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VOCES| 10% y los papito corazón

Por: Pía González Suau, escritora | Publicado: 30.07.2020
No es una cuestión de clases sociales, es un tema transversal y se llama ser cara de raja. Porque si el padre está cesante queda exento de manera automática de sus compromisos paternos, puede colgar los hijos en un closet y cerrar con llave. Pero si es ella quien está cesante, sucede la magia. Inventará lo que sea  para traer comida.

Existe un centro de detención, llamado Papito Corazón, donde van a parar aquellos papás que no pagan la pensión alimenticia de sus hijos. Después de un largo proceso, si se consigue que la demanda avance, el señor es citado, notificado, y si no se hace presente puede llegar Investigaciones a tomarlo preso, generalmente al trabajo o a la dirección donde logren encontrarlo. 

Antes, la ex debía perseguirlo hasta lograr dar con su paradero. Todo esto, por supuesto, en total clandestinidad: el hombre se escondía, cambiaba de domicilio o daba uno falso, mientras ella lo seguía por la ciudad y si la sangre había llegado al río (como generalmente sucedía) le rayaba el auto con pasta de dientes, con todos los epítetos posibles, le tiraba caca en la puerta de donde estuviese alojando, le gritaba en plena calle que era un infeliz, mientras él se escabullía o se reía en su cara. 

Hablamos de una época sin internet, sin Facebook, cuando los medios de funa eran actos presenciales y nunca masivos. La justicia andaba lenta o no llegaba y si no tenías medios para un abogado, definitivamente solo quedaban las escenas públicas. A esas alturas esa mujer era calificada de bruja histérica, una acosadora que no dejaba en paz a ese pobre hombre y que actuaba movida por celos y pasiones incontrolables, propias de su sexo. Nadie se acordaba de los hijxs, que llevaban asustados el recuento de peleas interminables e insultos dolorosos. 

Después se instaló la modalidad de sacar automáticamente del sueldo lo correspondiente a la pensión. Buena idea en el caso de los contratados, pero los independientes podían declararse en total miseria, mostrando boletas de honorarios ínfimas, declarando rentas mínimas y escondiendo los bienes a nombres de otrxs. Aparecían llorando pobreza aunque tenían un auto del año esperándolos afuera del tribunal.

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Otros tiempos, el mismo problema. Porque es de no creer que con el cambio de mentalidades, la incorporación del hombre al hogar de manera activa y por consiguiente su paternidad asumida, todavía permanece ese ambiente jocoso y condescendiente hacia el tema. Aún pareciera que ser padres es un problema de la mujer. Ella, por haber parido, lleva la delantera, como si ya no hubiese hecho la parte dura y dolorosa. Ella en esta sociedad patriarcal tiene una conexión tan intensa con su hijx, que todo lo demás le vendrá por añadidura. 

No es una cuestión de clases sociales, es un tema transversal y se llama ser cara de raja. Porque si el padre está cesante queda exento de manera automática de sus compromisos paternos, puede colgar los hijos en un closet y cerrar con llave. De forma instantánea el hijo o hija deja de comer, de vestirse, de tener frío, de educarse, deja de existir. Pero si es ella quien está cesante, sucede la magia. Inventará lo que sea  para traer comida. Se quedará hasta tarde cosiendo, preparando colaciones para vender, tejiendo y sin ningún pudor ni timidez extenderá un género a la salida de un hospital, en la vereda, donde pase gente para gritar a voz en cuello sus productos. Arrancará de los pacos, le requisarán lo que sea que vende y al otro día estará en otra calle de nuevo, una y otra vez, porque mientras recibe las monedas va calculando los panes que podrá comprar, algo de fruta, y si un día le fue bien entonces unos zapatos para el más chico o asegurará la comida de la semana o pagará esa cuenta que amenaza corte.

Y si se trata de un padre avaro con dinero, que también siente que el problema es de ella, esconderá lo que tiene para pasarle lo justo y necesario, con toda la alharaca posible frente a los hijxs, haciendo hincapié en lo molesta que es la madre con esa obsesión por el dinero. No niego que existen mujeres que se aprovechan de la situación y estrujan al exmarido utilizando el dinero como una excusa para descargar su rabia contra él. Furia de una relación fallida y que nada tiene que ver con los hijxs. El descriterio de usarlos como monedas de cambio es igual de grave entre hombres y mujeres que no miden el dolor que causan en sus propios hijxs.

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Pero en nuestra mentalidad machista todavía es normal que la madre cargue con el peso económico de la familia, existiendo un padre. Detrás hay una resignación de la propia mujer, que prefiere el silencio por proteger a los hijxs del engorroso proceso judicial: igual es el papá de los niñxs, igual los quiere, si cuando puede me pasa algo. Normalizamos el hecho y callamos esta tremenda injusticia, porque la culpa ronda media invisible, como si nos hubiésemos embarazado solas, ya que finalmente lo vemos como una cuestión de ser mujer. Sin embargo, si de elegir ser madres se trata, ahí el cuerpo es del Estado, de la sociedad, de los médicos, se anula la alternativa de escoger y pasamos a ser ilegales o malditas si manifestamos el derecho a elegir.

Como sociedad tenemos una tremenda necesidad de poner en un pedestal a la madre sufriente y víctima. Nos validamos como buenas mujeres si agachamos la cabeza y empujamos solas el carro. No más mártires, tenemos el deber y el derecho de recibir lo que ese hijx necesita para crecer y lo único lamentable de este 10% es que la pensión no sea retroactiva, porque el niño ya creció, ya comió, ya tomó remedios costosos, ya estudió y la que se desveló cada noche sacando cuentas, estirando los pesos, inventándose una y otra vez, se merece le devuelvan el esfuerzo. ¡Si cualquier deuda bancaria es implacable! Y esta deuda no está en Dicom; si así fuera ya estarían los papás corazón, corriendo a pagarla.

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