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CRÍTICA| El país de los chiflados: «Pelusa Baby» de Constanza Gutiérrez

Por: Cristian Hualacan, escritor | Publicado: 15.06.2021
CRÍTICA| El país de los chiflados: «Pelusa Baby» de Constanza Gutiérrez |
Constanza Gutiérrez despliega una soltura enorme al escribir sobre distintos lugares y personajes, cada texto más raro que el anterior. «Pelusa Baby» (Alfaguara, 2021) en pocas páginas repiensa la forma del cuento, mucho más que  el contenido. Y pone la risa por sobre la temática.

El cartel que más recuerdo de la revuelta es “La Bandera de Chile declara dos puntos su silencio”, verso de Elvira Hernández perteneciente a La bandera de Chile (1981), que junto a !Arre! Halley ¡Arre! (1986), interpreta con sarcasmo la tragedia de la dictadura pinochetista. Un extraño sentido del humor ha existido en la literatura chilena, incluidos los chistes de Parra, las tallas de Raúl Ruiz y la escritura municipal de Mellado. Cosas extrañas en un país de gente pacata, porque esa frase de Elvira Hernández que se pegó fuera del GAM revelaba con humor el terror que se vivía en medio de la tragedia.

Algo así, guardando las diferencias –ese es el chiste–, puede leerse en los cuentos de Constanza Gutiérrez, que despliega una soltura enorme al escribir sobre distintos lugares y personajes, cada texto más raro que el anterior. Pelusa Baby (Alfaguara, 2021) en pocas páginas repiensa la forma del cuento, mucho más que  el contenido. Y pone a la risa por sobre la temática.

De cómo una tal Shakira lanza discos y se hace cada vez más famosa

Una tarde de pandemia y encierro encontré uno de esos podcasts de actualidad política, donde escuché discutir a un sociólogo de pelo largo (izquierda) y un sociólogo de pelo corto (derecha) sobre si las atrocidades del gobierno actual son una tragedia o comedia. Los cuentos de Constanza Gutiérrez escapan de esas discusiones para pensar las fisuras, donde el relato se piensa en su forma y estructura, más que en la construcción de personajes y atmósferas que acostumbramos relacionado al humor. Por ejemplo, un noticiario suele hablar de la meritocracia chilena en un relato idílico de personas que superaron la supuesta barrera de la pobreza, pero Gutiérrez en el cuento “La buena estrella de Isabel Mebarak”, plantea una narración de cómo una tal Shakira lanza discos y se hace cada vez más famosa desde un pequeño pueblo colombiano.

Este contrapunto de la narratividad que se expresa en la meritocracia chilena, nos sumerge justamente en la idea de forma y estructura que de manera pulcra permite entrar en los cuentos, lo cual siempre lleva a la risa. En “El Tío Cacho” se habla en algún momento de cómo un temucano cualquiera funda una secta en Brasil. En cuentos como “Mi cola y yo” el personaje vuelve a orígenes donde la familia enterró una cola en algún estacionamiento en Chiloé. La comedia cruza a menudo los límites de la tragedia y se mantiene como comedia. Para lograr eso hay que tener elegancia en el estilo y un control de la forma. Y Pelusa Baby los tiene.

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¿Hay personajes? Sí, obvio que sí. ¿Hay historias?, sí. Incluso hay una visión del trabajo. ¿Por qué la idea de trabajar en lo que te gusta parece un chiste? Esto constituye parte importante del libro, que podríamos relacionar a esta visión pesimista de los estudiantes de humanidades, que cesantes, diluyen el sueño universitario de la prosperidad en pegas profesionales mal pagadas, cesantía o derechamente trabajando en lo que venga. Los cuentos muestran el trabajo como un ejercicio de retroceso, una visión peyorativa del progreso que nunca ha existido. Esta disyuntiva aparece en los textos donde la narradora derechamente habla de la intención de ser escritora. Pero parece que los escritores tienen que traducir, editar libros de otros, corregir pruebas estandarizadas y esperar los escasos e inexistentes adelantos de sus libros.

Postales de un país

Otro punto importante del libro funciona como postales de un país que vivió en los noventa. Postales genéricas y sin rastro de territorio detallado, sino captado desde lo genérico. Los cuentos mencionan una cantidad significativa de lugares y territorios que no logra profundizar ni detallar. Lo importante es entretener, lo importante es darle color. La descripción de los territorios que narra Gutiérrez carecen totalmente de particularidad, pero la pretensión no es categorizar lugares y detallar, sino salirse de los márgenes de esa tragedia para convertirlos en un chiste corto, de dos o tres páginas. Algo así hacía Hebe Uhart, algo así escribía Felisberto Hernández. La libertad de escribir como si hablara de cualquier cosa.

Los cuentos de Pelusa Baby arrancan bajo el simulacro de relatar como un juego. Hace algunos años existía la alta cultura y la baja cultura. En esta aburrida discusión los medios culturales imponían qué leer, qué ver, qué escuchar o dónde comer y qué tomar para mantenerse en un estatus que carecía de fondo, era más bien pura pose. Los críticos hacen algo así, por eso es aburridísimo leer lo que escribió Patricia Espinosa de este libro.

La democratización de los espacios culturales hace rato demolió la división de alta cultura y lo pop. La escritura de Constanza es adentrarse a este muro caído y juntar sin problemas un cuento de Gogol y hablar del gato Salem de la bruja adolescente. Mientras la crítica chilena busca la novela costumbrista de la pobreza y los cuicos lloran porque nada les sale interesante, Gutiérrez habla sin la presión de clase; no narra ni desde arriba ni desde abajo, menos desde el paternalismo. Nos entrega un libro de cuentos de muy buena factura y nos saca más de una risa.

Pelusa Baby

Constanza Gutiérrez

Alfaguara, 2021

75 páginas 

Precio de referencia $12.000
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