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VOCES| Construcción de escena: imágenes para no olvidar

Por: Alejandra Wolff Rojas, directora del Archivo de la Facultad de Artes UC | Publicado: 17.10.2021
VOCES| Construcción de escena: imágenes para no olvidar Foto: Javier Godoy |
A dos años de “abrir los ojos”: ¿Dónde fueron a parar las imágenes capturadas en los centenares de ojos cegados? ¿Dónde citarnxs en esas miradas vetadas? ¿Cómo encontrar nuestrxs rostros en esas cuencas vacías? ¿Qué órgano aloja la compañía de quien ya no puede ver? En el marco de este escenario el régimen escópico del horror sigue operando impunemente con la lógica de la ceguera. Desaparecer, ocultar, esconder, invisibilizar, vigilar, censurar, desterrar, encerrar y cegar, conforman algunas de las prácticas que sostienen la exclusión al interior de un sistema en el que cada cual se mira ciegamente a sí mismx.

A dos años del estallido social se alza en el imaginario local un plinto vaciado de la antigua estatuaria laudatoria de los regímenes históricos hegemónicos. Reiteradamente blanqueado, a fuerza de cubrir la insurrecta palabra de lxs olvidadxs, rodeado por un muro hechizo cuya superficie intervenida se ha transformado en un palimpsesto nocturno de manifiestos reivindicativos, constantemente vigilado a “fuerza de ordenar” y sostener el territorio bajo la lógica del estado de sitio.

Esta imagen constata la innegable relevancia política de los signos. En el mismo espacio de luchas, en la plaza donde se empalma con apariencia ruinosa pasado y presente, la “extracción rescatista” del ya desmantelado militar a caballo es el retrato sintomático de un campo en disputa. Lo que este encuadre presenta es la lógica operativa del poder colonial, patriarcal y neoliberal. Esa fue y sigue siendo la cuestión: la trama que teje la Historia dejando fuera las memorias, el imaginario oficial de la Nación y el Estado que margina lxs cuerpxs disidentes, la Patria y con ella el Patrimonio; que ignoran o violentan los saberes y cosmogonías ajenas a la cultura positivista de la modernidad europea, estereotipando sus prácticas y representaciones bajo el encuadre despectivo del exotismo. La plaza capitalina renombrada con la Dignidad de la insurrección y los monumentos travestidos a lo largo de todo este confín que es Chile, inscriben el legado invisibilizado de nuestras historias.

Hoy, a dos años del levantamiento y tras una política de reclusión sanitaria que evidenció las corporalidades excluidas del modelo social y político, una particular representación quedó grabada como el cuerpo simbólico de las luchas. De origen marginal, mestizo y callejero, el Matapacos logró reunir y convocar las voces a partir de una corporalidad que se desmarcó de la lógica antropocéntrica. El quiltro se suma a la inauguración de un nuevo imaginario identitario nacional.

Un can que expone su color y su furia como rasgo de la gesta reivindicativa. Cuerpx que no se reconoce entre las hegemonías estéticas y políticas de Occidente, cuerpx que se resiste a la identificación con ese otrx expulsadx a la periferia, cuerpx que no se somete a los destinos trazados por el evolucionismo darwiniano, rostro de las prácticas violentas que perpetúan el clasismo, el racismo y las sexo/género fobias. Esta imagen “hace ver” los discursos y las formas bajo los cuales el poder articula el derecho de vida y el control de la muerte. Su fisonomía canina sutura simbólicamente la herida colonial que relegó al salvajismo a los habitantes del Abya Yala.

A dos años del llamado a evadir el pago por el alza del costo de vida, el escenario edificado de accesos restringidos y fachadas del comercio tapiadas, enmarcan el glosario visual de la operática facista. Mediante el artificio amenazante de los imaginarios de las trincheras, el bunker y la ciudad sitiada, los capitales financieros administran el miedo y la paranoia. Apelando a la amenaza vandálica y el saqueo, el espejo opaco de las cubiertas metálicas que cubren bancos, farmacias, supermercados y centros comerciales, pueblan de fantasmas el paisaje urbano. La política restauradora del orden público se ciñe a la cámara de vigilancia y a las prácticas criminalizadoras de la rebeldía, posa la sospecha sobre lxs cuerpxs del otrx, mientras se insiste en vandalizar la creatividad gráfica de las improntas colectivas. La frívola máscara del oasis usada para ilustrar el modelo democrático liberal, contrasta con los rostros que transitan del otro lado de la fortaleza erigida en complicidad con la Transición.

La impunidad del modelo exitista que fomentó el individualismo no contó con el potencial emancipador del resentimiento, ni con el capital afectivo de las miserias compartidas. Tampoco con la consciencia de una generación que apela a la incertidumbre de su horizonte para congregarse y apropiarse del eriazo político y la esfera pública que la vacuidad neoliberal transformó en descampado. Así, volvemos a la coordenada cero que ilustra la fotografía inicial de este archivo. Los operativos de seguridad al servicio del oficialismo custodian literalmente el espacio simbólico de su poder desplegando su arsenal en contra de todas aquellas corporalidades contra hegemónicas. La ausencia del jinete en su caballo de metal y su promesa amenazante de restauración, es la estrategia desesperada de la espera de quien observa su escaño perdido, mientras redactamos en otras lenguas y múltiples miradas, con la ética de imaginarnos reunidxs, el nuevo texto que nos constituirá en un Estado plurinacional.

Foto: Javier Godoy

A dos años y más de la crisis patriarcal, las convocatorias a ocupar y tomarse el escenario público destituyeron los mandatos que han restringido al género femenino a la pasividad. Ese tránsito de lo privado, lo privativo y la propiedad, a la acción disruptiva en la esfera política, se hizo bajo el llamado reivindicativo de un texto y trazado coreográfico: composición y puesta en escena de una demanda colectiva, tejida colaborativamente entre retazos de memorias y violencias compartidas.

A dos años de “abrir los ojos”: ¿Dónde fueron a parar las imágenes capturadas en los centenares de ojos cegados? ¿Dónde citarnxs en esas miradas vetadas? ¿Cómo encontrar nuestrxs rostros en esas cuencas vacías? ¿Qué órgano aloja la compañía de quien ya no puede ver? En el marco de este escenario el régimen escópico del horror sigue operando impunemente con la lógica de la ceguera. Desaparecer, ocultar, esconder, invisibilizar, vigilar, censurar, desterrar, encerrar y cegar, conforman algunas de las prácticas que sostienen la exclusión al interior de un sistema en el que cada cual se mira ciegamente a sí mismx.

Hoy, a un año y más, de regímenes sanitarios de encierro, cuando lo imperativo del cuerpx es su fragilidad y la consciencia de su finitud, el abandono de la justicia a la temporalidad aletargada de la institucional jurídica, reclama la urgencia de la dignidad que el reconocimiento y la memoria solo pueden otorgar. A dos años, aquella sigue siendo nuestra deuda.

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