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VOCES| John le Carré me contó lo que no me quería decir ni la tele ni mi familia

Por: Álvaro Hernández Pieper, abogado, ha sido conductor de programas radiales y es productor del programa de conversación live “Saltar El Torniquete” | Publicado: 14.12.2020
VOCES| John le Carré me contó lo que no me quería decir ni la tele ni mi familia |
Ha muerto el mejor de mis hombres. Mi más destacado informante. El más brillante de mis agentes secretos.

Quienes nacimos en 1981 tenemos algo en común. Nos lo han cambiado todo.

De saber todas las capitales y banderas del mundo a, golpe y raja, tener que hacer espacio en la memoria, a una veintena de lienzos y nombres de ciudades que no había escuchado ni en pelea de perros. Preferí jubilarme anticipadamente de memorizador de diccionarios.

En mi generación, la noción infantil de poder político pasó de la figura de un dictador, quien gobernaba sin discusión, a una serie de imágenes sobre las instituciones que más parecen un anuncio de cine. De la noche a la mañana, plebiscito, Congreso en Valparaíso, presidentes, democracia, educación cívica. Los diarios y las noticias eran postales que te hablaban de un país donde había entendimiento, acuerdos, desarrollo, bien común, concertación.

De la noche a la mañana la canción nacional se hizo más corta. Para mi madre, llegó la CTC a instalar el teléfono, luego el auto, después otra tele, más carne, más sobrepeso, más ansiolíticos. Otro divorcio.

De los tíos desaparecidos se siguió sin hablar –¿qué raro? si ya no debiera haber problema en ello– pensaba.

El mundo que habitaba a los 7, no era el mismo que el que habitaba a los 12. Rocky Balboa ya no peleaba contra un coloso moscovita sobredopado, que además era entrenado por una vieja gloria cubana del boxeo. Los comunistas eran poca cosa para Rambo –y parece que era cierto–. En la TV Fidel Castro era mostrado como un payaso y Nelson Mandela como un viejito piadoso.

Y de mis tíos y mi hermano se seguía sin hablar. 

Salgari y Dumas son extraordinarios; sí que vibraba con sus historias. Pero no hablaban de mi mundo. De ese que sabía que existía, pero que nadie se atrevía a mostrar. Yo quería tocar aquel país que aparecía en la tele, en los diarios, en la mesa de mi casa y en los letreros camineros. Pero me era esquivo. Deseaba olerlo, conocer su historia, sentirme parte.

El agente 007 se aproximaba. Pero siempre triunfador, siempre lineal, siempre bien peinado, siempre una linda chica abrazando su noche. No me era suficiente.

A mis 11 o 12, necesitaba que alguien me diera una explicación. Era niño pero no tonto, me daba cuenta que había cosas que no nos querían contar.

Ahí, logré hacer enlace con nuestro agente secreto. Nuestro más destacado hombre desplegado en terreno. John le Carré me contó lo que no me quería decir ni la tele ni mi familia.

Me mostró que donde está lo heroico está lo rastrero; donde el conflicto interno, el mundo que te sobrepasa; donde el silencio, la evidencia. Todavía, cuando me pierdo en sus intrigas, encuentro mi mundo, mi historia, mi tierra provinciana y arribista a la que no le alcanza con un poco de J. Stuart Mill.

Ya nos volveremos a ver las caras señor le Carré. Será quizá en Santo Domingo, en Simón Bolívar con Dr. Delgado. La lluvia inundará las calles del Barrio Cívico. Estará ud. leyendo El Caribe, guarecido en el escaparate de un cafecito instalado en la sede de Movimiento Democrático Moderno. Me acercaré despacio, con las manos en los bolsillos. Ud. ya sabrá que le estoy observando.

–¿Tiene fuego señor?– Preguntaré, haciéndome de un paquete que Chesterfields, con el acento cubano aprehendido con Los primos.

–Nunca llevo fósforos– Me responderá. Y habremos establecido el enlace.

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