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PERFIL| Claudia Perelman: “Yo también quería ser campeona mundial”

Por: Javiera Hojman, licenciada en Letras y magister en Lingüística | Publicado: 23.09.2021
PERFIL| Claudia Perelman: “Yo también quería ser campeona mundial” |
Durante las dos semanas que duraron los Juegos Olímpicos de Japón, podíamos verla todos los días como invitada permanente del matinal de TVN y comentando todas las competencias de gimnasia artística, en trampolín y rítmica. “Yo también quería ser campeona mundial”, me cuenta, solo que en esa época Chile no iba a los Juegos Olímpicos y tenía muy poca participación en torneos internacionales en cualquier disciplina fuera de las tradicionales. 

Chambeca, Panchulo, Pitufina, Mosquetón, Chocolito y Crocolina: esos son los nombres de los tres perros y tres gatos que me reciben cuando entro a la casa de Claudia Perelman y Simón Martínez, su hijo. Hay siete gatitos más, recién nacidos, hijos de la Crocolina, que aún no tienen nombre. Es una casa llena de colores, en que cuesta decidir qué mirar primero; hay colecciones de botellas, recuerdos de distintos países, juguetes de los animales, y la misma Claudia se roba un poco la atención con su enorme personalidad. 

Cuando la contacté para preguntarle si podía darme una entrevista ella venía saliendo de grabar un comercial para TVN, que transmitieron justo antes de su aparición comentando los Juegos Olímpicos. Aparece subida en la barra, haciendo la rueda, trotando, y hasta caminando con las manos por una trotadora, y cuando escucha de la entrevista se ríe y pregunta “¿también necesitas que haga la rueda, o solo conversar?”. Le dije que no era necesario, pero que si tenía ganas era libre de hacerla, y respondió con risas. 

Campeona

Claudia empezó a entrenar gimnasia artística a los seis años, en Alemania, y a pesar de que tuvo que retirarse cerca de los 18, nunca más se alejó del deporte. Llegó a Chile a los 11, y su primer movimiento fue buscar lugares donde entrenar: su mamá la llevó a la Escuela de Talentos Deportivos, en los años 80, y al cabo de un año la escuela se transformó en la Selección Chilena de Gimnasia. Le pregunto por qué empezó con este deporte en primer lugar, y su respuesta espontánea es “no tengo idea”. Se ríe y cuenta un poco más: “creo que me metieron porque no me soportaban en la casa haciendo la rueda y la invertida para todos lados, me metieron para que botara energía, me costaba dormir en la noche”. En Alemania entró a un club a entrenar junto a su hermana, y quedó en un grupo de seleccionadas para la escuela de alto rendimiento, pero cuando la escucharon conversar con su mamá en español la sacaron del grupo por no ser alemana. 

Durante las dos semanas que duraron los Juegos Olímpicos de Japón, podíamos verla todos los días como invitada permanente del matinal de TVN y comentando todas las competencias de gimnasia artística, en trampolín y rítmica. “Yo también quería ser campeona mundial”, me cuenta, solo que en esa época Chile no iba a los Juegos Olímpicos y tenía muy poca participación en torneos internacionales en cualquier disciplina fuera de las tradicionales. 

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Teniendo un historial tan grande de triunfos, para Claudia el retiro fue un golpe muy doloroso. Salió campeona de Chile por cinco años seguidos, pudo ir a los juegos Sudamericanos del año 82, donde ganó una medalla en salto, y a los 15 años ya estaba en la categoría “adultas”, que tenía cada vez menos participantes –sus compañeras se retiraban porque las decepciones eran muchas, ya que entrenaban meses y finalmente les cancelaban los compromisos–.

 

En el colegio se ganó una beca para ir a Suiza por cuatro meses en el peak de su carrera como gimnasta, y pasó de golpe de entrenar cuatro horas al día a no tener acceso a ningún centro de entrenamiento. “Mi cuerpo cambió un montón, subí 10 kilos, las hormonas cambian cuando estás en crecimiento, el desarrollo es mucho más lento”. Cuando volvió a Chile cuatro meses después descubrió que el gimnasio en el que entrenaba ya no existía, la Selección Chilena de Gimnasia se había disuelto y las pocas gimnastas que quedaban se habían movido a clubes privados, donde solo la inscripción costaba una cantidad absurda de plata. “Me retiré siendo campeona de Chile, a los 18 años, solo porque pasó todo eso, sino habría seguido por mucho tiempo más. Se volvió muy caro entrenar. No quería retirarme, pero no tuve alternativa”, cuenta con tristeza. El deporte nunca dejó de ser parte de su vida, estudió educación física y pasó varios años entrenando en escalada libre. 

Un tío desaparecido

La universidad no fue una época fácil, no solo porque se vio obligada a alejarse de su pasión sino porque se vio enfrentada a las consecuencias de vivir en dictadura. A los pocos días de entrar, la llamó el director del instituto. Claudia recuerda muy claramente sus palabras. “Me dice que saben quién soy, que saben que mi apellido es Perelman y que mi tío era del MIR, y me dice: ‘si te metes en política te cago’”. 

Siempre fue de izquierda, pero desde ese momento en adelante no se atrevió a participar de nada por miedo a que la persiguieran. Su tío, Juan Carlos Perelman, fue detenido el año 75 a los 31 años. Su pareja era Gladys Díaz, también del MIR a quien se llevaron detenida con él, y testificó tiempo después que ambos fueron brutalmente torturados (y obligados a ver la tortura del otro) en Villa Grimaldi. El paradero de él se desconoce hasta el día de hoy. Claudia no lo recuerda, porque dejó el país siendo muy chica, pero sí a su abuela llorar cada vez que alguien decía su nombre. 

Cuando estamos hablando de esto llega a la casa Simón, el único hijo de Claudia, y nos pregunta si puede quedarse, comenta que hay cosas de las que no ha escuchado hablar a su mamá antes. “Mi mamá no es de hablar mucho de política, generalmente yo soy el que pone el tema en la mesa”, dice. La razón es que vivió gran parte de su vida con miedo. A los cinco años le explicaron que no podían seguir en Chile porque estaban buscando a sus padres. Desde ese momento todos los movimientos que hacía eran con el temor y el cuidado de no dar más información de la necesaria, desde no hablar en español hasta no mencionar a sus familiares. 

Su mamá, Vivienne Barry, y la pareja de ella, Juan Forch (a quien Claudia llama papá, y quien la crió) fueron detenidos por militares, y gracias a los contactos del papá de Juan pudieron salir de prisión, pero con la condición de irse del país. Vivienne estaba en trámites para separarse del padre biológico de Claudia, quien no quiso otorgar a sus hijas los permisos notariales necesarios para salir del país, así que la mamá de Vivienne –que trabajaba en las Naciones Unidas– les consiguió pasaportes franceses falsos. Claudia tiene pocos recuerdos claros, pero muchas imágenes de ese día: recuerda haber subido a un taxi en la madrugada, el taxi que las llevó por la cordillera. También que tenía prohibido hablar, porque sus pasaportes eran franceses y nadie podía saber que hablaban español, y para una niña de cinco años el silencio es un desafío enorme. Su mamá le pegaba palmadas en la boca cada vez que iba a hablar. Su papá Juan las esperaba en México, desde donde hicieron los trámites para conseguir asilo político en Alemania. Vivieron en un departamento en que todos eran asilados de distintos países, y su mamá se encargó de que siempre en la casa hablara en español, a pesar de que afuera todas las interacciones tenían que ser en alemán. 

De vuelta en Chile

Recién el año 78 le dieron permiso a la familia para volver a Chile, y Claudia ya tenía edad para acordarse de más cosas. “Llegamos a fines de diciembre, entre pascua y año nuevo. Era raro, porque esta vez todo era legal, normal, pero no podíamos decir que habíamos estado en Alemania Oriental y yo veía a mi mamá quemando todos los libros. Todo lo hacíamos con miedo”, cuenta. Simón comenta que las historias de su mamá suelen ser más de la dictadura que del exilio, que eso parece haber tenido un impacto mayor en su vida. 

A pesar de haber vivido asustada de protestar y de expresar sus ideologías, tanto Claudia como su hijo participaron en algunas manifestaciones de la revuelta social del 2018, aunque Simón de forma mucho más regular. “Mi mamá tenía susto, y yo trataba de no preocuparla, así que no le contaba qué tanto participaba en las protestas, no le gustaba tanto la idea y se preocupaba de cosas como el toque de queda”, cuenta. Claudia no tiene ninguna vergüenza al admitir que le da miedo cuando ve a los pacos y a los guanacos llegando a las marchas, pero a pesar de lo anterior se sumó a algunas de las convocatorias del último tiempo.

Le pregunto cómo le gustaría que fuera el futuro, y ella responde, entre risas, “me gustaría ganar cada vez más plata y trabajar cada vez menos”. Ha trabajado tanto y a un ritmo tan intenso que quiere descansar, y hacer clases le ha dado esa posibilidad. Comenta que prefiere tener su propio club antes que trabajar para otra persona, aunque el negocio no es tan bueno porque significa pagar arriendos y sueldos. Pero también agrega que “la libertad no tiene precio”. Siendo gimnasta y después entrenadora trabajaba sábados, domingos y feriados. Ahora quiere descansar. La vida de los deportistas de alto rendimiento es dura, sacrificada. Durante gran parte de su vida hacía gimnasia tres horas en la mañana y tres horas en la tarde en paralelo a sus clases escolares, a diferencia de muchos de los deportistas que terminan por dejar el colegio para dedicarse de lleno a la disciplina. 

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A pesar de lo duro del entrenamiento, ella lo recuerda con cariño, y cuenta: “traté de meter a Simón a todos los deportes, para encontrar alguno que le gustara, y no enganchó con ninguno; terminó estudiando flauta traversa”. Él dice que a pesar de eso sacó una medalla de bronce en saltos ornamentales, y ambos se ríen. Claudia comenta que era tanta su dedicación a la gimnasia que no tenía tiempo para pololear, salir, descansar, o hacer nada distinto al deporte, cuando todos sus conocidos salían a fiestas ella tenía que entrenar y seguir el estricto estilo de vida de los deportistas.

“¿Y si tuvieras que volver a hacerlo, cambiarías algo?”, pregunto. Piensa un poco, en las cosas buenas y en las malas. Después de un rato de reflexión dice: “definitivamente volvería a elegir el deporte de alto rendimiento, pero si pudiera hacerlo otra vez no me retiraría tan temprano, habría seguido”. Y cuando le pregunto si se imagina la vida sin hacer gimnasia, su respuesta es “puede que deje de hacer clases algún día, pero siempre que tenga la oportunidad voy a seguir parándome patas pa’ arriba mientras me de la energía”.

Este perfil fue producido en el Diplomado de Periodismo Cultural, Crítica y Edición de Libros del Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile
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