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Adiós al asistencialismo: Linquelab y primera residencia artística inclusiva en Magallanes

Por: Meritxell Freixas @MeritxellFr | Publicado: 25.01.2022
Adiós al asistencialismo: Linquelab y primera residencia artística inclusiva en Magallanes |
El laboratorio artístico desarrollado por Liquenlab, impulsa la primera residencia para artistas en situación de discapacidad en la Región de Magallanes con la idea de pensar “otro mundo” que incluya la mirada de la otredad.

“¿Podemos plantear un nuevo mundo desde el confín de América?” Es la pregunta que se plantearon en el laboratorio de investigación cultural Liquenlab, que promueve el arte contemporáneo, la naturaleza y la tecnología desde Punta Arenas, para la primera residencia artística dirigida a personas en situación de discapacidad. Un interrogante que el laboratorio experimental abre a partir de la línea curatorial 2021-2022.

Los directores del proyecto, Sandra Ulloa y Nataniel Álvarez, quienes trabajan conjuntamente desde el 2004 como colectivo de arte ÚltimaEsperanza, son padres de un niño con distrofia muscular de Duchenne y desde su experiencia personal y familiar plantearon este desafío: “Nuestra propia realidad nos ha abierto la mente y el corazón al entender que hay otras personas en situación de discapacidad y que tenemos que empezar a vernos y a reencontrarnos, buscando espacios efectivos para experiencias inéditas desde el arte contemporáneo”, explica Álvarez.

Fin del mundo y otredad

La experiencia, que se llevó a cabo del 24 de noviembre al 15 de diciembre, invitaba a los participantes a “cohabitar” el territorio del llamado fin del mundo: vivir en la ciudad de Punta Arenas y visitar el parque de los estromatolitos, estructuras minerales en las que se remontan a las formas más antiguas de vida del planeta, en Porvenir, Tierra del Fuego. “En el ejercicio de plantear un nuevo mundo desde “el fin del mundo” estaba la posibilidad de que este nuevo mundo incluya a quienes no tienen voz, a la otredad, las disidencias y en este caso quisimos incluir a las personas en situación de discapacidad y plantearles una línea editorial que incluye al territorio como objeto de diálogo”, añade el artista.

“Nunca había visto un llamado para artistas en situación de discapacidad. He visto muchas residencias de arte, pero no son aptas para personas en situación de discapacidad porque no hay una preocupación sobre cómo habitar un espacio todos juntos con nuestras diferencias. Esto me pareció increíble”, explica Leonor Harris, profesora de artes visuales, ilustradora y fieltrista, y una de las participantes. Según ella, es positivo que la convocatoria fuese exclusiva para personas que conviven con una discapacidad: “Necesitamos empezar a cubrirnos a nosotros como artistas y encontrarnos con otros artistas en un espacio común, reflexionar sobre qué es lo que nosotros queremos expresar desde nuestra discapacidad o siendo personas en situación de discapacidad”, dice la mujer de 46 años oriunda de Magallanes.

Fuera del asistencialismo

Su par Felipe Orellana, santiaguino de 41 años, cuenta que se enteró de la convocatoria por un amigo: “Liquenlab proponía un experimento inédito que buscaba generar contenido a partir de la discapacidad, y eso me sedujo inmediatamente porque era una postulación fuera del espacio del asistencialismo al que uno está acostumbrado”, comenta el realizador audiovisual y activista.

Para los organizadores, el objetivo fundamental era “convocar a disidencias” para ofrecerles la oportunidad de vivir una experiencia que les permita “ser artistas como tal, sin un espíritu paternalista”, señala Álvarez. “Ninguna residencia hasta ahora se había hecho cargo de eso y en el fluir de la experiencia se enlazaron la residencia Radicante y otro espacio dedicado al arte como es el caso de Zur Vértice, dedicado a la danza”, agrega.

Viviendo el arte en silla de ruedas

Durante 23 días, los dos participantes vivieron una nueva cotidianidad en Magallanes, una nueva forma de vivir su día a día que les presentó nuevos retos y desafíos: “Ando en silla de ruedas y vivir la accesibilidad en un territorio tan complejo como ese, donde corre el viento e incluso te puede botar, es una experiencia distinta”.

Una situación nueva para todos, tanto para los organizadores como para nosotros, fue enfrentarnos a subirnos a un barco para llegar a Porvenir, y lo bonito fue que, en conjunto, pudimos sortear ciertas dificultades que se presentaron”, cuenta Leonor. Ella, que había viajado muchas veces en barco “con su otro cuerpo” –recalca–, porque ha vivido en zonas aisladas muchos años, ahora lo experimentó de forma diferente: “Fue un desafío porque no sabía con qué me iba a encontrar: había muchas escaleras, espacios angostos, rampas mojadas y no había ascensores en ambos lados de los estacionamientos, por ejemplo”.

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Orellana, por su parte, destaca: “Experimenté la falta de accesibilidad de Punta Arenas, una ciudad que se presenta como turística y abierta, y yo tuve que cambiar cuatro veces de hotel”. Harris agrega: “Nos mostró esa carencia que tenemos como ciudad. Son cosas pequeñas que en el cotidiano van formando tu día a día: cómo me movilizo o a dónde puedo y dónde no puedo ir”.

“Una discapacidad propositiva”

Una característica de la residencia Fin del Mundo es que su participación no exigía la creación de ninguna obra: “No exigimos nada productivo, sino que solo experimentaran el lugar”, dice el director. Para Liquenlab lo relevante era “relacionarse con este fin del mundo, ciertos lugares y entidades que son partes de este territorio”. “Cuando solté esta necesidad de que me pidieran algo, me relajé y entonces aparecieron otras conversaciones y otro tipo de creaciones, florecen otras cosas”, opina Orellana.

La intensidad de lo vivido llevó tanto Harris como a Orellana a canalizar la experiencia a través de sus creaciones. Él creó su propia performance, “un milagro”, dice, que quedó registrado en un audiovisual: en el parque de los estromatolitos y ayudado por otros integrantes de Liquenlab, se levantó de la silla, se puso vertical y le movieron las piernas, dando un paso tras otro: “Volví a caminar, pero lo volví a hacer con la ayuda de la gente, eso es lo que necesitamos, el milagro es que nos ayudemos entre todos”. Para él, la residencia ha sido una oportunidad de volver a vivir “las primeras veces”: “Ha sido la primera vez que vuelvo a caminar, la primera vez que cruzo el Estrecho de Magallanes y la primera vez que vivo en Punta Arenas”.

Leonor Harris, por su parte, está trabajando en una instalación dedicada a la niñez: “Es una obra interactiva, trabajada con fieltro y con sonido y luz, para que los niños puedan interactuar, ser partícipes, ser actores de la obra”, cuenta. Quiere mostrarla en el espacio de LiquenLab, en Punta Arenas, y luego trasladarla a diferentes zonas de Magallanes.

Tanto Orellana como Harris consideran importante arraigar esta residencia “de forma permanente” en Magallanes, apunta él, para que “desde Punta Arenas exista un pensamiento crítico, donde la discapacidad sea propositiva y el mundo reciba desde nosotros, sin asistencialismos ni paternalismos”.

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