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VOCES| Abran paso que viene un zorrón

Por: Marcelo Mellado, escritor | Publicado: 17.01.2022
VOCES| Abran paso que viene un zorrón |
Estaba yo subiendo una gran escalera, de esas que hay en Valpo, camino a casa en el cerro Bellavista, y un pendejo adolescentario que bebía cerveza con sus amigotes, con los que además compartía un pito en uno de los descansos, obstruyendo la pasada, les dice a sus compinches: “Abran paso que viene un zorrón”.

Obviamente se trataba de una agresión gratuita bajo el resguardo de sus cómplices “consumidores de iniquidades”, que al menos eran unos cuatro “saco´e huevas”.  Quedé picado porque no era primera vez era víctima de ese tipo de arbitrariedades violentas, al igual que otros vecinos “inocentes“, de parte de un pendejerío abusador y soberbio que se tomaba los espacios públicos, para desplegar su negatividad. Los pacos ya no hacían redadas por ahí, porque habían perdido la legitimidad mínima que exige la fiscalización callejera. Tuve que cambiar de ruta para acceder a mi vivienda.

El zorronismo: un modo de vida

La palabra zorrón hacía poco que la tenía registrada en mi diccionario particular, estábamos en los prolegómenos del llamado “estallido” (que yo prefiero llamar insurrección popular) y aún no le pillaba el significado específico. Pasé varias semanas angustiado por el hecho que me consideraran un zorrón unos putos anarcos hediondos a bola. Fui a las fuentes y traté de noticiarme al respecto.

Mirado a la distancia, me di cuenta que el zorronismo es un modo instalado de vida y puede hasta ser una estrategia liberal de existencia y quizás nuestro recién elegido presidente sea una especie de zorrón progre, imaginé. Después de un rato me trasladé a un lugar algo más grato y menos odioso, a una zona con espíritu rural, sin la soberbia criminal de los querellantes sin estatuto y donde no habitan los zorrones. 

Ahora la cuestión es definir las tareas que debemos realizar en la comunidad que habitamos, ni más ni menos que eso, esto implica participar de espacios de profundización democrática y de diálogo ciudadano (para usar una jerga ad usum), y de construcción de vecindario productivo, incluido el mundo del trabajo y las nuevas relaciones que hay que establecer. Todo eso también implica lucha contra el fascismo y, también, y quizás sobre todo, contra la pequeña (y mediana, tal vez) burguesía que siempre lo ha enmierdado todo. Mucha de esa basura es del campo artístico, poetas y dramaturgos, y vive, preferencialmente, en Santiago, en barrios específicos, y quieren ocupar ministerios y agregadurías culturales. Y suelen tener segundas viviendas en sistema parcelario que les ofertan las provincias.

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Mi preocupación mayor es que se terminen ciertas cosas y comiencen otras, así de pelotudamente obvio, como cuando se ambicionan transformaciones burdas de año nuevo, determinados por la histeria celebratoria. Y para evitar contaminarme con la basura fiestera de fin de año opté por pasar la noche del 31 de diciembre; día de mi cumpleaños, además, en unos cerros perdidos de la cordillera de la Costa, acampando. Es decir, levantando carpa. Debí esmerarme creativamente para improvisar una estacas de madera, menos mal que me preocupé de llevar un hacha de mano, porque mi pareja se consiguió una a la que le faltaban varios utensilios. Mi experiencia con la sobrevivencia silvestre es uno de los pocos capitales que poseo.

Santiaguinos malditos

Creo que todos los que se dedican a ejercer de elites opinantes, de esas con voluntad de poder en el uso de la palabra, y que suelen hervir en las RRSS, que se creen intelectuales o artistas, debieran aprender a acampar rudamente (sin el espíritu de mercado libre), hacer vida al aire libre, con mucho protocolo, eso sí, para no provocar incendios forestales y para no atentar contra los ecosistemas. Además, debieran enviarlos a trabajar a zonas extremas a hacer trabajo manual, no voluntario, para intentar aportar a la comunidad, y sobre todo, reducir el internet al mínimo, y también reducirles la democracia sustantivamente, porque no se la merecen. 

Hoy la cuestión se redujo a mejorar la democracia, lo que en la práctica es luchar contra el fascismo, que es otro de los modos de enfrentar el trabajo cultural. Por eso los santiaguinos malditos de los barrios de los café tienen que aminorar su deseo de escena. Lo mismo tienen que hacer los callejeros vociferantes y rompe mobiliario público. Reducirse y dedicarse al trabajo silencioso fuera del mundo del que se sienten dueños, mover a esa población de sus áreas de confort. Y ojalá llevarla al campo, como lo hizo Pol Pot.

Y esto, está claro, no soluciona ningún problema, pero saca a ciertas bataclanas del escenario, porque hay que quemar muchos escenarios de habla de los que quieren hablar de aquello que hay que hablar, córtenla maldito(a)s. Hay que quemar los podios digitales de los “yo opino…”, con la teoría de “quemar las naves”, sin vuelta atrás. Agachar la cabeza y producir.  Por eso lo decimos sin filtro, “abran paso que viene un zorrón” de a de veras.

 

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