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¿Quiénes son los monstruos en “La casa de los monstruos” de Marcelo Leonart?

Por: Rodrigo Hidalgo | Publicado: 23.08.2022
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La “Casa de los Monstruos”, se nos advierte de entrada, fue escrita y concebida antes del 18 de octubre. Y tiene claras alusiones a la Revolución francesa. ¡Traigan los bidones! ¡Que les corten la cabeza!

En la nueva obra de Marcelo Leonart y compañía La Pieza Oscura se nos propone un espejeo entre la Revolución Francesa con su feroz guillotina; y la caída del patriarcado y del orden social que en Chile estamos viendo perecer desde el Estallido. Es una pedrada al tejado de vidrio del sistema, un grito de “Venceremos” pletórico de emociones intensas y de -diríamos- tan sana como peligrosa alegría.

La “Casa de los Monstruos”, se nos advierte de entrada, fue escrita y concebida antes del mentado 18 de octubre. Hay una considerable cantidad de obras que “anticipaban” lo que estamos viviendo, de una u otra manera y en múltiples dimensiones de la realidad. Porque estamos en una trizadura, en un cambio de paradigma que atraviesa incluso la herramienta para comunicarnos, el lenguaje, pues no otra cosa es el revolucionario lenguaje inclusivo, con su utilización de la letra “e”, discutida, resistida y obtusamente negada por las criptas de la RAE. La lengua es una materia viva. Puede no gustarte, pero es. Erosiva propuesta, radical, extrema, shockeante y chocante, grotesca incluso. Como les dos asaltantes que entran a la casa de un matrimonio de ricachones poderosos para pedirles por favor que les dejen hacer el amor en su lecho conyugal.

Pero no nos adelantemos. En la propuesta de Leonart, el paralelo con la Revolución Francesa explica o se da en la presencia de un personaje enmascarado que es como un espectro que viene a atormentar a este matrimonio arquetípico de aspirantes a ránking Forbes. Podrían ser Larraín, Vial o Cubillos. Son Cotapos. Pero él, Lucho Cotapos, es casi un Luis Gnecco. Así de asqueroso. Aunque reconozco que es difícil distinguir si este parecido es intencional o sólo fruto de una percepción más bien subjetiva. Como sea: Lucho Cotapos nos recibe en calzoncillos y calcetines, camisa y corbata, bailando sensualmente de felicidad pues va a recibir un premio por su obra filantrópica, y ahí no más se le aparece el espectro, como una advertencia de lo que tarde o temprano le espera a los poderosos cuando tan burdamente abusan de sus prebendas. Eso al menos nos dice la Historia. Que se repite una vez como comedia y luego como tragedia, según el Brumario de Carlitos Marx.

Sin embargo, son otras las cosas que vinieron a mi cabeza al salir del GAM. Por ejemplo, otras obras de teatro que he visto hace no tanto, y que tienen algo en común, que es esto de que el teatro se auto-referencia. Me refiero a obras en las que se cita a Shakespeare sin ser una obra de Shakespeare, o en que se trae a colación la Antígona de Sófocles sin ser una versión más de Antígona, y un sinfín largo de fórmulas así, lo que acá toma cuerpo en el personaje enmascarado, que es una clara evocación a Molière, o una mezcla de espíritu de la época y encarnación del teatro mismo. Más aún: este personaje enmascarado al que Gnecco/Cotapos increpa con un indignado ¿quién es este hueón?, insiste en aclararnos la distancia y cercanía de comedia y tragedia, abre la cuarta pared y se sienta entre el público, nos da la palabra. Pero no cometeré la pedantería de proponer una taxonomía para este tipo de recurso del teatro. Más bien y para pasar al otro punto, lo segundo que se me vino a la cabeza fue un tema musical de Charly García. Y me permitiré, sobre la misma, citarlo in extenso:

“Yo era el rey de este lugar, vivía en la cima de la colina. Desde el Palacio se veía el mar y en el jardín la Corte reía. Teníamos sol, vino a granel y así pasábamos los días. Tomando el té, riéndonos al fin. ¿Por qué murió la gente mía? Yo era el rey de este lugar aunque muy bien no lo conocía. Y me habían dicho que atrás del mar, el pueblo entero pedía comida. No los oí ¡qué vil razón! Les molestaba su barriga. Yo era el rey, así lo dijo Dios, yo era el amor, la luz divina. Yo era el rey de este lugar hasta que un día llegaron ellos. Gente brutal sin corazón que destruyó el mundo nuestro. ¡Revolución! ¡Revolución! cantaban las furiosas bestias. La Corte al fin fue muerta sin piedad, y mi mansión hoy es ceniza”.

Bueno, la letra de la canción es más larga aún. Se llama “Tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario o no”. Con este recurso quiero emular la manera libre, arbitraria y personal, en que la obra de Leonart te toma de la mano para que entres en su juego y aceptemos sus categorías: el relato va enloqueciendo, la imagen se va saturando, el sonido se va haciendo estridente. Pienso que no es posible enfrentar esta obra sin entenderla en relación con el resto de la obra de Leonart. Abigarrada, medio lemebeliana o almodovariana, recargada. Una rabiosa comedia de todas maneras, con su dancing show incluido, su codazo de complicidad en la butaca. Leonart es un creador persistente y despiadado, un abanderado de las causas identificadas con el Apruebo, digámoslo. Es de los nuestros y viene señalando hace rato a los matones de la provincia que nos tienen sin agua y a los violadores y asesinos impunes de esta patria. Y estamos sin duda alguna dándonos cuenta de que el 18 de octubre de 2019 lo que sucedió fue una genuina revolución, y que este 4 de septiembre se sella, se ratifica o se completa, y por eso nos andan amenazando y metiendo miedo. Por eso la alusión a la Revolución Francesa, porque Leonart siempre anda dispuesto a juntar bidones, le gusta prender la mecha. Es buenazo tirando piedras, certero, preciso, contundente. Ese es Leonart. ¡Traigan los bidones! ¡Que les corten la cabeza! como la reina de corazones de Alicia. Libertad, Fraternidad, Igualdad, y abajo la monarquía. Esas eran las consignas que en la Francia de 1789 gritaba la poblada enfurecida. Y le cortaron la cabeza al rey y la reina, Luis XVI y María Antonieta. Ahora, acá a quién querríamos cortarle la cabeza, es otra cosa.

¿Quiénes son los monstruos en “La casa de los monstruos” de Marcelo Leonart? ¿Son los ricachones poderosos indignados y dispuestos a defender a balazos sus prebendas? ¿Son los andróginos deconstruides que entran a esa casa opulenta para pedir fornicar en la cama matrimonial como si eso no fuese una forma de violencia? ¿O son los espectadores que no apagan su celular y se paran en  medio de la obra para salir a hablar por teléfono?

Es algo que sucede mucho en los estrenos, porque hay una complicidad y cercanía esperada y evidente con el público, que puede llegar a ser malentendida. Por eso también las risas se oyen desde el principio, al menor gesto mínimamente divertido, como puede ser un ramplón “puta la huevá” dicho con acento francés. Comedia es sinónimo de ir a eso en todo caso, a reír. Tragedia es que todo termine abruptamente con la sólida Nona Fernández, la escandalizada esposa del tal Lucho Cotapos, agarrando a balazos a la parejita de asaltantes deconstruides, personajes que evocan algo a los faunos griegos, jóvenes tan amorosos como violentos, exagerados, que transmiten esa impaciencia, esa transpiración porque son los cuerpos de la revolución. Y sólo podemos esperar de vuelta a la realidad, que todas esas muertes no sean en vano.

GAM. Del 19 Agosto al 10 Septiembre

Miércoles a Sábado – 20 h

Sala A2 (Edificio A, piso 1)

$6.000 Gral.
$4.000 Personas mayores
$3.000 Estudiantes

Dirección y dramaturgia: Marcelo Leonart | Elenco: Cristián Carvajal, Héctor Morales, Nona Fernández, Felipe Zepeda, Macarena Fuentes | Diseño de vestuario y escenografía: Catalina Devia | Diseño de iluminación: Andrés Poirot | Coreografías: Claudia Vicuña | Música: Miguel Miranda | Producción: Francisca Babul | Compañía: La pieza oscura.

 

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