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VOCES | Histerismos para la tele: País siniestro, país soñador

Por: Jorge Montealegre, poeta, ensayista y guionista de humor gráfico | Publicado: 17.03.2021
VOCES | Histerismos para la tele: País siniestro, país soñador |
Muchas horas de competencia por el rating, de imágenes inútiles, repetitivas, de noticias que no son noticias, de expertos que no son expertos, de periodistas que no son periodistas, que alimentan el morbo. Sin memoria, nadie pregunta por otras personas desaparecidas, por otros niños; por otros usos de los mismos recursos en esa misma región donde ocurren otros desmanes: “son injusticias de siglos” y las conexiones son básicas. Nosotros aportamos la sintonía.

Cuando se critica a los medios de comunicación, generalmente se hace en virtud del tratamiento de la información y no de lo omitido. En estos días somos testigos del exceso y la escasez. La profusión de ciertos tópicos y la omisión de otros. No hay dosificación. Se ha impuesto una atmósfera sórdida, macabra, el exhibicionismo de los instintos básicos, paradójicamente en un momento histórico cuando la ciudadanía debería empinarse para mirar más arriba.

Haciendo zapping, saltando de un canal a otro en la mañana, da la impresión de que vivimos en un país siniestro, morboso, como si la pantalla fuera el ojo de una cerradura gigante que nos seduce para espiar impúdicamente lo peor de nosotros: incluidos nosotros mismos en cuanto mirones, voyeristas de lo escabroso que se muestra y que se sugiere. El niño asesinado. La adolescente desaparecida. El femicidio. La encerrona, la persona arrastrada por el suelo. El portonazo. Las balas de delincuentes y carabineros. Otra niña muerta. La bala loca, la sociedad loca.

Ese ojo pestañea para dar paso a comerciales: la perversión con auspicio, la industria del miedo. La noticia se cubre y al mismo tiempo cubre todo el resto como si no pasaran otras cosas en el país.

Cínicamente se advierte que no se dice ni se muestra todo para respetar el horario que “protege” a los menores. Pero se habla de niños y niñas –con nombres y apellidos–, asesinados, abusados, baleados.  Así, toda la mañana. Y vemos aterradoras turbas dispuestas a linchar y lapidar a una persona, histerismos para la tele y entrevistas que incitan e insisten en las pena de muerte. Incertezas, desprolijidades, desconfianzas. Parece decepcionante que el sospechoso resultara inocente y será decepcionante si resulta culpable. Rompamos el auto que lo lleva. Estamos en la tele. Han sido mañanas espeluznantes.

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Muchas horas de competencia por el rating, de imágenes inútiles, repetitivas, de noticias que no son noticias, de expertos que no son expertos, de periodistas que no son periodistas, que alimentan el morbo. Sin memoria, nadie pregunta por otras personas desaparecidas, por otros niños; por otros usos de los mismos recursos en esa misma región donde ocurren otros desmanes: “son injusticias de siglos” y las conexiones son básicas. Nosotros aportamos la sintonía. El zapping ofrece otras cosas, al pasar, en medio de la pandemia que es mucho más que un virus. Un alcalde reparte cachetadas en la plaza pública. Brigadistas privados inician incendios para cobrar horas extraordinarias. Vigilantes públicos cobran por vigilar. Los autoatentados. La corrupción patética y la otra no menos despreciable.

A días de escribir una nueva Constitución y de elegir representantes para diversos cargos de elección popular, se supone que el mismo país siniestro está soñando en tener un mejor país y ser mejor representados. Personas de izquierda y derecha, de todos lados, por el bien común. Con grandes ideas, con ideas locas, momias y revolucionarias, con ideas que no son para una constitución, atendibles e inadmisibles; pero hay que conocerlas si queremos profundizar la democracia. En grupos, asambleas, cabildos, zoombidos varios, se conversa por la carta fundamental que regulará nuestra convivencia. Tenemos la oportunidad –con dificultades evidentes– de pasar de una constitución de origen ilegítimo a una constitución originada por primera vez con participación de la ciudadanía. Pidamos estado de asamblea en lugar de estado de sitio. Diálogo y amistad cívica para aclarar las diferencias, para rechazar o aprobar en beneficio de un bien común-común más igualitario.

Está bien, pero ¿la atmósfera que respiramos ayuda a la reflexión serena, a cambiar el insulto por una pregunta? La televisión, ¿contribuye a la educación cívica para enfrentar la Convención Constitucional, ha cubierto las diferencias entre las diversas candidaturas, ha consultado por el financiamiento, ha hecho comparaciones, cuáles son las propuestas para una nueva Constitución que están circulando? ¿Qué piensan esos candidatos y candidatas que solo venden su nombre? ¿Estamos extendiendo la discusión para que no se reduzca a la elite y los y las convencionales sean un aporte creativo con independencia de cabeza?

¿Qué la votación será muy lenta porque las papeletas son muy grandes? Lo importante es que no sea lenta porque en la urna nos demos cuenta de que no tenemos los elementos para que la decisión sea informada. Como debe ser en democracia. El exceso de silencio sobre ciertos asuntos, en una atmósfera de desconfianza, también es sospechoso. Pensemos en las omisiones, tratemos de ver lo que no nos están mostrando. Soñemos. Dibujemos un país distinto. Total, ya nos “informamos” hasta el hartazgo sobre nuestro país siniestro.

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