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LUGARES PROFANOS | ¿Existió realmente un Warnken bueno?

Por: Pal Tinto, crítico literario | Publicado: 08.02.2021
LUGARES PROFANOS | ¿Existió realmente un Warnken bueno? |
Warnken avanzó transando todo lo que pudo. Por eso digo, no sé si hubo un Warnken bueno. ¿Y el de La Belleza de Pensar? Qué gran programa, puros entrevistados top. Pero pucha el entrevistador penca. Jamás me resultó grato.

Cristián Warnken lamentó el cierre del un restaurante de comida italiana producto del estallido social y la posterior pandemia, calificándolo como un lugar sagrado. Y toda la galería lo pifió por cuico, por ABC1, por snob y siútico, por lo remilgado de su gesto de bardo de Ásterix, porque su lamento no puede sino resultar insultantemente superficial cuando miles de compatriotas y de extranjeros pasan un hambre de tal magnitud que iluminó incluso el emblemático falo celular de la Plaza Dignidad, otrora Italia o Baquedano.

El escritor Carlos Tromben propuso una salida tan ingeniosa como amable. En su Facebook escribió:

“En realidad Warnken no es Warnken… El que ahora escribe y hace entrevistas es el doppelganger del otro, del bueno, del humanista. Ocurrió una noche de Luna llena a la salida del Squadritto. El vate había tomado algunas copas demás conversando de Teiller y de Lihn con Jorge Edwards en el lugar sagrado, y al emprender el camino de regreso notó que alguien lo seguía por Victoria Subercaseaux. Con horror comprobó que era su doble exacto, flaco como él, de la misma estatura, los ojos, el cabello. El doble lo siguió hasta un lugar apartado del parque Forestal y lo ejecutó con sus propias manos, impasible como el ángel de Rilke. Luego se deshizo del cuerpo en las caletas del Mapocho. Desde entonces firma columnas chotas y hace entrevistas corneteras que hubieran hecho sonrojar al Warnken verdadero.”

Yo me pregunto: ¿existió realmente un Warnken bueno? ¿Cuando hacía la revista Noreste? A las y los lectores jóvenes les invito a googlear qué era eso. Es de la época en que se hacían revistas en papel, en la dictadura, en ese contexto atroz de muertes impunes, aquel Cristian Warnken hacía una revista de poesía que era lo único o lo mejor que podía hacer siendo sobrino de un poeta tan importante como subversivo, Enrique Lihn. Era otro mundo, insisto.

Lihn hacía performances delirantes, tenía un personaje, hizo un video Adiós a Tarzán, donde en un juego de palabras invitaba a Avanzar sin Tarzán, que era un eslogan socialista: “avanzar sin transar”. El que dijo eso fue Carlos Altamirano, y en realidad lo dijo señalando el camino de la renovación o vuelta de chaqueta socialista. Pero la izquierda –que ya no era el Partido Socialista– lo tomó y resignificó en la calle. Avanzar sin transar era seguir adelante, sin venderse. Pero me voy por las ramas. Ese era Lihn. En la vereda totalmente opuesta, Warnken avanzó transando todo lo que pudo. Por eso digo, no sé si hubo un Warnken bueno.

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¿Y el de La Belleza de Pensar? Qué gran programa, puros entrevistados top. Pero pucha el entrevistador penca. Jamás me resultó grato. Siempre lo encontré exageradamente zalamero, chupamedias, a todos sus entrevistados les sonreía con la misma admiración bobalicona. ¿Puede entrevistarse de la misma manera a Isabel Allende y a Roberto Bolaño? ¿A Patch Adams y a Humberto Maturana? Es como quedar bien con Dios y con el diablo.

Además ahora me he enterado de algunas chapucerías ominosas, como algún entrevistado al que abordó sin habérselo leído pero ante el que fingió haberlo hecho (el dato lo desclasificó alguien que trabajaba en una editorial a la que Warnken llegó a último minuto pidiendo todos los libros del autor, y no habiendo ejemplares, se conformó con leer 1 o 2 archivos PDFs, los resúmenes de contratapa).

Siempre en realidad me molestó su actitud de alumno ejemplar, mateo, que se lo ha leído todo. Era justamente lo que me hacía dudar de su genuina inteligencia. Como los alumnos mateos que se saben de memoria la lección pero no son capaces de criticar y no tienen pensamiento propio. Así era ese Warnken “bueno”. Así era su belleza de pensar. Metáfora de los años 90. Pensamiento en la medida de lo posible. Sin crítica.

Otras, las posteriores, lo reflejan. Warnken presentador y maestro de ceremonias en importantes reuniones de altos empresarios. Cristián demandado por la familia del poeta Juan Luis Martínez por un libro hecho sin permiso, en la editorial que él dirige. Asimismo, firmando cartas en La Segunda, llamando a la paz social ante el estallido, junto a la veleidosa Javiera Parada, el presidente de la Sofofa Bernardo Larraín, y el cura Felipe Berríos. Lindo cuarteto. Warnken, profesor, académico, conversando con el expresidente Ricardo Lagos, el mejor presidente que han tenido los empresarios, incluso mejor evaluado que Piñera, que es empresario. Warnken rostro de ICARE. Estos datos nada más ya dibujan un lugar. Desde dónde habla.

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No me extraña que el restaurante que cerró sea para ese Warnken un “lugar sagrado”. Ya había cerrado el mítico Parrón de Providencia. Para el resto del país, que ha visto cerrar miles de locales comerciales, de boliches históricos y de picadas con colaciones a 3 lucas, hay otra manera de entender lo sagrado.

“Sagrado es el cerro Huelén, y la boca te queda ahí mismo”, le recordaron por twitter. Pero esta columna se llama «Lugares profanos” y en este mes que nos dejó sin Festival de Viña desarrollaré algunas semblanzas de algunos de aquellos sitios. Lo sacro le va bien a esa gente que le cree a Warnken, su personaje de líder espiritual, de humanista iluminado, de hombre sabio, de gurú de enciclopedia. No a los que comimos en el Canalla, en Las Tejas de San Diego, en La Piojera, en el Bar Serena, en el 777 de Alameda, los que cuando íbamos al barrio alto lo más lejos que llegábamos era a Donde Bahamondes.

El Rapa Nui no cuenta porque sigue en pie, y esto es para los lugares que cerraron (aguante el Rapa Nui, carajo). Todos esos locales en algún momento se acuicaron, se llenaron de abajistas. Así no más es, los cuicos lo arruinan todo. Llámenme resentido social, no me ofendo. A mucha honra. Así es como los lugares profanos se chacrean y se convierten en lugares sagrados. Gentrificación le llaman también, pero aunque es un asunto adyacente, esa es harina de otro costal. Así que me voy a dedicar en las próximas 3 semanas a contarles un poco de esos lugares que perdimos, no con el estallido y la pandemia, sino antes, con el modelo de ciudad que soportamos, con el avance de las inmobiliarias. Este solo es el aperitivo.

 

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