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La Castaña: La irreverencia juvenil de una generación antipoética

Por: Jorge Montealegre, poeta, ensayista y guionista de humor gráfico | Publicado: 09.12.2021
La Castaña: La irreverencia juvenil de una generación antipoética |
Hermosa, en un estuche que la protege y embellece más aún, volvió La Castaña; “una publicación fuera de serie en el espacio literario chileno de los años ’80”, según Horacio Eloy en su libro Revistas y publicaciones literarias en dictadura (1973-1990).

Incluyendo un número cero y un N° 8 que quedó inédito, se publicaron nueve revistas entre 1982 y 1987. Todas en papel de envolver. Se inició con humor, gráfica y poesía; luego, con la incorporación de Pía Barros se abrió a la narrativa. Ecologismo, feminismo, humorismo y otros ismos estuvieron presentes en sus páginas que hoy se pueden leer en un solo volumen, publicado por Editorial Asterión.

Hablamos de una revista publicada bajo dictadura cuando las condiciones de represión obligaban a la búsqueda de recursos expresivos que, paradójicamente, enriquecían la diversidad que ya estaba en desarrollo. En esos tiempos para publicar una revista había que presentar una solicitud de autorización –en triplicado– al Gobierno. Lo hicimos. Tenemos el documento con el timbre de la oficina de partes de la Junta de Gobierno que certifica el trámite. Pero no hubo respuesta. Una forma repetida para –sin negar explícitamente el permiso– inhibir la circulación de nuevas publicaciones y evitar reclamos en la prensa.

Una revista popular o pobre no tenía que ser fea

La censura y la autocensura determinaron modalidades y tonos en los artistas que buscaban expresarse después del golpe de Estado. En esos días era difícil canalizar esas “ganas de hacer algo”, sin pretensiones heroicas y desde nuestras propias vocaciones. Esa ganas unieron a un grupo de poetas jóvenes, nacidos en los años 50 (principalmente del Grupo Tragaluz); más algunos diseñadores gráficos e ilustradores, que ya eran profesionales para el golpe del 73 (Hernán Venegas, Luis Albornoz, Patricio Andrade, Jorge Lillo, Vicho+Toño Larrea y otros). Y los dibujantes –humoristas gráficos e historietista– más connotados, entre ellos Aetós, Guillo, Hervi, Palomo, Rufino, Amengual, Martín Cáceres… uff, los mejores. La irreverencia juvenil de una generación bastante antipoética más el humor gráfico, construyeron una complicidad que era propicia para la incorporación de la ironía, en la creación de una “revista de poesía” donde se complementaran estéticas tanto literarias como plásticas. Resultó gratificante, entretenido, hacerla.

Sin mayores aspavientos –entonces– por éxitos futuros, pasaron por sus páginas castañas Elikura Chihuailaf, Heddy Navarro, Mauricio Redolés, Pedro Lemebel, Roberto Bolaño, Teresa Calderón… escritores jóvenes de la época. Además, dibujos y artículos de Enrique Lihn; poemas de Ricardo Larraín, un manifiesto de Nieves Yankovic. Otras facetas. 

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A modo de una autocomplacencia en diferido, valga aclarar que cuando publicamos poemas de Armando Uribe, Gonzalo Rojas, Manuel Silva Acevedo, Oscar Hahn, Efraín Barquero, Elikura Chihuailaf, y la crítica al segundo libro de Raúl Zurita, ninguno de ellos había obtenido el Premio Nacional de Literatura. Por otra parte, es triste constatar que la mayoría de nuestros colaboradores –nuestros amigos– ya no están, y que se fueron sin el reconocimiento merecido, pensamos en Alfonso Alcalde, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Floridor Pérez, Gonzalo Millán, Pedro Mardones Lemebel, Paz Molina, Eduardo de la Barra, Payo Grondona. En fin, en estas páginas están envueltas una memoria y una gratitud eternas.

La Castaña era “no-legal, tolerada” (o quizás insignificante); de hecho se distribuía por mano (gracias a Erwin Díaz) e incluso se vendió en algunas librerías. Siempre quisimos superar cierta “dureza” estética y retórica de subterráneo; una superación en calidad gráfica y literaria, respecto de otras publicaciones ilegales. Sin ser especialmente costosa y nunca lujosa, recurriendo a materiales precarios como el papel de envolver, quisimos probar que una revista “popular” o “pobre” no tenía por qué ser “fea”, descuidada, mal escrita. Sin ser insensibles al dolor ni políticamente desinformados, preferimos el humor y la ironía al tono grave y panfletario. De hecho nos vimos prefiriendo la semilegalidad a la clandestinidad, la reivindicación de las autorías al nombre de batalla. Su sola publicación ya era un gesto político. En honor a esa memoria, hoy día se puede revisar.

La Castaña en la Furia del Libro

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