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VOCES| 32 años del SÍ y el NO: El mismo río, la misma sangre

Por: Rodrigo Hidalgo, escritor y periodista | Publicado: 05.10.2020
VOCES| 32 años del SÍ y el NO: El mismo río, la misma sangre |
Hay pesadillas arquetípicas, como la de volver al colegio y no haber estudiado para la prueba. Pero esto es francamente demasiado. Es, como se ha dicho hasta el cansancio, una insoportable sensación de estar viviendo aún la dictadura militar, como en los años 80.

Un 5 de octubre de 1988 se realizó el plebiscito con el que comenzaba el fin de la dictadura. El SÍ y el NO representaban las dos caras de un país que hoy, 32 años después, vuelve a enfrentarse en las calles y espera hacerlo también en las urnas. El resultado fue un 56% por el NO versus un 44% por el SÍ. Todos los presagios y cálculos indican que esa proporción se mantendrá. Los optimistas dicen que quizás ahora sea 60% por el Apruebo y un 40% por el Rechazo. Los de plano ilusos esperan un 65/35 o más. De cualquier modo, seguiremos siendo una mayoría que no es lo suficientemente contundente como para gozar de los beneficios que supone el hecho de ser mayoría. Una mayoría amarrada.

Converso con una prima que es abogada. Que no va a votar, me dice, y caigo sosprendido en el desconsuelo. Tú sabes lo que yo pienso al respecto, me dice. No vamos a volver a pisar el palito. Ese es el nivel de profundidad de esta crisis. La traición de quienes firmaron un pacto y se acomodaron a la alternancia en el poder el 88: ese es el origen de esta nueva encrucijada insoluble. Ese fantasma está más vivo que nunca. Y de la mano reviven todos los fantasmas de la dictadura. Porque en aquel entonces algunos, los mismos, decían que no había que ir a votar, que estaba todo arreglado, que Pinochet no iba a reconocer el resultado. Que era una trampa. Y sin embargo fuimos y votamos. Y hay una película que todos detestaron porque su tesis es que “con un lápiz el pueblo derrotó al tirano”. Mentira. Para llegar a usar ese lápiz traicionero se derramó sangre de miles de compatriotas. Corrijo: al pueblo lo masacraron las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile, y esas más de tres mil víctimas fueron la evidencia mundial que obligó al dictador a negociar. En vísperas de un nuevo plebiscito, esta vez para cambiar ese rayado de cancha, esa camisa de fuerza, esa Constitución Política, las imágenes actuales del río con cuerpos sangrantes, son otro fantasma vivo del espanto. 

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¿Cuántas imágenes más? ¿Gustavo Gatica y sus ojos sangrando no fue suficiente? ¿Cuántas personas de ese 46% del SÍ que esta vez votarán Rechazo estarán dispuestas a reconocer después algún grado de responsabilidad en las violaciones a derechos humanos por parte de las fuerzas del orden? ¿Serán una vez más “excesos” amnistiables? Tiene razón mi prima en desconfiar de todo esto. Eso es lo peor de todo.

No. Me equivoco. Eso no es lo peor de todo. Lo peor de todo es que no habiendo un tirano al que derrocar, la unidad del pueblo sigue pareciendo lejana. No hay además tampoco, referentes a los cuales creerles, habida cuenta de aquella traición ominosa y artera de una clase política corrupta y corrompida. Porque fuimos y votamos, aunque nos dijeron no voten, fuimos y votamos, y validamos la salida pactada de una noche oscura y sanguinaria. Y los que llamaban a no votar hoy nos miran y nos recuerdan que ahí también nos hicimos parte de la trampa, asumimos –querámoslo o no– la posición de los traicionados.

Es imposible en estos días conciliar el sueño con cada vez más imágenes del horror ante los ojos. Es imposible sentir amor a la patria cuando la patria es un indolente páramo en el que unos pocos maltratan de ese modo a tantos y a todo el resto. Aún en los medios de comunicación y en el parlamento, en la esfera pública, está lleno de personajes que, como líderes de opinión con pies de barro, hablan de Augustito, de mi general, de “supuestos excesos”. Aún hay un porcentaje no desdeñable de gente dispuesta a creer que la paz se alcanza imponiendo orden con mano dura, corriendo bala. Son menos que nosotros. Pero son más poderosos. Y abusan sin ningún escrúpulo ni humanidad de ello. Aún hay quienes apuñalan, disparan, queman, con total impunidad y connivencia de la policía, de los jueces, de la prensa y de la autoridad política, como en sus mejores tiempos de torturadores a sueldo. Los han ido excarcelando incluso. Son sus hijos y nietos.

La víspera de aquel 5 de octubre de 1988, Pinochet quiso ir a un acto en Cerro Navia, donde se suponía que el comando por el SÍ lo iba a recibir. Algo salió mal y hoy en esa comuna recuerdan y conmemoran cómo el pueblo ahuyentó a la comitiva y se trenzó en un nuevo clásico enfrentamiento de balas militares contra las piedras y palos del pueblo. Helicópteros disparando a las casas. Barricadas cortando las calles. Qué lejos y a la vez qué cerca estamos de una gesta así, de ese heroicismo. Vivo en Estación Central. Son muy pocos los que cacerolean entre mis vecinos, pues la mayoría son venezolanos y colombianos. Cuando los fines de semana voy a casa de mis padres en La Florida, también son poquísimos los que cacerolean en su residencial barrio de “Jardín Alto”. Los sectores en que la gente sale y protesta, visibiliza la indignación, la rabia, siguen estando plenamente focalizados. Chile no es Cerro Navia. No es Lo Hermida, ni Villa Francia, ni Puente Alto. Aún cuando el país entero haya visto a un carabinero lanzando a un joven al río. 

 

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