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CRÓNICA| Sewell: Sin bebidas alcohólicas ni autos, solo escaleras

Por: Vanesa Fernández, periodista | Publicado: 13.01.2022
CRÓNICA| Sewell: Sin bebidas alcohólicas ni autos, solo escaleras | Teniente Club de Sewell. Gentileza de Juan Pablo Fernández
En los inviernos estaba repleto de nieve, sin ningún animal alrededor y a una altura sobre los 2.000 metros. Así vivían los sewellinos, quienes no volverán a vivir en la cordillera de los Andes pero conservarán el recuerdo de sus vivencias en la ciudad minera.

Gabriel Boric llegará a la presidencia de Chile el 11 de marzo. Antes de ser consagrado, comentó a El Mercurio sobre la creación de puntos culturales, el aumento del presupuesto de cultura al 1%, y la reforma a la Ley de Patrimonio para que cumpla con la consulta indígena y proceso participativo. Él fue uno de los dos de los candidatos en hacer hincapié en el Patrimonio de la Humanidad.

Son aproximadamente 1.000 sitios patrimoniales de la UNESCO, de ellos solo siete chilenos. En 2006 se integró la ciudad minera Sewell de la Región Libertador Bernardo O’Higgins, donde habitaron 15.000 personas.

Cristina Nieto, sewellina

“Llegué cuando me casé, en 1955. Mi esposo me llevó. Fue nacido y criado allá. Se dedicó al comercio, en el almacén Sewell, que era el principal”, relata.

Rancagua estaba a 60 kilómetros con mayor centralización, pero Sewell no se quedaba atrás, tenía instituciones, telégrafos, correos, centros de entretención y abastecimientos comerciales, todo en suficiente cantidad. Incluso recibían visitas de artistas internacionales.

En Cerro Negro eran estrictos con los externos. Estos podían entrar solo con una invitación y una estadía de máximo de 5 días. Se les pedían los datos para mantener el orden del lugar creado en 1905, pero recién habilitado con un ferrocarril en 1911. Cristina era de la V región, por suerte tenía a una tía sewellina y así pudo conocer a su amor verdadero.

 Yo iba a unas vacaciones de verano a conocer. Pero éramos chiquillos, era una cosa así nomás…”. Así nomás resultó en su primer pololo, con el que perduraron por medio de cartas debido a la distancia, lo que llevó posteriormente a casamiento e hijas.

Una vez casado, Luis Vásquez con 25 años pudo postular a un edificio, ya que como soltero vivía en lo que llamaban “camarote”. Este nombre se le asignaba a la diferencia económica, pues existían tres grupos:

Americanos 

Extranjeros que tenían privilegios, como vivir en chalés individuales con jardines, ir a clubes sociales exclusivos como el billar y el teatro. Su existencia se debía a que Braden Copper Company (de William Braden) fue la empresa autorizada a explotar los recursos de la mina subterránea.

Empleados

Debían dedicarse al área comercial, en el centro de la ciudad y vivían en chalés.

Obreros 

Hacían el trabajo pesado y habitaban en camarotes, los que eran edificio de 3 – 4 pisos con aproximadamente 14 casas por piso, con baños comunes, los cuales se mantenían con una limpieza intensiva.

Historia de Sewell

“Todos los edificios bien hechos, bonitos y era impresionante cuando uno llegaba en el tren y mirar el cerro arriba”, comenta Cristina al recordar el viaje de ida. Tiene 91 años y recuerda con claridad las caras de sus vecinos, las vivencias y el ambiente grato.

La pobreza no existía. “Era bonito, grandes comodidades no, la vida allá era muy sencilla, buena, sin peligro. Poca comodidad, pero como que uno se hacía el ambiente”, dice.

A pesar del origen del club de palitroque “bowling” de 1938 (la primera pista del país), ella cuenta que “había poca distracción fuera del cine, pero de todos modos uno echa de menos. Por mí yo habría seguido viviendo ahí…”. Luego de 10 años en Sewell, tuvo que irse a Rancagua, su esposo siguió trabajando, pero querían que sus hijas continuaran estudios, quienes podían llegar solo hasta sexto básico en Sewell, al igual que el resto de los niños.

Largas escaleras

Finalizando los 60 comenzó la “Operación Valle”. El campamento se evacuó, debido a la nacionalización del cobre, ya que el Estado no podía solventarlos. 

Sewell vestía de blanco y tenía desniveles propios de la cordillera de los Andes, por eso no transitaban automóviles. El tren era el único transporte, pero se conectaba solamente a Rancagua. Todos debían caminar las largas escaleras para llegar a otro lugar.

Para que no hubiese accidentes, los encargados de la limpieza les colocaban sal a la nieve para derretirla. El clima es mediterráneo y en el verano las temperaturas superan los 30°C.

“Caminé al hospital, tuve mi primera hija yo sola…”, relata Cristina. A pesar de eso, le encantaban las condiciones del lugar, no le costó acostumbrarse al clima rancagüino, aunque en esta ciudad abundaban los charcos y la pavimentación con alquitrán. “Me gustaba la nieve, me daba la impresión que estaba en otro país”, comenta.

Mariela Vásquez, una generación más joven 

 Mariela, hija de Cristina tuvo la misma impresión y aún recuerda cómo era la movilización de los accidentados. No había ambulancias. Trasladaban a los enfermos que no podían caminar con la camilla que eran como poner dos palos. Entonces, ponían una persona ahí amarrada con cinturón y cuatro personas tomaban la camilla por atrás. Bajaban y subían por la escalera”. Recuerda también el nulo atochamiento y la eficacia con la que atendían, “nadie quedaba sin atención médica”. Fue el primer hospital en tener incubadora y rayos x. Era el más moderno de Latinoamérica.

“Es como un cuento (…). Es difícil en estos tiempos algo así. Que te regalen la vida y que no pagues nada, pero te tenías que portar bien”. Esa era una de las razones por las que a pesar de las diferencias sociales entre adultos, no se quejaban, ya que los “americanos” tenían bajo control todas las necesidades.

Firmas contra la demolición

“La infancia fue fantástica. Estuve como hasta los 8 años. La maldad no estaba allá…ahora tú no dejas a un niño de 7 años caminar solo. Porque todo estaba muy controlado, entonces, si hacían algo malo lo sacaban en el mismo día del campamento con toda la familia”. En Sewell había carabineros y capataces, estos últimos eran los empleados de la empresa que se encargaban de merodear. De hecho, había ley seca y aunque se generaron contrabandistas (“guachucheros»), había “calabozos” para aquellos que no cumplían las normas.

Sewell. Gentileza de Juan Pablo Fernández del Sector Molino

Sector Molino. Gentileza de Juan Pablo Fernández

Mariela recuerda entusiasmada el gimnasio (el más moderno de Sudamérica), el cual ocupaban en horarios de colegio. Tampoco olvida la presencia de la primera piscina temperada en Chile y del cine. “Costaba conseguir entradas. Serían cuatro funciones diferentes en el día, porque había mucha gente. Aquí llegaban las películas primero que en Santiago y subían las mejores. Una calidad totalmente distinta.”

Cristina relata que volvió dos veces más luego de que su esposo dejara de trabajar en el lugar, pero su hogar ya no estaba. No se tomó en cuenta a las nobles maderas como pino americano y roble, que fielmente habían sobrevivido los largos periodos invernales. “Había muy poco, del centro nomás. Nunca debieron haber demolido”. Había más de 100 edificios, la última actualización fue en 2017 con 50 en proceso de restauración, manteniendo sus características esenciales. La paralización de la demolición se logró gracias a que los sewellinos  juntaron firmas. 

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Sewell no es reconocida por ser “la ciudad de las luces”, sino por ser la primera cuprífera del país, pero aun así Mariela recuerda maravillada la noche como especial, ya que todo estaba iluminado y daba un aspecto de vitalidad, a pesar de que todo cerraba temprano. De hecho, un pito sonaba a las 06:00 a.m. para que comenzara el funcionamiento de la ciudad. 

Mariela, al igual que su madre Cristina, tuvieron su cuna de amor. Vivíamos los dos allá. Como niños nos conocimos, pero no éramos amigos. Nos volvimos a encontrar en Rancagua ya jóvenes”, dice refiriéndose a Miguel Basualto, con quien posteriormente se casó y tuvo tres hijos. Él también tiene recuerdos junto a sus hermanos, con los que creaba tablas para deslizarse por las lomas.

Adriana y Sergio, pareja sewellina y padres de Miguel Basualto

El padre de Sergio trabajaba como sereno, encargado de controlar el acceso. “Como las plantas de producción estaban en el mismo campamento, era riesgoso que una persona ajena a ello entrara”, comenta.

Sergio es sewellino desde los 5 años y en sus 89 sus recuerdos se mantienen con gran detalle. Desde los tonos pasteles de los hogares, su materialidad (madera y acero), los nombres de las personas y hasta de los colegios. “A las mujeres les enseñaban lencería, moda, tejido a telar y a mano. Para los hombres existían talleres de forja de materiales, mecánica, carpintería y electricidad. Había un curso mixto de contabilidad y comercio. Esos cursos duraban tres años y después de eso no había otra posibilidad de estudio”, relata.

Debido al clima era complicado llegar a los lugares, por lo que la empresa instaló colegios en distintos sectores. En 1955 Adriana fue profesora y estuvo hasta el cierre del campamento. Había colegios para niñas y niños, posteriormente se hicieron los mixtos.

A diferencia de Sergio, Adriana no era de Sewell desde pequeña, por lo que lo conoció siendo profesional. “Yo vivía en la casa de una tía (que era esposa de un molinero) y a la primita la invitaron a un cumpleaños. La mamá no quería que fuera, pero si yo la acompañaba, la dejaban. Así que partió por la fiesta y ahí conocí al caballero y ya no me soltó”.

Sergio comenta que al vivir en Sewell, se acostumbraron a la ausencia. “Nos faltaba ver harto perro, gatos, caballos, árboles. Entonces era un cambio grande no tener eso y verlo acá (Rancagua)”.

Desalojados

Para entretenerse, Sergio ingresó en 1945 a los scouts (que llegaron en 1915). “Después del año 90 se juntaron unos pocos viejos y empezamos a reunirnos para revivir todo exactamente. Se les ocurrió que por qué no salimos a meter bulla. Así que salimos a tocar tambores, corneta, pito…”.

Sergio tiene en su hogar un cuadro con los integrantes de ese entonces de la banda y siguen en  contacto. Posee un cuadro más grande aún de Sewell.

Adriana conoció en la ciudad minera a gran parte de sus exalumnos y a sus 87 sigue recordándolos. “Yo me enamoraba de los cursos que tenía. Tanto es así que seguí y ya había cumplido la edad para jubilar”. Le pidieron su puesto, llegó a Rancagua y «ellos (los niños) me siguieron y eso que eran pobres”. En Sewell tenían educación gratuita.

 Pero no todo fue bueno, debido a los diversos incidentes, como las avalanchas que se llevaron un puente y 102 vidas, el incendio en la mina donde murieron 355 mineros, un tren descarrilado que arrasó con 33 personas, la presencia de la silicosis (que aún perdura), entre otros inconvenientes que posteriormente fueron detectados y mejorados.

En 1969 Adriana y Sergio se fueron a Rancagua y en el 93 dejaron sus trabajos en Sewell. Sergio recuerda que “a cada trabajador se le asignaba un puntaje por donde trabajaba”, a su cónyuge también y en la sumatoria se veía el listado de dónde podían vivir. Así es como les regalaron una casa en Rancagua, para que tuviesen dónde vivir luego de desalojarlos. Los solteros tenían menos puntajes.

Volver a Sewell

Adriana, Sergio y Cristina no pueden volver a sus “raíces”, ya que los 75 años es el límite y debido a la pandemia tampoco se han podido retomar los viajes.

De «El Establecimiento» en 1904 cambió a «Sewell» en 1915, en honor póstumo del socio fundador de Braden, Barton Sewell. Puede ser llamado “hogar” para algunos y es motivo de reportajes, programas de entretención y documentales, pero este sitio deja su huella más allá de los registros audiovisuales. Hoy cuenta con una comunidad que sigue desarrollando sus vivencias al toparse con coterráneos en comunas aledañas. Incluso, el 29 de abril se celebra el “Día de los sewellinos/as”, por eso el motivo de pertenencia.

Los tours no son el único lugar de encuentro. En el último tiempo, la virtualidad se tomó el espíritu sewellino, conformando grupos de Facebook donde entre recuerdos complementan historias que no podrán ser replicadas.

Esta crónica fue producida en el Diplomado de Periodismo Cultural, Crítica y Edición de Libros del Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile
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