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Tinder en tiempos de COVID: El amor desde el celular

Por: Javiera Hojman, licenciada en Letras y magister en Lingüística | Publicado: 14.06.2021
Tinder en tiempos de COVID: El amor desde el celular |
El romance, las proyecciones y el sexo no son las únicas cosas que se buscan actualmente en las plataformas que vinculan parejas, sino que surgió una búsqueda desesperada de tener diálogos con personas distintas a las que te acompañan en el encierro (si es que existen).

La búsqueda de pareja online es una práctica cada vez más aceptada y menos tabú. Antes, admitir que usábamos Tinder era imposible, las respuestas estaban llenas de juicios morales e incluso lástima por no poder encontrar pareja en la “vida real”. Ahora cuando cuento que tengo Tinder no es novedad, y es frecuente compartir anécdotas. Lo que sí es novedad son las restricciones que la pandemia ha traído para la vida social digital.

Además de la búsqueda de encuentros sexuales, ha aparecido una necesidad latente de vínculos con otros humanos, y frente a la falta de contacto real se ha normalizado la conversación (con quien sea) como parte de las urgencias cotidianas. Este mundo de nuevas posibilidades ha permitido dejar de lado la frase “cásate con alguien que viva en tu misma cuadra” y generar nuevos y más ricos paradigmas que sostengan las relaciones humanas. 

Desde que empezamos a ser construidos como participantes de la sociedad tenemos inculcada la importancia de la reproducción. Nos enseñan a jugar con muñecas como si fueran guaguas, los finales felices son “se casaron y tuvieron muchos hijos”, la educación sexual consiste en videos de espermatozoides llegando a óvulos. Se espera que tener una pareja estable, casarte y especialmente tener hijos sea el panorama ideal. Y claro, en un mundo guiado por una lógica mercantilista, la fertilidad es un recurso invaluable porque permite asegurar una nueva generación de trabajadores a futuro.

Las aplicaciones de búsqueda de citas abren una nueva puerta para que seamos exitosos en nuestros esfuerzos por encontrar el espécimen más apropiado para perpetuar la especie o al menos para que podamos practicar: en el catálogo humano que es Tinder se unen el componente animal de mirar imágenes para encontrar la compatibilidad física, y el componente capitalista en que seleccionamos el producto que se ajusta a nuestra necesidad. 

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Y entonces llegó la pandemia, y las relaciones humanas se complejizaron aún más. Las reglas del juego cambiaron. Las parejas armadas dejaron de verse con frecuencia, los que vivían juntos dejaron de soportarse, y tanto solteros como comprometidos cayeron en la nueva necesidad urgente del ser humano: la conversación al azar.

El romance, las proyecciones y el sexo no son las únicas cosas que se buscan actualmente en las plataformas que vinculan parejas, sino que surgió una búsqueda desesperada de tener diálogos con personas distintas a las que te acompañan en el encierro (si es que existen). Descripciones desde “vivo solo y no tengo con quien conversar” hasta “no busco relaciones ni sexo, solo vendo frutos secos” se ven cada vez más (ambos ejemplos vienen de mi propia experiencia vitrineando en la aplicación). Las relaciones cambiaron y la razón para generarlas también: ya no se busca solo cumplir con las reglas sociales, sino que se establecen nuevas reglas que se traducen en conocer personas con las que no te vas a casar y no vas a tener hijos, solo vas a desahogar tus frustraciones pandémicas y entretenerte. 

Ahora que la cita a ciegas se volvió más compleja y que no mucha gente está dispuesta a gastar sus horas de permiso en desconocidos, el amor ni se encuentra ni se hace en las calles, sino desde el celular. La monogamia virtual no existe, porque lo lógico y esperable es conversar con todos tus matchs. Incluso el sexo ha cambiado, y las posibilidades de reproducción fueron reemplazadas por el placer a distancia con la aparición del “sexting”, que para los más hábiles y talentosos puede ser simultáneamente con varias personas. La tradicional fidelidad ya no es obvia. ¿Está bien mandarle fotos sin ropa a alguien que no es mi pareja? ¿Puedo tener una relación paralela con alguien a quien no he visto nunca?, y así un montón de matices que caen en áreas grises dentro del mundo del amor monógamo. 

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Desde hace algunas generaciones no buscamos el “felices para siempre”, sino el “felices mientras podamos”, y tenemos variadas plataformas para encontrar relaciones que cumplan con esto. Las aplicaciones de citas cambiaron la forma en que se establecen las relaciones románticas, y la pandemia cambió las aplicaciones de citas. Cuando desapareció el “nos conocemos, nos enamoramos y nos casamos” y fue reemplazado por “solo nos conocemos si eres mi mejor contacto y si no nos tincamos cancelamos el match”. Ahora ya no nos juntamos por el riesgo de contagio, así que la seducción ya no consiste en regalar flores y mirar a los ojos sino en tirar frases ingeniosas y sacarse fotos con buena iluminación.

Con eso, también cambian las expectativas con respecto al amor para siempre, y habrá que estar atentos a si algún día perdemos por completo nuestra versión de la vida real. Escuché alguna vez que en China se estaba inventando un método para dar besos a distancia, aunque puede que haya sido solo un rumor loco. Mientras tanto, el mundo del romance digital sigue ganando terreno, se hace más fácil conversar con personas de otras ciudades e incluso otros países. Quizás, solo quizás, la reproducción va a perder relevancia, incluso el sexo presencial, el romance va a ser exclusivamente verbal y digital, y puede que eso nos permita conocer personas que vivan fuera de tu cuadra y generar compromisos exclusivamente por videollamada. Y así llegamos al universo, ya sea utópico o distópico, en que no hay besos, sexo ni hijos, las celebraciones son por cámara y los regalos por delivery. ¿Sigue existiendo el amor como lo conocíamos? Supongo que esa es la pregunta que vamos a tener que esperar para responder.

Esta columna fue producida en el Diplomado de Periodismo Cultural, Crítica y Edición de Libros del Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile
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