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VOCES| Un terremoto en las estructuras del sistema

Por: Pía Gonzalez Suau, escritora | Publicado: 18.07.2020
Lo sucedido el miércoles 15 de julio es un sismo de 10 grados, pero no sacudió nuestros muros. Estremeció las fortificaciones, invisibles hasta ahora, que han construido por siglos quienes nos dicen cómo ha de vivirse nuestra vida, los dueños de nuestras decisiones.

Hay momentos en la vida de las personas que son grandes sacudidas, cambios que nos hacen revisar nuestros pasos y, la mayoría de las veces, cambiar rumbos. Nos preguntamos si han valido la pena las decisiones hasta ahora tomadas, si estamos bien y en paz con nuestra vida. Casi siempre son conmociones dolorosas las que nos calan más hondo, nos hacen abrir los ojos o madurar de golpe y asumir responsabilidades nuevas, y a veces terminamos en un lugar que nunca imaginamos estar. Es cuando aprendemos por fuerza, crecemos sin conmiseración y sin tregua. Salimos distintos o morimos. Y si aceptamos el cambio, es posible que surjamos fortalecidos, entendiendo un poco más la vida que tenemos.

No creo sea diferente o muy distinto en el convivir de una comunidad. Necesita madurar, entenderse, valorizarse y, sobre todo, que sus integrantes se sientan capaces de manejar sus vidas. También implica momentos de conmociones, de terremotos que echan abajo estructuras que parecían eternas. Entonces aflora la comunidad, nos volvemos visibles y descubrimos que el otro sufre lo mismo; nos necesitamos porque pasarla mal solo es mucho más difícil. No es extraño que frente al hambre aparezcan las ollas comunes, que en la enfermedad y la vejez la vecina o el vecino están atentos a ayudar al que menos recursos tiene. Cuando la tierra tiembla, nos apretamos todos, porque compartimos ese saber ancestral y común al que estamos acostumbrados. Nadie tiene la culpa, es la naturaleza imparable en su fuerza y sus ciclos.

Lo sucedido el miércoles 15 de julio es un sismo de 10 grados, pero no sacudió nuestros muros. Estremeció las fortificaciones, invisibles hasta ahora, que han construido por siglos quienes nos dicen cómo ha de vivirse nuestra vida, los dueños de nuestras decisiones.

Un subdirector de una AFP, que recibe un salario millonario, es quien nos define y dictamina nuestra pobreza. En sus manos está el futuro de la enfermedad que padece nuestra madre, la educación que no tendrá nuestra hija, el frío o el calor que pasaremos, la comida que podremos comprar, la casa en que viviremos, el barrio, hasta las horas de espera por esa micro que demora en pasar, y también si padeceremos una pandemia con todos los recursos a nuestra disposición o con lo que hay nomás disponible.

Este y otros señores han tomado el timón de nuestras vidas, por la razón y la fuerza. Sobre todo por esta última. No nos preguntaron antes y ahora sacan pergaminos con razones torcidas y amarillentas de viejas, para convencernos que nuestra pobreza solo ellos saben administrarla. Sus argumentos nos hablan de un futuro aterrador y miserable, como si ya no lo fuese para miles de pensionadas y jubiladas. Nos advierten que seremos viejas y viejos pobres, escasos de comida, con frío y con una vivienda incierta. Como si ya no fuese así. Finalmente, se atreven a usar la palabra dignidad para definir una vejez horrible. Como si no la hubiéramos escrito en muros, cartas, pancartas, canciones para explicarles por las buenas y las malas que ya conocemos la indignidad.

Aparecen las cifras y son difíciles de creer. Después de esta supuesta apocalipsis, la futura pensionada solo ganaría alrededor de $10.000 menos, en una proyectada jubilación futura, pero con el pilar Solidario esa cantidad se nivelaría al igual que sucede ahora. Sin embargo hoy ella está afixiada y podría hacer un alto en el camino, al recibir esta ayuda. Terminar, por ejemplo, con las llamadas de acoso del banco que le dicen que es una ladrona porque no está al día en esa deuda ¡Cómo es posible que no se le caiga la cara de vergüenza y no pague la cuota! Esa que con tanta generosidad le prestó el mismo banco. Pobre de usted, que no tiene idea que es la misma plata, la que salió cada mes de su trabajo y el señor de la AFP, quien está detrás del banco, se la «presta» el ratito suficiente para poder cobrársela aumentada. Así, esta economía brillante más se parece a un juego de póker donde gana el que blufea mejor.

Vaya que es un terremoto, si tantos y tantas gritamos… No más.

Cambiamos las reglas del juego, reagrupamos las sillas y ordenamos las cartas. Queremos se juegue limpio, que no sigan manejando de manera tan descarada nuestras vidas.

Podemos entender que para usted señor subdirector y para otros tantos que se han sentado a la mejor mesa del casino, claro que esto podrá ser un cambio grande. Pero también es una oportunidad, como dije al principio, de abrir los ojos, de vernos, de mover las fichas a favor de todos, de dejar de convencernos que son buenas personas y pasar a ser realmente personas de bien. Tener menos lujos y más humanidad. No solo tragarse lo que está pasando sino aceptarlo. Poder mirar a sus nietos con la cara limpia y la conciencia liviana. Imitar buenos ejemplos, como ese grupo de millonarios que pidió pagar más impuestos porque esa era la manera que ellos tenían de ayudar a otros. Unos trabajan el campo, otros piensan las leyes, nosotros tenemos dinero, dijeron, eso es lo que podemos ofrecer ¿Se los imaginan pensando así? Y no se trata de limosna ni caridad, sino de ganar menos y distribuir más, porque entienden que lo acumulado es gracias a sus talentos y a sus trabajadorxs.

Y si así no pasa, se lo pierden ustedes, porque nosotrxs igual vamos a disfrutar, a cantar felices, a aplaudir y celebrar el primer terremoto en nuestra historia que no destruye nuestras casas ni lastima nuestros cuerpos. Por primera vez no tenemos que huir ni asustarnos.

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