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VOCES | ¿Dónde estás José Luis?: No hay muerto malo, pero…

Por: Rodrigo Hidalgo, escritor y periodista | Publicado: 19.04.2021
VOCES | ¿Dónde estás José Luis?: No hay muerto malo, pero… |
Este domingo falleció José Luis Rosasco. Recordando su labor y lamentando su deceso, las palabras de autoridades como la ministra de Cultura Consuelo Valdés y el alcalde de Ñuñoa Andrés Zarhi, no se hicieron esperar. Se sumaron igualmente condolencias de algunos actores del mundo literario, y solo la crítica y académica Soledad Bianchi declinó referirse a él apuntando que Rosasco era un conocido pinochetista.

“No hay muerto malo” dice un refrán de la sabiduría popular, aludiendo a la natural tendencia de las personas a condolerse y acompañar en la tristeza a los deudos ante un deceso. Aunque quizás el refrán apunta más bien a otra cosa, y es que nadie en un funeral se atreve a recordar las bajezas, los defectos y ruindades del occiso, pues –verdaderas o no sus fechorías– es a fin de cuentas un ser humano que ya no está presente para defenderse de las acusaciones que se le puedan hacer. 

¿Dónde estás Constanza? Esta pregunta es el título de uno de los libros más famosos y vendidos de José Luis Rosasco. Siempre me pareció innecesariamente cruel la polisemia nada inocente de ese título. Publicada en plena dictadura, cuando los familiares de los detenidos desaparecidos lucían sus carteles preguntando “¿dónde están?”, la novela de un primer amor juvenil no ha dejado de ser reeditada desde 1980, a pesar de las críticas a su conservadurismo completamente extemporáneo en actual mundo, y a la simplicidad casi ramplona de su valor literario. 

Las dos veces que pude cruzar palabras con José Luis Rosasco me parece lo retratan

Al menos en parte. La primera vez me retrotrae a cuando estaba en estudiando en el Liceo Amunátegui, y tenía un profesor de Lenguaje que nos repetía los nombres de autores importantes que habían pasado por nuestras aulas. La lista de los insignes exalumnos escritores la encabezaba Augusto D´halmar. Y luego aparecían tres nombres que para un quinceañero no decían aún nada: los poetas José Ángel Cuevas y Mauricio Redolés, y el novelista José Luis Rosasco.

Era 1992 y yo tenía la intención de estudiar literatura. Ese mismo año fui a una feria del libro de Ñuñoa, atraído por una actividad en la que participaría Rosasco. Leí ¿Dónde estás Constanza? y su otra novela hit Francisca yo te amo, y aunque ninguno de los dos me gustó, llegué hasta el escritor para conversar con él. Cuando estuve en frente suyo, comencé por decirle que yo era estudiante de su mismo liceo. Rosasco arriscó la nariz. ¿Liceo? Yo soy exalumno del Saint George, me dijo mirándome de arriba a abajo con mi uniforme pingüino, yo nunca he ido a un liceo. Volví con la cola entre las piernas, tratando de entender cuál era el error, o quién había mentido.

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La segunda vez que hablé con él, el año 2000, su secretaria me atajó. Ya era entonces concejal por Ñuñoa, y la funcionaria en cuestión quiso saber de qué se trataría mi entrevista. Partí por despejar aquella antigua contrariedad. ¿Era o no era exalumno de mi liceo? La secretaria me lo aclaró. José Luis fue alumno del Saint George hasta que en su familia tuvo problemas financieros y sus padres se separaron. Por eso tuvo que cambiarse a un liceo municipal, pero solo fue un año o dos, lo que fue un período triste y complejo que al escritor no le gustaba recordar. Esa fue la versión que me dieron y con ella me quedé, no la contrasté jamás con él mismo o con sus familiares. De cualquier manera, me resultó comprensible y creíble.

Luego al calor de distintos eventos literarios me lo fui topando, como jurado en algún concurso, como panelista en alguna feria, y fui sopesando la calaña de sujeto que era a partir de frases que le oía o que decía en entrevistas sin asomo de pudor, en un país que echaba a broma declaraciones similares a las del alcalde Sabat, de quien era amigo. Recuerdo una vez que dijo que dijo que si fuera por él las mujeres en Ñuñoa “deberían ser bienes nacionales de uso público”. Aún ahora en su biografía en Wikipedia, se consigna como algo humorístico, su manera de referirse a su tercera esposa, “la penúltima mujer, porque si le digo que es la última, capaz que se subleve”.

Me detengo en su biografía de Wikipedia. Obviamente ni se menciona su paso por mi liceo. Lo borró de su vida. Pero además hay otra cuestión. Los premios. Lógicamente fue en dictadura cuando más premios obtuvo. Pero hay un premio que se señala sin año, y que hasta donde me consta, en realidad nunca lo obtuvo: el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Conocido como el “MOL” (Mejores Obras Literarias) se otorga desde 1993. Y nunca un libro de Rosasco fue ganador de ese premio.

Sí lo levantaron como candidato al Premio Nacional en 2018, un galardón bastante más importante ciertamente, pero se trató a todas luces de un gesto político que apenas sirvió para evidenciar el tipo de argumentos en que se sustentaba su aspiración, argumentos más bien de lobby político o de afinidades ideológicas, y que en ningún caso se erguían sobre su obra como aporte de valor literario (más aún considerando que competía con autores de fuste como Diamela Eltit o Hernán Rivera Letelier, cuyas obras son evidentemente muy superiores a las novelas juveniles de Rosasco).

“No hay muerto malo”, dice el refrán

Perdón entonces, pero insisto: no. No siempre es así y quienes tenemos algo de memoria lo sabemos muy bien. No es necesario llegar a recordar el espontáneo carnaval en las calles que se produjo el 2006 cuando falleció Pinochet. Acaso basta consignar que hay quienes jamás han empatizado ni quieren empatizar con los familiares de las miles de víctimas de la dictadura militar, que por el contrario, hay chilenos y chilenas que consideran que Pinochet se quedó corto y debió asesinar a más gente aún. Y quienes piensan así abundan por ejemplo en las tres comunas más adineradas del país, donde para el plebiscito del año pasado ganó el rechazo. El escritor y concejal José Luis Rosasco fue uno de ellos. 

¿Dónde estás entonces José Luis? Ahora sin duda ya vas camino al cielo. Te lo ganaste sin duda alguna. Un hombre de su tiempo, un patriarca, un caballero ante cuyo paso se abrían las puertas. Un aristócrata, un lord que hizo caso siempre a la recomendación de no juntarse con la chusma. Y para mí, a lo menos un mentiroso, hasta después de muerto.

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