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VOCES| De poeta a poeta: Jorge Montealegre comenta el discurso de Raúl Zurita en la entrega del Premio Reina Sofía

Por: Jorge Montealegre, poeta, ensayista y guionista de humor gráfico | Publicado: 30.11.2020
VOCES| De poeta a poeta: Jorge Montealegre comenta el discurso de Raúl Zurita en la entrega del Premio Reina Sofía |
Zurita cumple –como lo hizo el poeta Primo Levi– con ese deber de memoria que le ha correspondido a nuestra poesía: “Vengo de un país de desaparecidos que hoy se ha volcado fervorosamente a las calles».

Quienes a veces escribimos poesía tenemos cierto pudor de llamarnos poetas, aunque escribamos esa palabra con letras minúsculas. Esta vez, siendo un poeta del montón –y en Chile hay un montón de poetas– asumo esa calidad para felicitar y agradecer a Raúl Zurita, compañero de generación; de aquella que vislumbró la utopía hace cincuenta años. La misma que estuvo prisionera en barcos, campos de concentración y recintos secretos como el mismo Zurita y también Mauricio Redolés, Elvira Hernández, Aristóteles España, Heddy Navarro, Clemente Riedeman, Bruno Serrano y tantos otros y otras que vivieron la prisión y que están considerados en la memoria callada de cada entrelínea. 

Al recibir el prestigioso Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el poeta Raúl Zurita –también Premio Nacional de Literatura– compartió un magnífico discurso. En él cita a Miguel Hernández, quien sabemos falleció en la enfermería de una prisión franquista. Esos dolores nunca han dejado de estar presentes en la palabra de Zurita y aquello –considerando las distancias que imponen los diversos reconocimientos– nos hermana en lo que él llama “el lenguaje de los que se encuentran”.

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En su discurso de 1972 en las Naciones Unidas el presidente Salvador Allende habló desde una Latinoamérica esperanzada: “Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida”. Ese mensaje recuerda la utopía del pueblo allendista, también la derrota y la tragedia cultural que nos ha cambiado en medio siglo.

De un discurso a otro, desde el mismo país pequeño, Zurita cumple –como lo hizo el poeta Primo Levi– con ese deber de memoria que le ha correspondido a nuestra poesía: “Vengo de un país de desaparecidos que hoy se ha volcado fervorosamente a las calles en su lucha por recobrar su dignidad y la poesía es parte de esa lucha. No se devolvieron los cuerpos, es decir; no se le devolvió a la esposa el cuerpo de su esposo, no se le devolvió al niño pequeño el cuerpo de su padre, no se le devolvió al anciano el cadáver de su hijo, y fueron los poetas quienes debieron descender a la tibieza de la tierra que acogió esos restos, a las espumas del mar que mecieron esos cuerpos quebrados, a la piel reseca del desierto que preservó esos torsos rotos, y restaurar las palabras que ellos no alcanzaron a decirnos ni a decirse. Le correspondió a la poesía cumplir con las exequias de los ausentes, sancionar sus vidas y enterrar en las tumbas del lenguaje lo que los vivos debían haber enterrado en las tumbas de sus muertos”.

El discurso habla por todos, nos representa poética y políticamente en un momento de crisis de representatividad. Sin liderazgo político-tradicional el poeta se toma la palabra. Recuerdo que la reacción de Raúl Zurita prendió la protesta contra el negacionismo de un ministro de Cultura que duró un fin de semana en su puesto. Se fue en el momento en que Zurita y muchos otros artistas iniciaban una conferencia de prensa para exigir esa renuncia. La noticia fue un estallido de alegría que nos hacía falta. Era posible.

 

Ese episodio, de agosto del 2018, derivó en la hermosa manifestación masiva en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Ahí, Raúl se lució leyendo con el acompañamiento de los rockeros González y Los Asistentes y recibió el reconocimiento del público por su liderazgo atípico. Ese acto, con renuncia de ministro, fue un momento significativo en la acumulación de gestos ciudadanos –como el mayo feminista de ese mismo año– que abrieron el cauce de la revuelta por la dignidad que se desató el 18 de octubre del año pasado.

Nunca me gustó la figura del poeta oficial

Ni del poeta único ni las estrategias de poder en la “carrera literaria”; soy parte de un ámbito –el de los “poetícolas”, como nos llamaba Armando Uribe– que no está ajeno a las bajas pasiones ni a la mezquindad para reconocer los méritos ajenos; pero esas pequeñeces no tienen sentido.  Zurita, con su poesía y su compromiso social y político, se ganó un reconocimiento y un sitial que solo nos puede alegrar y enorgullecer sin soberbia. Nos hace partícipe con sus afectos y desafectos y le da visibilidad a una comunidad muchas veces eclipsada: “Es un alto honor que entiendo como un homenaje al gran río de la poesía del cual todos no somos sino pequeños eslabones”.

Leo el discurso y se me viene a la cabeza el poema “La pajita”, de Gabriela Mistral, que musicalizara hermosamente Horacio Salinas. Cuando la poeta explica el sentido de esa imagen nos dice que la pajita en el ojo nos hacer ver cosas que no todo el mundo ve  y que “al morir la mayor parte de los agonizantes lloran una lágrima, una extraña lágrima que cae con mucha lentitud. Yo creo –agrega Gabriela Mistral– que la viga del ojo del poeta no se va sino en esa última lágrima del agonizante. Entraremos así en el paraíso, donde sea, con el ojo limpio”.

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Pareciera que Zurita, en este “lenguaje de los que se encuentran”, continuara el discurso de Gabriela Mistral cuando dice: “Nada quedará allí de nosotros y sin embargo algo de nuestros ojos muertos estarán mirando a través de esos ojos vivos. Intuimos así que tal vez la única realidad que existe es aquella que se ve entre las lágrimas: esa iridiscencia del mundo que solo pueden captar los ojos que lloran”.

Gabriela Mistral agregaría que en ese lagrimón se pierde la dicha verdadera, el privilegio de ver lo que otros no ven o no quieren mirar. Y Zurita observa la realidad que estamos compartiendo: “en este minuto hay una balsa con inmigrantes naufragando, en este minuto hay alguien que muere frente una frontera cerrada, en este minuto, en algún lugar, hay una ciudad que está siendo bombardeada, y entendemos entonces que la tarea no era escribir poemas, ni pintar cuadros, ni componer sinfonías, sino hacer de la vida una obra de arte, el más vasto y hermoso de los cantos, la única gran sinfonía frente a la cual valía la pena luchar y morir”. Gracias poeta, en mi nombre e intuyo que en el de de todos nuestros compañeros y compañeras. De poeta a poeta: ¡Felicitaciones!

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