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“Un show pa’ la tele”: La supuesta fiesta clandestina que terminó con detenidos inocentes en Bellavista

Por: Johanna Watson, periodista @jowapa | Publicado: 01.02.2021
“Un show pa’ la tele”: La supuesta fiesta clandestina que terminó con detenidos inocentes en Bellavista |
La mañana del 29 de enero del 2021, los medios anunciaban al unísono el hallazgo de una nueva fiesta clandestina, que había dejado 52 detenidos en el Barrio Bellavista. Uno de esos detenidos fui yo, y esta es la historia que ningún medio reporteó.

Como periodista musical, fui invitada por la productora Meta Pega a su primer evento del año, una versión híbrida de su Festival Sativa, que mezclaba música en vivo con una transmisión online a través de la plataforma Passline. El Festival tiene 6 años de trayectoria y convocaba a 10 mil asistentes cada vez. En esta ocasión, actuaría la rapera Garzía con Z, Excelencia Prehispana y NFX. El flyer apareció en las redes del festival, con 60.557 seguidores en Facebook y 31.700 en Instagram. Además, el evento fue difundido por medios digitales y anunciado en la cartelera del sitio web de Passline.

La cita era para el día jueves 28 de enero, con horario de término a las 21:00. El  show se desarrollaría en la  terraza de la Casona Hilda Parra –propiedad de la familia Parra– ubicada en Dardignac #60. Los valores fluctuaban entre los $3.000 (Passline) y $10.000 en el local, precio que incluía regalos.

El lugar

Asistí al evento junto a mi pareja –profesional de la industria musical– mi cuñada y un amigo. Cuando llegamos, tomaron nuestra temperatura y nos guiaron hasta una mesa. Eran las 20:00 horas y sobre una tarima actuaba Excelencia Prehispana. Nos alegramos al verlos, hace más de un año no veíamos a nadie tocar en vivo.

En el lugar había 15 mesas y 3 sillones, con suficiente espacio entre ellas. La gente que presenciaba el show estaba sentada. El espacio funcionaba como restaurante, pedimos algo para picar y tomar. En diferentes puntos de la terraza, había señalética donde se recordaban las medidas y protocolos sanitarios.

A las 20:45 el trío terminó su actuación y durante 10 minutos sonó música envasada. En ese tiempo, la mayoría se paró para irse del local. Pagamos la cuenta y a las 21:02 bajábamos las escaleras de la Casona. Pero había atochamiento y confusión. Carabineros no dejaba salir a nadie y solicitaba a todos el carnet de identidad. Entregamos el nuestro con tranquilidad, sabiendo que no cometíamos ningún delito.

Show pa la tele

Al preguntar cuál era el motivo del procedimiento, Carabineros hablaba de “fiesta clandestina”. Seguimos esperando que nos dejaran salir y nos devolvieran nuestros carnets, preocupados por el toque de queda que se avecinaba, hasta que llegó. A eso de las 22:15 nos informaron que seríamos detenidos y llevados “por protocolo” a una comisaría, donde se nos otorgaría la libertad, devolución de la cédula y un permiso especial para transitar en toque de queda.

Primero llamaron a las mujeres. En la puerta hacia la calle, entre carabineros se preguntaban si nos esposaban o no, decidiendo por lo segundo. Antes de salir, una carabinera me entrega una mascarilla y guantes de látex, mientras una cámara de Canal 13 registra el procedimiento. Fui la segunda mujer en dejar la Casona  y un periodista me pregunta “¿sabe por qué está siendo detenida?”. Le respondo “No tengo idea, vine a un evento público, difundido, estábamos con distancia social en una terraza”. Subo al retén y soy grabada junto a mis compañeras dentro del carro policial, como si fuéramos delincuentes.

Cuando cierran las puertas del vehículo, un carabinero dice “¿para qué andan en fiestas clandestinas?”. Rebatimos su argumento, y le pregunto cuál es el motivo de la detención. Él responde “cuando lleguemos a la comisaría se les informará”. Insisto “es nuestro derecho saber el motivo”. Con una sonrisa dice: “Esto es un show pa’ la tele”.

Cuando llegamos a la comisaría, preguntamos la razón de la detención y nos informan que es “porque carreteaban en toque de queda”. Caminamos por el estacionamiento de la comisaría las 6 detenidas, no había carabineras. La carencia femenina en ese contexto era intimidante.

Comienza la pesadilla

Entramos a un lugar donde nos pidieron nombre y RUT. Mientras tomaban los datos de mis compañeras, avancé unos pasos y vi una escalera hacia abajo. El lugar era lúgubre y oscuro. Entonces lo supe: estábamos en el calabozo. Sentí terror, había una puerta enrejada y entre el entramado de los fierros varios ojos nos observaban.

“¿Nos van a meter aquí?” pensé. Parecía una broma, una ‘joda para Tinelli’. A escondidas, tiritando y arriesgando que me reprendieran, usé por última vez mi WhatsApp. Avisé a familiares y abogados que la situación no terminaba “en la comisaría” como nos habían dicho, sino que  ingresaríamos a un calabozo. Logré tomar una foto antes de bajar.

Apagamos teléfonos, entregamos pertenencias, incluyendo cordones de zapatos. Todo era introducido en una bolsa junto a un papel con nuestros datos. Nos ingresaron de a una al baño, donde, frente a una carabinera, tuvimos que mostrarnos en ropa interior y mover el sostén para que comprobaran que no escondíamos nada.

El verdadero foco de contagio

Sin tomarnos la temperatura o proporcionarnos alcohol gel, nos llamaron por nombre para ingresar al calabozo. Fui la segunda en entrar. Había dos mujeres de otro procedimiento en estado de ebriedad. Me preguntaron “y tú qué hiciste?”.  “No sé”, dije. El lugar medía 6 x 2 metros, era insalubre, olía a orina, y en las paredes había rastros de sangre, huellas de zapatos, chicles y mucosidades.

Una de esas dos mujeres pedía ir al baño, reclamaba que desde las 8 de la tarde lo solicitaba y eran más de las 11 de la noche.  Al parecer, ella era habitual en el cuartel, ya que había familiaridad en el trato entre ambas partes. En un momento, durante el ingreso de otra de las compañeras que llegaba desde la Casona, la mujer se abalanzó sobre los carabineros, quienes la golpearon y redujeron. La situación fue angustiante. Sentí vulnerabilidad por nuestra integridad física y mental. 20 minutos después le permitieron ir al baño y las dejaron en libertad a las 4 de la madrugada.

Durante casi 6 horas, fuimos 21 mujeres juntas en 12 metros cuadrados. Paradójicamente, en la comisaría estábamos cien veces más expuestas a un contagio: no había protocolo sanitario. Hicimos hincapié sobre el nulo distanciamiento social y una carabinera respondió:  “hemos metido hasta 70 personas aquí”.

En media hora más

Luego ingresaron los hombres. A ellos no se les pidió mostrarse en ropa interior. Los dividieron en dos grupos, en celdas que estaban a ambos costados de la nuestra. A la derecha hubo 12 detenidos. A la izquierda, 20. Ambos espacios eran más grandes que el de mujeres.

A las 00:00 horas estábamos los 52 en nuestras celdas. Todos queríamos saber por qué estábamos ahí. Un carabinero responde “sobrepasaron el aforo”. Ya nos habían dado tres razones diferentes, pero entendíamos que la Casona tenía permiso para 50 clientes en la terraza. En total, entre clientes, artistas, staff e invitados, sumábamos 44 personas. Los 8 restantes eran trabajadores del local. Si estábamos pasados en aforo ¿era responsabilidad de los asistentes? Se nos negó hablar con un superior, y ante la pregunta “¿a qué hora nos liberan?” respondían “en media hora más”.

Entre los gritos de rabia y frustración, también hubo espacio para hacer hip hop: escuchamos un beat box de Excelencia Prehispana.

Premios Oscar

A las mujeres se nos dejaba ir al baño de a tres, un lugar desprovisto de jabón y papel higiénico. Ante la petición del último insumo, se nos negó.

Cuando los hombres pidieron ir al baño por primera vez, los hicieron ir esposados y de a dos, escoltados por Carabineros. Al regresar contaron lo siguiente: “en el pasillo estaba la TV grabando. Nos pidieron bajar unas escaleras y subir a una patrulla”.

Ellos tuvieron que “actuar” su detención, dentro de la comisaría, para la televisión. Nunca más, durante toda la noche, los hombres fueron a hacer sus necesidades esposados, y desde ahí en adelante los hicieron ir de a uno.

Estoy en mi casa y ando como quiero

A las 5 de la madrugada, nos llevaron hasta una oficina para “constatar lesiones”. Había dos carabineros en un escritorio. Uno de ellos no usaba mascarilla. También había una carabinera y un hombre mayor, vestido de civil, sin identificación. Él tampoco llevaba mascarilla. Le pregunté por qué no las usaban.  Este cuestionamiento fue replicado por otra de mis compañeras. Ante las interrogantes, el hombre empujó violentamente una puerta, respondiendo con agresividad “estoy en mi casa y ando como quiero”.  La carabinera preguntó “¿quiénes son las choritas que van a tener problemas?”

Tortura psicológica

Cada vez que nos llamaban para algo, no explicaban o mentían. De hecho, cuando firmamos la constatación de lesiones, un carabinero me hizo creer que salíamos del recinto,  permitiéndome hablar con mi pareja que estaba en la celda contigua. Cuando supe que debía volver fue angustiante, nuevamente nos habían engañado.

La poca información y la falta a la verdad, ocasionaron gritos y golpes a las rejas por algunos compañeros. Un rato después, los carabineros apagaron la luz de todo el calabozo, y se mantuvieron en silencio absoluto. La situación duró aproximadamente 1 minuto y medio.

Sentí pánico. Algunas nos acercamos en la oscuridad, dándonos palabras de aliento y nerviosa tranquilidad. Pensamos que estábamos a punto de experimentar algo muy malo: era su territorio, su impunidad y sus formas de tortura psicológica.

Las horas se hacían interminables, los minutos, los segundos. El cansancio no permitía mantenerse en pie. Con el paso del tiempo, algunas cayeron rendidas de sueño. Otras aprovechamos de conocernos. La mayoría eran mamás, y dos de ellas lactaban a sus guaguas.

Luego de la falsa respuesta de “en media hora más”, una carabinera nos dijo que nos liberarían, porque el toque de queda había finalizado. Otra mentira. Cada vez que esto pasaba, se activaba un sentimiento terrible, la espera y la incertidumbre eran angustiantes. Mi cuerpo se acalambraba, necesitaba moverme, caminaba sorteando a las compañeras que dormían en el suelo.

Algo de humanidad

La chica embarazada sintió fatiga y sed, no se alimentaba hace doce horas. Una compañera del staff del Festival Sativa mostró la situación a carabineros y consiguió que nos dieran una bolsa con pan y una botella de jugo. La primera en alimentarse fue la embarazada, quien comió y bebió sin posar los labios en la botella, para evitar el riesgo de contagio.

En otro momento, una de las carabineras le facilitó su teléfono personal para que la chica llamara a su familia.

Libertad

En el calabozo no existe noción del día o la noche, ni del amanecer, ni del paso del tiempo. Ahí siempre está oscuro, y cada segundo es fatigante. A las 7 am nos indicaron que estábamos libres, a excepción de la administradora de la Casona. Minutos después la sacaron del calabozo.

Pero aún faltaba para salir: Una ducha, la cama, recuperar la libertad, era el deseo más profundo que seguramente todos compartíamos. Entre tanto, la ventanilla del fondo, una media luna enrejada con vista al concreto, exacerbaba la sensación de encierro y sofoco.

Estar embarazada no es ninguna enfermedad

A las 8 am dijeron “las mujeres salen antes”. Pero otra vez mintieron. En el procedimiento, los carabineros chequeaban con listas, papelitos y carnet para llamar a cada detenido, confundiéndose y duplicando los llamados. Su precariedad y torpeza ocasionó que el trámite se desarrollara de manera desesperantemente lenta.

Miré todo tras la reja, comprobé la falta de método en un proceso habitual para Carabineros: otorgar la libertad a un detenido. La ineficacia era subdesarrollada.

Dada la demora, una compañera dijo “íbamos a salir primero, hay una mujer embarazada”. Un carabinero replicó “estar embarazada no es ninguna enfermedad”. Nos miramos con indignación. Llevábamos 11 horas y media encerradas en condiciones infrahumanas.

Cuando las mujeres salimos a firmar y recuperar especies, vimos a la administradora encerrada en una verdadera jaula humana, parada, sin siquiera una silla. Estando ahí, vio cómo las carabineras registraban nuestras pertenencias y nos llamaban “chinches culiás”. También nos contó que al pedir agua, una carabinera recogió una botella del suelo, la llenó de agua y se la pasó. No la bebió.

Siendo las 9:45 am obtuve mi libertad junto al resto de compañeras. Ya en la calle, amigos, parejas, conocidos, pudimos mirarnos otra vez.

Datos falsos replicados por la prensa

Durante la mañana, nos enteramos de la cobertura que los medios le dieron al caso, donde Canal 13, CHV, Mega y TVN, hablaron unilateralmente de “Fiesta Clandestina” con 52 detenidos.

En CHV la periodista Monserrat Álvarez dijo: “…hay que ser muy cara de palo y un poco pavo a estas alturas, porque finalmente la fiscalización a las fiestas clandestinas está aumentando muchísimo”.

Muchos chilenos tenemos respeto por su trayectoria, sin embargo hoy tengo un mensaje: Montserrat, es más cara de palo y pavo emitir un juicio sin informarse de lo que se está comunicando. Lo que viste eran registros de archivo de un evento autorizado, ocurrido el 9 de enero en Espacio Moon.

Por su parte, Julio César Rodríguez, que se ha ganado el respeto de la audiencia por su sensatez ante causas sociales, también opinó:  “Esta gente se ve grandecita, con barbitas, personas peluditas, como le decía el papá a uno, ya estai peludito pa’ que te mandís estos condoros”.

Julio: Con el respeto que le pides a tus entrevistados y el mismo gesto de manos, efectivamente éramos adultos, ‘peluditos’ como dices, pero conscientes Julio, por eso estábamos ahí, porque el evento estaba permitido.

Más tarde, el periodista pidió disculpas a quienes aparecieron injustamente en el compacto de nuestra detención, mientras se mostraban las verdaderas imágenes del evento. Pero los detenidos del jueves también estábamos en un encuentro legal y acondicionado para la situación. Las imágenes esclarecen acusaciones ¿nos pedirán disculpas también?

Eficaces Carabineros

Como si todo hubiese sido poco, a muchos se nos mostró por televisión, siendo detenidos a rostro descubierto, causando un perjuicio moral irreversible.

Hemos sido víctimas de un relato triunfalista, un show levantado a coro entre el gobierno y la policía,  replicado sin cuestionamientos por los medios sin considerar nuestro testimonio. Canal 13 muestra mi detención y me exhibe arriba del carro policial. ¿Por qué no incluye la respuesta que le di al periodista antes de subir al retén, diciendo que el evento era público y legal?

Posiblemente mis palabras no eran funcionales al relato que se instaló, construido en base a una mentira y a nuestra exposición pública, pero conveniente para instituciones cuestionadas por su falta de rigor ante episodios como el de Cachagua.

Precarios, abusadores e impunes, Carabineros juega con la libertad y salud de las personas, exponiéndolas al contagio en sus dependencias, además de destruir el trabajo de profesionales que intentaban, acatando la ley, reactivar el rubro de la música en vivo,  aunque fuera para un público simbólico de 35 personas, cuando habitualmente lo hacen para 10.000.

Finalmente, el carabinero del retén que me respondió al principio fue el único que habló con la verdad: Esto fue un show pa’ la tele.

 

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