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LUGARES PROFANOS| Del Prosit a Las Lanzas: resistiendo en medio de grescas literarias y bares desaparecidos

Por: Pal Tinto, crítico literario | Publicado: 22.02.2021
LUGARES PROFANOS| Del Prosit a Las Lanzas: resistiendo en medio de grescas literarias y bares desaparecidos Fotografía de Javiera Ortiz Pulgar, periodista |
No quiero cerrar esta serie de columnas sin homenajear a varios otros tugurios en los que nos dedicamos con entusiasmo a dañar nuestros hígados. Había por ejemplo un legendario triángulo de las Bermudas en la Plaza Italia antes que se llamase Plaza Dignidad.

Los desaparecidos y más tóxicos eran el Jaque Mate y El Castillo, en cuyas mesas a cierta hora se jalaba con descaro y hasta petulancia. El público era una combinación peligrosa de seres noctámbulos, borrachos que venían de Bellavista, conductores de colectivos a Puente Alto, y tenebrosos clientes del Rugantino, boliche donde se sentaban algunas señoritas discretamente custodiadas a la espera de una oferta que se concretaba como transacción en los moteles de Parque Bustamante o del Parque Forestal. De todos esos locales que ya no existen, el que se lleva todos los aplausos por seguir aún en pie, ahí al lado del Teatro de la Universidad de Chile, es el Prosit

Siguiendo la tónica literaria, cabe consignar que afuera del Prosit se dieron un par de legendarios puñetazos el poeta Germán Carrasco y el escritor Leonardo Sanhueza. Nadie sabe por qué, pero dicen que fue Carrasco el que le buscó el cuesco a la breva. Los garzones del Prosit, eso sí, están acostumbrados a escenas mucho más serias. Estando una vez allí, vimos a un transexual ser detenido por carabineros violentamente. Entró al local pidiendo un baño, sangraba por boca y ojos, y se quejaba a gritos de que lo habían atacado, decía que le habían arruinado la cara, lucía efectivamente una hinchazón atroz.

El personal del local, no sabemos si por ayudarla o por deshacerse de ella, llamó a los carabineros que estaban de punto fijo afuera. No se demoraron nada, entraron y poco pudimos hacer quienes presenciamos la detención, que una vez estando afuera del local, se puso violenta, pues para subirla al retén móvil o patrulla, los agentes no dudaron en asestarle un par de culatazos. Sus gritos destemplados quedaron rebotando en esa madrugada típica de fin de semana en Plaza Italia.

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Otro mitológico intercambio de combos literarios fue el que protagonizaron Héctor Hernández y Óscar Saavedra en las afueras del restaurant El Chancho Seis, a pasos de la actual Radio Cooperativa, en el Barrio Yungay. Dicen que en realidad no llegaron a golpearse, que quedó en bravuconada, que el único que salió perjudicado por meterse al medio y tratar de detener la pelea, fue un tercero, el escritor Francisco Miranda, que tropezó con la vereda y terminó dándose un costalazo en la berma.

Lo cierto es que El Chancho Seis hoy es un restaurant vegetariano de exquisito menú para oficinistas, y es por lo tanto de los boliches que ha sobrevivido y se ha adaptado. Porque en sus inicios fue una taberna donde se vendían cerveza de litro a luca, y donde se daban cita regular poetas jóvenes y talleristas. Estaban los martes de payadores y decimistas, y era en definitiva una sede de lecturas poéticas que ponían a prueba al parroquiano común y corriente que solo quería tomarse una caña o una cerveza, hasta que el propio dueño del local, Juan Carlos, les pedía silencio. A este bar vienen poetas y se respeta la lectura, el que no quiere guardar silencio, se puede ir. Semejante política de clientes fue sin embargo un costo que no pudo seguir asumiendo a expensas de sus finanzas.

Los poetas debieron buscarse otro tugurio

Y entonces se trasladaron unas cuadras más arriba, al extraño local con dos nombres conocido como La picá de Gloria pero con un cartel que decía Restaurant Café Santa Julia, un boliche que en la esquina de Catedral con García Reyes se quemó hacia el 2017 clausurando una época de poesía en los bares del sector.

Vuelvo a Plaza Italia de la mano de las lecturas poéticas, para recordar el querido bar El Cuervo, al lado del Cine Arte Alameda, lugar en que nos reuníamos como comité editorial cuando hacíamos la revista La Calabaza del Diablo, hacia el año 2000. El Cuervo bajó sus cortinas justo antes del estallido. En su misma vereda, más allá, estaba el Olímpico II que se llamaba en realidad El rincón del sabor, que también era frecuente lugar de cita de poetas y escritores, y que resistió hasta que la Plaza Italia pasó a llamarse Dignidad. Antes de ser El Rincón del Sabor, fue brevemente una sucursal de La Terraza. Era La Terraza II, La Terraza I estaba en Vicuña Mackenna. Creo que en el Patio Bellavista sobrevive actualmente la única sede de esa firma.

Salgo de Santiago centro para rendir homenaje a otros boliches de comunas con vida nocturna

En Ñuñoa, el triángulo de las Bermudas lo conformaban, subiendo por Irarrázaval, el Bal Le Duc en la esquina de Lo Encalada, el Crucero al lado de los baños turcos a la altura de Salvador, el Café Negro y Las Alegrías (o Alergias) de España al llegar a Manuel Montt. Todos estos locales pertenecían a la dudosa estirpe del Jaque Mate y El Castillo. Boliches en los que yo mismo protagonicé alguna gresca vergonzosa, bajo los efectos indecorosos de la combinación de pisco y diosa blanca. Qué años más oscuros, qué malas costumbres teníamos, sumidos en el escepticismo pesimista de un fin de siglo que se remataba al mejor postor, como tu hermana y mi madre según la canción de Los Tres.

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Necesario es insistir en el carácter de patrimonio que ostenta legítimamente y con total propiedad el clásico Las Lanzas en la Plaza Ñuñoa. La muerte de su dueño no hizo mella en sus parroquianos, donde suelen concurrir artistas de múltiples disciplinas. En la plaza misma, en aquellos años de la euforia democrática, podía verse o escucharse a bandas como Congreso o Ángel Parra Trío en la glorieta de la plaza. El Teatro de la Católica y la discoteca La Batuta, conformaban el circuito más cool de entonces. Pero a Ñuñoa llegaron igual los edificios, y el metro y las inmobiliarias, y ese paisaje quedó obsoleto, poco moderno.

Más arriba, sin que nadie entienda cómo, aún resistía hasta hace poco, en plena Plaza Egaña, una picada digna de Condorito: el Franco Suizo, boliche que testimoniaba los años en que esa intersección de Irarrázabal con Américo Vespucio, se llenaba de gente que iba a los recitales punk del Gimnasio Manuel Plaza o a hacer las compras al supermercado Marmentini Letelier. Mención aparte para el resistente RegenBogen, en Diagonal Oriente con Gorostiaga. ¡Aguante el Regen, carajo! 

La verdad es que es bastante larga la lista de estos lugares profanos, nuestros lugares santos como decía Warnken, y son abundantes las anécdotas en consecuencia. Pero pucha, se acaba la hoja donde escribo esto y ya no me quedan servilletas. Hay muchas más historias por supuesto, aunque no sabemos si sean más aburridas o enjundiosas. De cualquier manera, tendrá que quedar para la otra.

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