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VOCES| El ‘guaso’ Ramón: Un clásico del humor gráfico chileno

Por: Jorge Montealegre, poeta, ensayista y guionista de humor gráfico | Publicado: 20.12.2021
VOCES| El ‘guaso’ Ramón: Un clásico del humor gráfico chileno HHG – 2021 – Vicar – Libro Huaso Ramón – Nauta – 273 |
Este 2021 ha sido el año del rescate de Vicar (Víctor Arriagada Ríos), uno de los dibujantes más significativos de nuestro humor gráfico.

Primero apareció una Selección de chistes de Quevedo editada por Paul Lacreste (seudónimo de Fernando Arriagada, también dibujante, hermano de Vicar). Luego, El libro del Guaso Ramón, editado por Nauta Colecciones. Ambos son personajes relevantes en la construcción del imaginario picaresco de la segunda mitad del siglo XX, vinculados principalmente a la recordada revista El Pingüino. Juntos representan dos facetas de la sociedad de entonces: el huaso inserto en el campo y el ciego que mendiga en alguna esquina de la gran ciudad.

El huaso y sus tópicos –probablemente desde Don Lucas Gómez– es un personaje habitual en la historia de nuestro humor gráfico. El de Vicar es el que ha alcanzado mayor popularidad. Cuando se cumplen 60 años del nacimiento del huaso Ramón, vuelve su figura para que lo conozca, en diferido, la juventud de hoy.

“¡Las nuevas generaciones merecen conocerlo!”, declaran sus editores compartiendo una divertida selección. Ramón, que rima con la expresión más popular con la cual nos tratamos los chilenos, es un pícaro. Su trabajo pareciera ser recorrer un fundo ajeno. No es un peón, tampoco un terrateniente. Quizás está para los mandados, de lo que mande su patrón (que paternalmente trata de “niño” a su empleado). Muy temprano, “se levanta con las diucas”, y montado en el pingo “Lucero” parte a trabajar con la compañía de “Cantimplora” el infantable quiltro chilensis.  Bueno para el trago y para cantar, muy seguido visita Penquehue –el pueblo más cercano– con su compadre “Beñeño” con quien comparte estropicios que más de una vez terminan a chopazos. Aventuras muy masculinas, hasta la llegada a la casa donde manda su esposa Clorinda.  

Humor costumbrista, basado en el lenguaje popular y situaciones cotidianas, realizado desde una perspectiva que evoca una suerte de criollismo, conservador, que rescata un aspecto de la tradición campesina y la cultura del mundo rural. Vicar dibujaba al huaso Ramón en España. Lejos del terruño, tal vez con nostalgia, conservó en su memoria el “lenguaje campesino” que asignó a un personaje fresco en todos los sentidos de la expresión. Muy suelto como dibujo y “suelto de lengua” en una admirable escritura del habla popular-campesina: da la impresión de estar escuchándolo. Y eso es divertido.

Humor inclusivo

Si el huaso Ramón es el gran personaje campesino de Vicar, “Quevedo” es su gran personaje urbano, de una ciudad ciega en el sentido de indolente, indiferente, que crecientemente no ve al prójimo desvalido ni se escandaliza con la desigualdad vergonzante que vivimos.

En la paleta de colores del humor, en Quevedo se reúnen casi todos en gris. Es decir, una mezcla de humor blanco –chistes no ofensivos– y negro ––e ríe de la desgracia–; también es verde, porque en El Pingüino no podía dejar de ser picaresco, con más sentido del tacto que de la vista. El nombre del personaje llamado “Quevedo” es en sí mismo un chiste negro «qué veo, como dijo el ciego». Además remite a Francisco de Quevedo, quien escribió una de las primeras sátiras sobre Chile.

Este Quevedo usaba unos anteojos redonditos que la fama del escritor español hizo que se popularizaran como “quevedos”. Lo anterior, más el juego de palabras con la exclamación “¡qué veo!” alimentan el significado de “Quevedo”, el personaje de Vicar: el “cieguito”, así, en diminutivo, que se paraba en las esquinas de la revista El Pingüino desde los años cincuenta del siglo pasado, un ciego que no usa quevedos sino una gafas negras que evidencian al no vidente. Este libro, como bien recuerda Fernando Arriagada, fue editado para “compartir la inclusión”, recordando tiempos en que a los invidentes socialmente se les anulaba tratándolos como a inválidos y por su seguridad o vergüenza, quedaban ocultos al interior de las casas, siendo así “los invisibles de la familia”. 

Quevedo reaparece en un momento socioculturalmente significativo. Por una parte se ha cuestionado el humor, cuando tiene connotaciones de burla, referido a personas con capacidades diferentes, que ya no son consideradas dignas de lástima ni asociadas a la mendicidad. Vicar, afortunadamente, es afectuosamente cuidadoso al crear un personaje que es sanamente autoirónico.

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En un par de páginas se entrecruzan chistes de Quevedo con sus colegas ciegos, sordos, mudos y lisiados sin piernas. Todos mendigos callejeros. Y ahí Quevedo incursiona en una zona cultural que hoy día hay que transitar con la delicadeza que exigen el respeto a la diversidad y las políticas contra toda discriminación que incluye a las personas discapacitadas: “La gente dice que no hay cojo bueno… pues yo conozco uno –le dice Quevedo a un lisiado– que es caballo de bueno ¡pal luche!”. En cambio, la autoironía atribuida al personaje es genial cuando Quevedo se acerca a la sección de objetos perdidos y declara “yo perdí la vista”. Quevedo ve mucho más de lo que aparenta. La picardía lo hace resiliente.

Selecciones de Quevedo, además de los chistes, contiene consejos para tratar con una persona ciega en la cotidianidad. Agrega algunas páginas informativas y, adicionalmente, las tiras cómicas están acompañadas de citas, pensamientos y textos breves serios y humorísticos (incluidos unos versos de la canción nacional) que reforzarían o aportarían a una comprensión más amplia de los chistes que, en buena hora, son absolutamente autónomos y autoexplicativos. 

Paulina Urrutia y Vicar

Conocí poco a Vicar, pero de las veces que estuve con él guardo la mejor impresión de su persona, su gentileza. (Y del original que me regaló con dedicatoria). Me habría gustado conversar más con él. Como dibujante ya lo admiraba desde cuando hacía el caballito “Mampato” en un suplemento, del mismo nombre, donde alguna vez mi padre publicó cuentos para niños. También por sus colaboraciones en Barrabases y El Pingüino, que hojeaba en la peluquería. Inolvidable su galería de personajes. Además de “Ramón” y “Quevedo” y sus magníficos chistes de páginas enteras, son memorables “Locutín”, “Mitigüeso”, “Paquita”. Mucho después vino “Viejo Verde”. No repetiré los méritos ya conocidos y dichos –en ambos libros– sobre su excelente trayectoria y que están bien sintetizados en el libro. 

Me permito sí, la siguiente conexión: en El libro del Guaso Ramón hay una breve opinión de Paulina Urrutia. La actriz fue ministra de Cultura cuando Vicar recibió un importante premio. En esos días yo era secretario ejecutivo del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Como testigo, entonces, me permito recordar que cuando se otorgó a Vicar el Premio Von Pilsener, lo recibió en la misma casa donde vivió Pedro Subercaseaux, el creador del primer personaje de la historieta chilena.

El Estado no se equivocó con esa distinción. Se celebraba el Centenario de la Historieta Chilena y en la ocasión el homenaje fue compartido por Vicar, Themo Lobos, José Palomo y Hervi. Es decir, los autores –todos vivos en ese momento– considerados de mayor calidad y trayectoria. Fue un privilegio asistir a la entrega única de esa distinción. Y ojalá existan más estímulos para los nuevos y las nuevas dibujantes que, literalmente, le ponen color a nuestra cultura. Toda recopilación, toda puesta en valor de la historia de nuestro patrimonio gráfico, será siempre un motivo de alegría y de felicitación.

 

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