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Shenda Román, candidata al Premio Nacional de Artes de la Representación: «No quise mendigar más»

Por: Tomás Henríquez | Publicado: 02.07.2021
Shenda Román, candidata al Premio Nacional de Artes de la Representación: «No quise mendigar más» |
A sus 93 años, Shenda Román conserva una lucidez envidiable. Actriz de teatro, radio, cine y televisión, trabajó también como directora y dramaturga. Hoy es candidata al Premio Nacional de Artes de la Representación. La avala una extensísima carrera, con casi 70 años de trayectoria, que destaca por su participación en hitos fundacionales de los teatros universitarios tales como «Noche de Reyes» (Pedro Orthous, 1954) o la «Ópera de Tres Centavos» (Eugenio Guzmán, 1959). Pero también por llegar a ser considerada la musa del llamado nuevo cine chileno en clásicos como «Tres tristes tigres» (Raúl Ruiz, 1968) o «El chacal de Nahueltoro» (Miguel Littín, 1968).

Actriz de carácter, de personalidad fuerte, es reconocida no solo por su enorme sensibilidad y profesionalismo, sino también por su férreo compromiso político. Formada en la Universidad de Chile, también trabajó al alero del Teatro de la Universidad de Concepción (TUC). Vivió el exilio en Cuba, y como muchos de su generación, retornó al país a fines de los 80 convencida de que la alegría democrática no sería, como luego lo fue, una triste desilusión. Aquí repasa algunos momentos de su vida y nos habla de la pronta publicación de sus memorias. Sin rehuir de la contingencia, incluso se da el tiempo para hablar de política, del proceso constituyente y por cierto, de feminismo. 

La candidatura de Shenda Román al Premio Nacional de Artes de la Representación fue levantada por el Sindicato de Actores y la Corporación Cultural de Artistas del Acero de Concepción, y ha sido apoyada públicamente por la Cineteca Nacional, la Cineteca de la Universidad de Chile, FEMCINE y cinechile.cl. A ellos se suman colegas actores como Luis Alarcón o Héctor Noguera, escritoras como Pía Barros, o críticos como David Vera Meiggs, Cristian Ramírez y René Naranjo. Sin embargo, para nadie es novedad que disputa un galardón que desde su creación en 1993, ha tenido entre sus ganadores una mayoritaria presencia masculina. Misoginia institucionalizada que ella reconoce: es un premio ”que en muchas oportunidades ha estado cocinado”.

Mujeres de teatro

-Este año se celebran los 80 años de la fundación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, del cual usted fue parte. ¿Cómo recuerda ese proceso?

El Teatro Experimental marcó en mí muchas cosas. Me definió todo. Me enseñó a leer bien, a proyectar bien la voz, el sentimiento. La lectura, el sentido de la obra. La investigación sobre los personajes. En esa época aprendí a hacer teatro. Aunque eran otros tiempos. Había más calma para pensar en el arte. No había esa competitividad feroz que yo veo hoy. Nosotros teníamos unos suelditos chiquititos que ya ni me acuerdo, pero yo era feliz de ganar dos pesos, no importa, porque estaba en un grupo aprendiendo cada día. Hacíamos tres meses a teatro lleno, pero lleno. Ese es mi recuerdo, hasta el 59. Y las obras las sacábamos calentísimas, con el público encima, porque había que estrenar otras obras, había que cumplir el estreno de nuevas obras, autores y directores.

«Ópera de tres centavos»

-Allí también trabajó con su fundador, Pedro de la Barra.

Aunque tú no me lo creas Pedro no me dirigió nunca. Él era un hombre que hacía gestión para el teatro. Tenía el teatro arriba, y nosotros abajo, luchando y afirmándolo. Hacíamos lo que nos pedía que hiciéramos. Hasta hoy considero que ese grupo era tan importante como el grupo organizado de técnicos que había en el teatro Antonio Varas. Era muy bueno todo. Muy organizado. Y Pedro era rígido. No insoportable ni pesado. Y era muy bueno como director.

-Hay una pregunta de época que tiene que ver con las mujeres. Investigando los nombres de las primeras directoras de teatro hay algunos nombres que se repiten. Pienso en Berta Mardones, Teresa Orrego, y la que entiendo fue su compañera en el TUC, Brisolia Herrera.

Brisolia no solo era mi amiga, era mi hermana. Vivimos juntas un año, pagando un departamento a medias. Era una gran actriz la Brisolia. Ella vivía en Concepción y la pedían del ITUCH para que viniera a Santiago. En Concepción trabajamos mucho. Brisolia dirigió porque era una gran actriz. Ella sentía, como yo –lo digo sin ningún pudor ni humildad falsa– que sabemos tanto que tenemos que entregar. Ojalá no nos vayamos al cielo sin dejar una huella de lo que hemos aprendido. Y eso es lo que le pasaba a la Brisolia, lo que me pasa a mí. Yo lo entiendo muy bien… En cuanto a la Bertita Mardones y la Teresa Orrego, sucede que ellas no eran actrices. Bertita entró a estudiar teatro y le gustó más la dirección casi inmediatamente. Teresa es el mismo sistema. Lo que pasa es que no calzaron como actrices. Llega un momento en que la gente encuentra en un grupo organizado, como era el ITUCH, ese espacio para elegir. Y ellas eligieron la dirección.

«Noche de Reyes» con Carmen Bunster y Agustín Siré

-Usted también ha dirigido

No durante el ITUCH. Pero sí después. Ahí me sentía una actriz absoluta. Ya no tenía mucho más que aprender, sino que debía seguir aprendiendo del pueblo, de las obras, de lo que estudiaba… Y que bueno que haya mujeres que decidan dirigir. Han respondido muy bien. Porque las cosas que han hecho en general –yo no las he visto todas–, pero sé que han sido muy bien valoradas.

«¿Quién era yo?»

-Cuando se habla de usted, suele decirse como lugar común, que es una actriz olvidada o poco reconocida. ¿Está de acuerdo con esa idea?

Fíjate que yo no creo que estoy olvidada. Lo que pasa es que la sociedad cambió. Porque obviamente, yo existo desde los 40. Después del golpe todo fue brutal, y definitivamente todo cambió. Y en ese contexto me fui adaptando, y se metió mucha gente. Hasta cuando decidí hace como cuatro años ya no hacer más teatro. Yo no quise mendigar más. Lo único que quería era que me pasaran una salita. Y esa sala era un espacio por el que luchamos desde que comenzó, que era la UNCTAD, y que después se transformó en el Gabriela Mistral, el GAM… Hubo un tipo que me preguntaba quién era yo. ¿Quién era yo? Y yo qué culpa tengo de su ignorancia. Él es el ignorante. No yo la olvidada. 

«Tres tristes tigres» (Dir: Raúl Ruiz, 1968)
Junto a Luis Alarcón y Nelson Villagra

-El pago de Chile…

Pero que se las arregle Chile, yo no tengo la culpa. Yo hasta hoy he estado creando. El problema es que la sociedad olvidó al viejo. Si atendieran a la gente como se merece podrían llegar muy lejos todos. Y las mujeres sobre todo. Me dicen que soy muy feminista, lo soy, pero de siempre. No me inventé feminista. Yo creo que las mujeres tienen una fuerza muy grande para mejorar estas instituciones y esta vida tan miserable que hay en Chile.

Memorias

-Entiendo que está trabajando en sus memorias, ¿cómo va eso? 

Estuve cuatro años con ganas de decir tantas cosas. Son cosas íntimas, cosas que me pasaron, cosas que vi que le pasaron a otras compañeras. En el exilio era muy fácil tener ganas de escribir para desahogarse. Aprendí muchas cosas en el exilio. Aprendí a valorarme yo misma, por ejemplo. Y a enseñar. En general me sirvió muchísimo porque me desahogué. Hay cosas que la gente no cuenta y no va a contar nunca, pero que yo conté ahí, sin decir nombres ni nada. Ese libro es sencillo, es volcar lo que sentía, y cómo podía sentirlo. Porque yo no soy una escritora, ahí frente al papel en blanco. No, yo escribí cuando tenía ganas de escribir. Y bueno, tengo un libro, que no es un tremendo libro, pero es un libro mío. Y va a estar lleno de fotos. Yo soy muy exigente en que quiero que sea un libro bonito. Porque ya que no soy escritora, quiero que sea un libro bonito. Que den ganas de leerlo.

«La madre del cordero»(Dir: Enrique Farías y Rosario Espinoza, 2014)

-¿Por qué postular al Premio Nacional de Artes de la Representación, un premio que según usted misma ha dicho, en ocasiones ‘está cocinado’?

El premio es mérito y nada más. Es reconocimiento y eso es muy importante. Esta postulación yo quise hacerla porque quise que fuera público. Que todo el mundo sepa. Y he recibido harto apoyo, en las redes sociales, gente incluso que no es de teatro, todos dicen que sí, que me lo merezco. Lo que es muy bueno. Y me siento muy recompensada. Me siento querida. Yo estoy feliz.

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-Y al final eso es lo que importa.

Hay que saber recordar. Y recordar significa decir trabajó, creó, hizo esto y esto otro. Es mucha gente que se va. Hay tanta injusticia. Tanta ingratitud. Mira la pobreza. Lo único que faltan son viviendas decentes para la gente. Y ni siquiera el Gobierno los ha ayudado en nada. Entonces los sacan porque el sitio tiene un dueño. ¡Y qué importa un dueño frente a miles de familias que están hacinadas, tratando de tener un techo y cuatro paredes! Son cosas tan elementales. Eso pienso. Es utopía. Yo sé que es utopía. Pero esas utopías no pueden perderse. Esas utopías tienen que transformarse en realidad.

«La madre del cordero» (Dir: Enrique Farías y Rosario Espinoza, 2014)

Convención Constitucional

Por esas utopías vivimos…

Exacto. El arte nos lleva a ser seres más confiados de uno mismo. Más dispuestos a criticar la sociedad en la que se vive. Porque hay mucho abuso, hay mucha pobreza. Se han montado en nosotros como pueblo para tener plata. A mí me parece increíble. Cuando tú piensas en los millones que ganan, en los dineros que tienen las AFP… Yo creo que la Convención Constitucional va a tener mucha capacidad de diálogo y mucha decencia para defender que fue el pueblo quien los eligió. Y que están ahí para el pueblo. Porque ya hemos aguantado muchos años. Yo siempre digo que hemos estado manejados por escritorios. Por gente que no piensa. Vivimos en una sociedad corrupta. Y obvio, si veníamos saliendo de una dictadura. La corrupción cundió y no fuimos capaces de pelearla. Hasta ahora que los muchachos saltaron y están todos heridos, sin ojos, muchos de ellos ciegos. Y pelearon por nosotros, para que se entienda lo que queremos. Porque de otra manera no se entiende.

-Va a votar por Jadue, ¿no?

Sí, absolutamente. Y no soy comunista, pero jamás he sido anticomunista. Jamás. He sido independiente, amiga de los socialistas, de los comunistas, y de los miristas para qué decir. Yo opté por trabajar emocionalmente con los miristas porque yo veía que nos hacían tanto daño, nos perseguían, nos golpeaban físicamente incluso, que yo encontraba que había que contestarles con la misma moneda. Yo no era más que una señora, relativamente joven todavía, con tres hijos y no pude hacer mucho más. Hice lo que pude.

-¿Qué piensa de la muerte? 

Ahí está, cuando esté. Es una lástima pero a mí me da pena dejar la vida. Porque es tan bonito vivir. Es tan bonita toda esta cosa colectiva, que vayamos todos a mejor, que no vayamos a algo que nos haga más miserables, más pobres. La muerte es triste supongo para los que estamos mayores, para los que hemos vivido harto y hemos hecho mucho. Pero yo tengo esperanza, tengo esperanza en la Convención Constitucional. Yo tengo esperanza en que se van a hacer muchas cosas útiles, importantes, en esa nueva Constitución… Que no la voy a vivir, ¡qué importa si no la vivo! Pero si la vivo, mejor todavía. Y bueno, utopía, utopía y utopía…

 

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