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VOCES| Justicia para Denisse Cortés: La herida vital del 12 de octubre

Por: Antonia Piña, filósofa feminista | Publicado: 12.10.2021
VOCES| Justicia para Denisse Cortés: La herida vital del 12 de octubre |
El 12 de octubre de 1492 es un golpe a las placas tectónicas del inconsciente colectivo y es el motor de nuestra revuelta popular.

Desembarcaba un 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón en territorio de Abya Yala; inaugurando un momento de oscuros acontecimientos, logrando cristalizar diversas significaciones históricas que hacen eco en el presente. 

En Chile, esta fecha ha sido disfrazada de un jolgorio conmemorativo vacuo –actualmente feriado nacional– donde la institucionalidad del Estado ha continuado el silencio histórico frente a una herida vital y lacerante. Al no indagar los profundos cimientos coloniales de nuestras sociedades contemporáneas y sus consecuencias en el ordenamiento sociopolítico y económico, por omisión o represión, se obstaculizan posibilidades de debatir ética y políticamente sobre los hechos que nutrieron nuestro devenir social; promoviendo el olvido endémico de las experiencias situadas en los territorios y el desconocimiento del sentir-pensar colectivo de aquellas diversas voces territoriales, que reviven año tras año hechos altamente dolorosos y traumáticos.

Según la RAE –institución que se erige como voz autorizada de la lengua a partir de este mismo proceso– el término conmemoración es un recuerdo de un acontecimiento histórico mediante la celebración de un acto solemne o fiesta, especialmente en la fecha en que se cumple algún aniversario. El 12 de octubre es un gran ejemplo de nuestra íntima relación con España y cómo ha logrado configurar algunos hitos, que a pesar de intentar despojarnos de nuestra dependencia constitutiva, la reafirman con inteligencia. El impulsor de esta fecha, Faustino Rodríguez San Pedro es un hombre blanco privilegiado –español–, quien en 1913 instala esta celebración en los países de Iberoamérica, para unir a España con sus excolonias. No es de extrañar su mirada festiva, mal que mal está celebrando el momento inaugural del destino de España, lleno de ostensiva riqueza imperial y de una fuerza geopolítica colonial capaz de designar y describir a esos otros salvajes, bestiales y monstruosos, quienes serían los medios para producir su fin más preciado: su riqueza material. 

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Lo que irrita hasta la furia es lo descarnado del ejercicio memorial en Chile, que aún en el siglo XXI sigue perpetuando la negación de nuestra propia experiencia y perspectiva. Corroído por una conmemoración digna del síndrome de Estocolmo, se acepta la visión del abusador –colonialista– y se reescribe el mayor intento de genocidio de nuestra historia, presentándolo como el deslavado “Encuentro de Dos Mundos”. Allí se desapareció, se torturó, se usurpó y expolió tierras y saberes, donde se robaron millones de personas para venderlas como objetos en el mercado esclavista y se intercambió como moneda de cambio a las mujeres, violándolas sistemáticamente desde que eran niñas, produciendo el mestizaje violatorio, el incesto y la violencia de género como herencia transgeneracional. ¿Encuentro concertado?¿Dos mundos? Así se logra perpetuar la cultura de la impunidad, vaciando de contenido e invisibilizando la violencia de la dominación patriarcal colonial.

Mientras Perú y Bolivia vivencian reflexivamente este momento histórico renombrándolo desde sus perspectivas como “Día de los Pueblos Originarios y el Diálogo Cultural” y él “Día de la Descolonización en el Estado Plurinacional de Bolivia”; Chile insiste en recordarlo de manera ambivalente, develando las contradicciones de este ejercicio de memoria que no logra desprenderse de la perspectiva colonizadora.

El 12 de octubre de 1492 es un golpe a las placas tectónicas del inconsciente colectivo y es el motor de nuestra revuelta popular. Esta fecha remueve los densos causes subterráneos de memorias y experiencias plurales históricamente resistentes pero invisibles para el régimen de memoria oficial. Encarna emociones difíciles y contradictorias, de habitar en millones de personas que han vivenciado la violencia de la colonialidad y sus desigualdades en sus experiencias cotidianas, al sentir el rechazo permanente de su diversidad que es constitutiva de la nación, el asedio incesante, la pobreza y la precarización producto de la expoliación de sus tierras ancestrales, el éxodo y la migración forzada de sus territorios, junto a la negación sistemática de sus lenguas y cosmologías. Frente a una cultura hegemónica que ha privilegiado una mirada asceptizada de los hechos históricos y la proliferación de una identidad mestiza blanqueada. Aquellos que en el pasado fundaron sus fortunas en el orden colonial genocida, son actualmente los defensores del orden y de la patria hecha a la medida de sus bolsillos –como es el caso de Agustín Edwards Ossandón, creador de la gran fortuna dinástica del consorcio de El Mercurio a través de la venta ilegal de mujeres y hombres pascuenses al mercado internacional de esclavos–. 

En tiempos removedores de crisis socio-ecológica, donde el proyecto civilizatorio del paradigma moderno eurocéntrico muestra señales de crisis y de agotamiento; la calle, la plaza y la vereda –lugares vetados por el COVID-19– vuelven a edificarse en un ciclo sin fin, como espacios de significación memorial, mostrando las profundas raíces comunes entre los 529 años de resistencia decolonial y la revuelta popular, que destituye el orden deslegitimado, destrona los símbolos coloniales de las calles y alza la bandera mapuche como recordatorio, como ideal y también como promesa. 

En estas calles el pasado domingo 10 de octubre se convocó la “Marcha por la Resistencia Mapuche y la Autonomía de los Pueblos”, donde muere Denisse Cortés Saavedra, mujer de 43 años, observadora de derechos humanos de la Brigada de Asistencia Legal que funciona en las inmediaciones de la Plaza de la Dignidad, entre la represión, “el monopolio legítimo de la fuerza” y las piedras incesantes de la primera línea. Ella era técnico en enfermería y desde la revuelta prestaba asistencia a quienes vivían la represión policial directa, reafirmando el derecho inalienable a la protesta y a la reivindicación de la justicia social. Con un profundo malestar su madre pronunció las siguientes palabras: “Por favor, hasta cuándo, y se pasean riéndose de nosotros, que alguien haga algo, que cambien las leyes, necesitamos que cambien las leyes, no nos pueden avasallar ni pisotear bajo ningún punto de vista, nadie, ni al pueblo mapuche allá sufriendo en el sur, ni a nosotros en Santiago, ni a la gente del norte, por favor, las penas ¿donde están las penas?, ojalá que la nueva Constitución sirva para que no hayan más familias destrozadas como la mía, por favor justicia”.

 

 

 

 

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