levantar una política de educación sexual con la juventud (probablemente, Tiro de Gracia con dos canciones –‘Viaje sin rumbo’ y ‘Eso de ser papá’– hizo más educación sexual que todo el gobierno de Frei). Recientemente, la intendenta Karla Rubilar mostró orgullosa el acuerdo estratégico que aseguraría la realización del festival Rock In Rio en Santiago el año 2021. Curioso caso este último, considerando la distancia que el rock como género ha tomado con las juventudes populares chilenas en el último lustro. Estrategias de comunicación que no difieren mucho de cuando candidatos presidenciales oscilan en su fanatismo por uno u otro equipo de futbol en su afán de conseguir votos, cooptar base social y limpiar su imagen, prometiendo compromisos con un sector de la población para la cual han mostrado más desprecio que entendimiento y responsabilidad política.

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