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VOCES| Cumbia en la ciudad sitiada

Por: Juan Ignacio Colil (texto y fotos) | Publicado: 19.04.2021
VOCES| Cumbia en la ciudad sitiada |
Mientras la cumbia suena en la esquina, pienso en la indefensión de los creadores, en la falta de estímulos, en la falta de audiencias que vean el arte como un trabajo y no como un “afición entretenida” a la que se puede aportar “en la medida de lo posible”. Una sociedad que no valora a sus creadores camina al despeñadero. El estado de sitio, la pandemia y las medidas del gobierno han hecho más clara esta relación.

Aprovecho que tuve que salir de la casa por un trámite bancario y me quedé en una esquina. Hace días, semanas que me detengo a mirarlos cuando paso por ahí. Hoy es diferente, llevo mi cámara.

Los músicos y la calle son una historia larga; pero ahora con la pandemia, las restricciones de movilidad, el toque de queda, el miedo a acercase a un desconocido; esa relación se ha vuelto frágil y peligrosa. La pandemia, ha provocado entre otras cosas, el fin del trabajo para la mayor parte de los creadores e intérpretes.

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Como tantos otros millones de trabajadores desprotegidos, los artistas deben continuar trabajando y buscar las formas de generar ingresos. Podrían buscar otras alternativas entre las escasas que existen hoy, pero ellos prefieren seguir haciendo lo que han hecho desde hace años y mantener su oficio. Podríamos llamarlo porfía y también dignidad. 

La esquina de Enrique Olivares con avenida La Florida se agita con el sonido de la cumbia

Son siete músicos que han hecho de este lugar su sitio de trabajo. 

  

En este caso, a los músicos se les acabaron los eventos de empresas, los matrimonios, las terrazas de algunos bares, las calles concurridas, las fiestas universitarias, las tocatas y frente a esa situación no les quedó más alternativa que buscar una esquina para echar mano de su repertorio tropical. No reciben ni los bonos ni los autopréstamos del gobierno, y como son trabajadores independientes que no han cotizado, tampoco han recibido los 10% de las AFPs. 

La agrupación que se ubica en este punto es una mezcla de dos bandas: Metro cuadrado y La parada del sabor

Hay percusión, guitarra, bajo, vientos y huiros. No todos los días están los mismos, pero sí prevalece el mismo entusiasmo. Los autos se detienen en la luz roja y se inicia el fugaz carnaval. 

Mientras les tomo las fotografías, me fijo que el fugaz público de los vehículos se entusiasma con el ritmo y la energía de los músicos.  Algunos pasajeros desde el interior de sus vehículos tararean las letras, otros se mueven siguiendo el ritmo, otros miran concentrados para no perderse un segundo de la breve presentación, los menos se mantienen indiferentes.

Es un show, los músicos no solo tocan sus instrumentos, sino que le agregan energía

Hay que mostrar que el ritmo se lleva en la sangre, aunque haga calor, aunque el ruido de los motores opaque la música, aunque no siempre existan colaboraciones monetarias. Segundos antes de que cambie la luz, pasan recolectando los aportes del ocasional público. Alguien aplaude.

Mientras la cumbia suena en la esquina, pienso en la indefensión de los creadores, en la falta de estímulos, en la falta de audiencias que vean el arte como un trabajo y no como un “afición entretenida” a la que se puede aportar “en la medida de lo posible”. Una sociedad que no valora a sus creadores camina al despeñadero. El estado de sitio, la pandemia y las medidas del gobierno han hecho más clara esta relación. 

Al final de la jornada los músicos ordenan sus instrumentos, lo recaudado se reparte por partes iguales, se comenta lo que ha sido el día bajo la sombra de los pimientos. Mañana comenzará otra jornada al ritmo de la cumbia en una ciudad sitiada.

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