Letras

CRÍTICA| Lecturas para mañana: Peter Orner y el tsundoku

Por: Tomás Henríquez | Publicado: 25.05.2021
CRÍTICA| Lecturas para mañana: Peter Orner y el tsundoku |
Más de cuarenta textos breves componen el libro «¿Hay alguien ahí?», hecho sobre todo de estados de ánimo del autor estadounidense derivados de la experiencia de la lectura. Así, un relato de J. E. Wideman le recuerda lo lejos que está de su hija. Mirando las llamas de una cocina, se acuerda de Eudora Welty. Seducido por Lily Briscoe, heroína de Virginia Woolf, reconoce que desperdició su juventud. Cansado de llamarle amor a la costumbre de dormir con su pareja, piensa en Milan Kundera. Una frase de Franz Kafka, aparece en los momentos previos a su separación.

Hay un concepto que me ronda: tsundoku. Dice wikipedia que “es un término japonés que se refiere al hábito muy arraigado en ciertas personas (…) de la adquisición de todo tipo de materiales de lectura, pero dejando que se amontonen en la vivienda sin leerlos”. Bien podríamos decir —tras revisar ¿Hay alguien ahí? (Chai Editora, 2020) de Peter Orner— que aquí algo de eso aplica. Sobre todo por la imagen inicial: el escritor estadounidense está solo en un garaje frío, rodeado de libros, un montón de libros, algunos ni siquiera valiosos, pero que se acumulan, y en la medida que los lee o relee, recuerda episodios de su vida. De ahí, arma pequeños textos en los que mezcla crónica, cuento y ensayo esbozando temas que incluso podrían sonar irrelevantes, llenos de desvíos, apuntes menores, notas a pie de página, o chistes que solo causan risa si uno es igual de ñoño que el autor. Como sea, cada ciertas páginas, se despacha frases sin duda memorables.

  1. Me suena lógico medir la vida en libros que uno no ha leído. (p. 13)
  2. Ningún robot ni super computadora podrá jamás escribir un cuento que te ponga la piel de gallina. (p.17)
  3. Lo mejor que tengo para ofrecerle a un cuento es el silencio nacido de la admiración. (p. 41)
  4. Por más maravillosos que sean, los libros no hablan, no pueden abrazarnos. (p. 41)
  5. Todo lo que necesita un hombre solitario es acercarse a una ventana que dé a la calle. (p. 65)
  6. Todos hemos hecho cosas que preferiríamos borrar de nuestra memoria. No importa cómo contemos nuestra propia historia, el dolor que causamos a los otros siempre nos alcanzará. (p. 114)
  7. Recordar un libro es como recordar a una persona. (p. 157)
  8. Siempre es preferible ser objeto de un chisme que contarlo. (p. 202)
  9. En menos de diez páginas Salter puede hilar tan fino en el desesperado enredo que es un matrimonio que te hace pensar que estuvo todo el tiempo debajo de la cama espiándote. (p. 234)
  10. El amor, como el tiempo, tiene un peso concreto y a veces no tenemos la fuerza para sostenerlo. (p. 236)

[Te puede interesar]: CRÍTICA| Delie Rouge, precursora feminista: Entre la candidez política y la inclemente experiencia

Más de 40 textos breves componen este volumen hecho sobre todo de estados de ánimo del autor derivados de la experiencia de la lectura. Así, un relato de J. E. Wideman le recuerda lo lejos que está de su hija. Mirando las llamas de una cocina, se acuerda de Eudora Welty. Seducido por Lily Briscoe, heroína de Virginia Woolf, reconoce que desperdició su juventud. Cansado de llamarle amor a la costumbre de dormir con su pareja, piensa en Milan Kundera. Una frase de Franz Kafka, aparece en los momentos previos a su separación. La triste vida incolora de un par de albaneses tiene algo de John Cheever. La muerte de Mavis Gallant coincide con la inminente muerte de su padre. «Todo lo que me sucede me recuerda de una u otra manera a un cuento», dice Orner. De eso se trata el libro. De cómo la literatura se transforma en un salvavidas para no ahogarse ante la insoportable tristeza cotidiana.

Pero quizás el punto más alto del volumen, sea el breve ensayo que le dedica a Juan Rulfo, «un maestro del silencio y la concisión». Porque su desmesura es proporcional al enorme misterio que nos legó. Precisó de solo dos libros —dos inmensos, enigmáticos, tristes e infinitos libros— para volverse una leyenda. Orner pone su atención en ‘Luvina’, pequeño cuento que forma parte de El llano en llamas (1953). Y de él concluye lo evidente: a veces no hay mejor respuesta que callar. «El silencio de un escritor (o de cualquiera) nunca debe ser interrogado, únicamente respetado, y de ser posible, a la distancia».

En ¿Hay alguien ahí?, Peter Orner revisita clásicos pero no para decir obviedades. Sabe detenerse en detalles, observa, recomienda, anota y se reconoce en lo que lee. Y sin saberlo, vive una particular forma de tsundoku. Una buena biblioteca, y la suya lo es, puede abandonarse por un tiempo y hasta olvidarse en el polvo, pues cada vez que la necesitemos y volvamos a ella, sabrá entregarnos sorpresas que iluminan. A veces hay libros que es mejor no leer. Por pena, por cansancio, por angustia. O tal vez haya que hacerlo, no sin antes intentar descubrir cuándo y cómo. Porque no hay mejor literatura que la que nos remece, no solo por sus méritos, sino también por ponernos de frente con nuestros propios fantasmas. Por recordarnos que alguna vez estuvimos en el infierno pero que pudimos salir. Leyendo, escribiendo. Esas extrañas formas de meditación. Tiempos que bien vale la pena regalarse, pues permite hacernos ver lo que de otra forma sería imposible. Quizás por eso acumulamos lecturas para mañana. Para no sucumbir ante esa pieza oscura que llamamos soledad.

¿Hay alguien ahí?

Peter Orner (Traducción de Damián Tullio)

Chai Editora, 2020

280 Páginas

$14.000

 

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.