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CRÓNICA| El martirio de chilotes en “La Isla de los Muertos”

Por: Braulio Velásquez y Mauricio Osorio | Publicado: 28.07.2021
CRÓNICA| El martirio de chilotes en “La Isla de los Muertos” El martirio de chilotes |
Una nueva perspectiva de un hecho histórico ocurrido en Aysén en 1906, y que el antropólogo Mauricio Osorio describe en su libro «La tragedia obrera de Bajo Pisagua» (Ñirre Negro Ediciones), da cuenta del momento en que varios obreros de la Compañía Explotadora del Río Baker comienzan a padecer de una extraña enfermedad. Se trata del origen del cementerio Isla de los muertos en Tortel.

Aproximadamente hasta la década de 1950, la falta de fuentes laborales y carencia de vías de comunicación terrestres en el archipiélago de Chiloé, que dificultaban la comercialización de los productos agrícolas, cultivados con penoso esfuerzo en terrenos cada vez más pequeños por el minifundio, que alcanzaban para subsistir y apenas para un precario comercio, obligaba a los jefes de hogar y adultos independientes a migrar en busca de trabajo a otras tierras más generosas.

Con sus tradicionales saquitos de lona impermeable, conteniendo sus “pilchas” de abrigo más imprescindibles, junto con sus herramientas habituales: dos hachas, una de hoja ancha de 4,5 libras para el labrado de madera y otra de 5 libras, de hoja alargada, para el derribo y trozado de árboles; un machete de excelente calidad y una lienza con abundantes anzuelos robaleros, emprendían el viaje a su nuevo destino, principalmente la Patagonia.

Este cuadro migratorio se verificó en el segundo semestre de 1905, cuando la empresa ganadera denominada Compañía Explotadora del Baker, formada a partir de la adquisición de derechos sobre el  D.S. Nº 658, expedido por el Ministerio de Tierras y Colonización el 19 de mayo de 1903, que le había otorgado PERMISO al ciudadano puntarenense JUAN B. CONTARDI “para ocupar una parte de los terrenos fiscales que se hallaba en los sectores de los ríos Baker, del Salto, Largo, Cochrane y río Chacabuco, con el fin de dedicarlos a la INDUSTRIA GANADERA”; realizara un proceso de “enganche” de trabajadores para llevarlos a una faena en los terrenos de su concesión, ubicada administrativamente en territorio de Magallanes en aquella época.

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Los “enganches” comenzaron alrededor de noviembre de 1905 y a fines de la segunda quincena de diciembre, un barco que ya había efectuado viajes al río Aysén, donde se había instalado otra empresa Ganadera, la Sociedad Industrial de Aysén (SIA), inició en la isla de Chiloé, el embarque de los inscritos para las faenas del Baker.

Los primeros días de enero de 1906, esta nave con alrededor de 85 pasajeros, arribó a un sitio denominado “Bajo Pisagua”, al sureste de la península de Taitao, en la ribera norte de la desembocadura del río Baker, que se encuentra al interior del fiordo del mismo nombre, desde donde habría tenido que partir un camino hacia el interior, a los campos talajeros.

Durante ese verano de 1906, habrían llegado otros tantos trabajadores enganchados, con lo cual el número de obreros habría sumado más de 200.

Esta cantidad de mano de obra, se había pensado al interior de la empresa para la explotación de madera de ciprés y su posterior venta en Puerto Montt o en otros mercados del norte del país. La Compañía Explotadora del Baker, había también adquirido ganado vacuno en Argentina, el que estaba siendo trasladado a la concesión en un gran arreo a cargo del administrador general de las faenas y sus hombres de confianza, además de peones rurales especialistas en tropeo de ganado.

Cuando ya la faena estaba concluida y los trabajadores debían ser retirados del lugar para retornarlos a sus hogares, se produce una situación crítica, ya que el gerente de la empresa, que se encontraba desde abril de 1906 en la concesión, no había gestionado un vapor para el retiro de los obreros, y el alimento -calculado para el tiempo de faena-, comenzaba a escasear. Por otra parte, de forma repentina e inexplicable, los trabajadores empezaron a experimentar una rara enfermedad y varios fallecieron.

Acerca de este desgraciado episodio, que habría ocasionado 59 decesos en el campamento que la empresa había habilitado en el sector Bajo Pisagua, desembocadura del río Baker, existen dos versiones: una hambruna y consecuente brote de escorbuto o un envenenamiento.

Actualmente antropólogos, historiadores y otros especialistas, así como también personas atraídas por esta tragedia, se encuentran vivamente interesados en dilucidar la “verdad histórica” en torno a lo sucedido.

En esta línea, y con la idea de contribuir a la discusión sobre dicha verdad histórica, quisiéramos compartir un testimonio oral, que ha sido resguardado en la memoria de la familia de Braulio Velásquez, uno de los autores de la presente columna.

El relato corresponde a la historia de un trabajador enganchado en 1905. Fue compartido al hermano mayor de Braulio Velásquez, Eliseo Velásquez Muñoz, por Remigio Santana, la persona que dio cobijo, apoyo y una nueva identidad al protagonista de la historia. Eliseo compartió a su vez el testimonio, con su hermano Braulio, el año 1998, oportunidad en que se reencontraron, ya que no se habían visto desde 1951, por residir en regiones distintas.

El testimoniante original, era tío político de Eliseo y Braulio, esposo de Carlina Velásquez Díaz, quien era hermana del padre de ambos. Hechas estas precisiones sobre el origen y resguardo del testimonio, pasamos a presentarlo:

El trabajador sobreviviente de la tragedia de Bajo Pisagua, registraba domicilio en el sector de Rauco, al sur de Castro, al momento de engancharse al Baker. Posiblemente su nombre original fue Julio y su primer apellido pudo ser Vera o Andrade o Gómez, que eran los apellidos predominantes en tal jurisdicción.  Remigio relató que cuando la situación se tornó extremadamente grave y sospechosa en el campamento de Bajo Pisagua, el joven trabajador logró fugarse escondido en un barco que llegó al Baker para cargar ciprés. Cuando ya habían traspasado el Golfo Corcovado, salió de su escondite y se presentó al Capitán del buque, quien ya no podía adoptar otra medida que aceptarlo. Cuando llegaron a Puerto Montt, el joven desembarcó con la gentil complicidad del Capitán. Allí obtuvo algunos trabajos, por un tiempo.

Al retornar a su domicilio en Rauco, su cónyuge, un tanto alarmada, le informó que la Policía había concurrido en “dos oportunidades” a preguntar por él. Presintiendo que la finalidad de esta búsqueda no indicaba nada bueno, optó por ir a ocultarse al domicilio de su gran amigo Remigio Santana, que vivía en la isla de Tranqui, comuna de Queilen.

Remigio realizó algunas consultas ante las autoridades locales con el fin de ayudar a su amigo en apuros. La idea era que el joven trabajador “buscado”, cambiara de identidad, para lo que se necesitaba una buena historia y testigos que la confirmaran. De este modo, Remigio, que era un hombre respetable, argumentó en Castro que el joven había sufrido la perdida total de su documentación en un naufragio, versión confirmada por los testigos que además aseguraron se trataba del hermano menor de Remigio, Octavio Santana. De este modo, el muchacho ya no se llamó más Julio Vera o Andrade o Gómez, sino Octavio Santana, “hermano” de Remigio.

Su esposa en tanto, ya “viuda”, vendió su terrenito en Rauco y algunos animales que poseían y se trasladó a Tranqui para convivir o tal vez casarse con Octavio Santana y de este modo pudieron continuar con sus vidas sin temor a la presunta persecución de la que Julio Vera o Andrade o Gómez había sido objeto por haber trabajado en la faena de Bajo Pisagua, río Baker, año 1906.

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