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VOCES| Fatiga pandémica: esa temible indiferencia

Por: Pía González Suau, escritora | Publicado: 15.01.2021
VOCES| Fatiga pandémica: esa temible indiferencia |
La indiferencia que impulsa a los jóvenes de clase alta a juntarse como si no pasara nada, es la misma que pasea un presidente por la playa como si no tuviese que dar el ejemplo.

La OMS acaba de definir la actual situación como un estado de fatiga pandémica. Se trataría de un agotamiento anímico en la población, al alargarse la incertidumbre.

Al recibir de la autoridad el mensaje, a principios de le enfermedad, que lo que estaba sucediendo era muy grave, hubo alarma. Con el paso de los meses, vamos  escuchando que lo que ahora viene es mucho peor, ahora sí que es terrible. No hemos vivido nada, comparado con esta segunda ola, y con la tercera o cuarta o infinita conversión del virus.

Se entiende el desconocimiento de un virus que, a medida que transcurre el tiempo, ha ido mostrando su potencialidad y daño, pero lo que resulta difícil de aceptar es la incapacidad de comunicar un mensaje claro, didáctico y más amable que lo punitivo, dentro de la incertidumbre propia de una pandemia.

Se repiten hasta la majadería instrucciones, pero no hay campañas que eduquen, de manera didáctica, lo que piden. Se menciona la comunidad pero falta la noción básica de terminar con ese concepto fatal del sálvese quien pueda y la humildad de reconocer el haberlo instalado como un valor y no como un error. Urge el cambio, la necesidad de reemplazarlo por la idea de un vivir distinto.

Esto que parece de sentido común, está ausente. Desde la manera cómo nos hablan las autoridades hasta la actitud personal con la vecina, con la calle, con el barrio, con el trabajadxr, con el peatón, con la ciclista. Es un coro de sordos, que aplica esa idea de si yo y mi familia estamos bien, los demás importan poco.

Estamos agotadxs y volvemos la espalda a nuestro entorno

¡Qué otrxs se preocupen, yo apenas puedo salir a la puerta! No está en mis manos. Y por supuesto que no lo está. No podemos cambiar años de injusticias y desigualdades. No hacemos las políticas, ni siquiera las conocemos. Solo somos el objetivo, el punto final de ellas.

Las personas actúan por convencimiento no por castigos. Puede que esto último produzca una reacción de temor, pero eso dura un rato. Después viene una contrarreacción peor. Un hastío que lleva al desafío de no respetar las reglas y finalmente esa temible indiferencia, que tan incrustada está en la comunidad.

La misma que impulsa a jóvenes de clase alta a juntarse como si no pasara nada. La misma que pasea un presidente por la playa, como si no tuviese que dar el ejemplo. La misma que organiza carretes en barrios de gran contagio, como si vivieran solos y el vecindario y sus viejos y viejas no existiesen.

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Total, dice el chico o chica de Cachagua, si me enfermo y me pongo mal (algo muy difícil porque soy joven) me internarán en una clínica, con todos los cuidados, bajo la supervisión de una red de familiares y amigos, entre médicos conocidos y parientes. Los dueños de mi mundo, que se encargarán de mi persona con especial cuidado.

Jóvenes que han sido educados con la sensación de ser infranqueables, inmunes a la adversidad, protegidos de toda perturbación, como les dicen en misa.

¡Que importa! argumentan él y la joven de la fiesta en Cerillos, si igual me puedo enfermar en la micro o en el metro. Da lo mismo, agregan, porque de algo hay que morirse, al menos no estaré encerrado, conviviendo con adultos que ya están determinados a pasarla mal. Padres y abuelxs que no han sido atendidos a tiempo en sus enfermedades, que arrastran dolores y pesares, sin salida. Jóvenes que cargan con la fatalidad de un cotidiano insuperable. Uno que los endurece y los vuelve inmunes a la empatía. Porque no están libres de todo mal, al contrario, son parte de la población que muere antes, por acumular dolencias no atendidas.

Pero los necesitamos para sobrevivir

A todxs. Dependemos de sus decisiones y de sus sentimientos. Si persistimos, como adultos, en continuar en esta batalla de egos y si las autoridades insisten en lavarse las manos y no hacen una verdadera autocrítica, la epidemia nos consumirá. No siempre en lo físico, pero de todas maneras perpetuará una sociedad mal planteada, en crisis evidente, con el egoísmo que espera al acecho, para adueñarse de nuestro cansancio.

Nos queda no bajar la guardia, estar atentos a nuestros sueños, no desistir en creer y pensarnos como una mejor sociedad. Atentos a las personas que hace rato están en ese empeño, atentas a no dejar pasar que nadie está de más y que un buen vivir es contrario a solucionar los problemas a combos y disparos de diversos calibres.

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