Voces

Permanece la magia de Renato Cárdenas

Por: Mauricio Redolés, escritor | Publicado: 18.04.2022
Permanece la magia de Renato Cárdenas | En la fotografía Amanda Jara Turner, Renato Cárdenas Álvarez, Mauricio Redolés Bustos y Mauricio Venegas Astorga. Probablemente en el Bar El Castillo, primera cuadra de la Avenida Bernardo O’higgins, cerca de una Plaza que se llamaba Baquedano. Santiago de Chile. Junio 1985. Fotografía: Gentileza de Mauricio Venegas Astorga.
Conocí al querido Renato Cárdenas en la ciudad de Valparaíso el año 1973 mientras él era estudiante de la carrera de Pedagogía en Castellano en la Universidad de Chile, sede Valparaíso, y yo estudiaba Leyes en la misma universidad y sede.

Recuerdo que lo vi en la calle varias veces y me llamaba profundamente la atención su mentón alargado, sus ojos hundidos, su caminar  apresurado, su mirada perdida.

En aquella época yo tenía un amigo, compañero de curso en el primer año de Derecho. Porteño, comunista, cáncer y cabra, dos años menor que yo, y que parecía saberlo todo. O por lo menos eso creía yo. A mi amigo –de nombre Tito Tricot– le pregunté una tarde si se había dado cuenta de un tipo muy feo que andaba en las manifestaciones, marchas, asambleas, fiestas, en fin, en todas partes. Él lo identificó de inmediato.

–¡Ah! –me dijo– Ese es Renato Cárdenas.

–¿Y quién es Renato Cárdenas? –le pregunté.

Tito me dijo: –Es un compañero de la Jota (Juventudes Comunistas de Chile), y es un poeta importante. Le han publicado en Cuba unos poemas loquísimos en que dice que hay que salir con unos lazos a lacear a las antenas de televisión. Admiré de inmediato a ese tal Renato Cárdenas. Incluso lo encontré bonito.  

Algunas semanas después, estábamos un grupo de compañeros y compañeras de la Jota en la sede del Comité Regional, frente a la Plaza Aníbal Pinto, y apareció Renato. Apurado como siempre. Preguntó en voz alta quién podía ayudarlo. Dijimos al unísono y entusiastamente –¡Nosotros te ayudamos compañero!–. Eran tres estudiantes de la Educación Media y yo, que a pesar de tener 20 años representaba 15, muy flaco, bajo y lampiño, y pasaba por ser uno más de ellos.

Un ascensor

Nos explicó que había unas cajas con unos paneles con fotos de la Revolución Cubana, y que de la galería donde habían estado expuestas había que sacarlas luego, de inmediato, ahora ya, puesto que allí iban a montar otra exposición, y que no había donde guardar esos paneles hasta que se los llevaran a otra galería, y que él había ofrecido su habitación para dejarlas allí mientras tanto. Emprendimos el camino a la galería y de ahí salimos con las pesadas cajas al cuarto donde vivía Renato en una vieja casona en un cerro cerca de la Plaza Sotomayor. Tuvimos que subir con las cada vez más pesadas cajas el equivalente a unos cinco pisos por unas intrincadas escaleras del cerro y acezantes por fin llegamos a la habitación de Renato.

Cerró la puerta a nuestras espaldas y apenas cabíamos los cinco con las benditas cajas en la pequeña y ordenada habitación. Esta tenía dos ambientes. Un ambiente estaba cerca de la ventana. Y allí tenía su cama, al lado de la ventana, un velador, una pequeña cómoda y en la pared unos percheros con ropa. toallas, etc. Cada tanto la habitación se llenaba de voces que no eran las nuestras. Voces de mujeres y hombres en discontinuos diálogos tales como:  –Si yo le dije a él que no fuera para allá. Pero como él es porfiado fue nomás. Y alguien respondía: –Por eso llegaron los pacos entonces. Y las voces se desvanecían. Y luego el silencio. Y de pronto, repentinamente, otra voz decía: –Yo tenía uno igual pero se lo regalé a un tío que vive en Quillota. Y el silencio. Y de pronto otra voz: –La mujer de él es así. Si yo no le hablo. Y alguien respondía: –Eso la favorece a ella ya que… Y el silencio. Miré a Renato y descorrió una cortina, movió una celosía y puso fin al misterio. A unos ochenta centímetros de su ventana pasaba un ascensor. 

En el otro ambiente de la habitación tenía un desordenado y colorido e interesantísimo Taller de Serigrafía con miles (¿o millones?) de retratos de Luis Emilio Recabarren, el obrero tipógrafo que había fundado el Partido Comunista de Chile 51 años antes. Los Recabarrenes de Renato eran siempre en color negro y los fondos eran azules, rojos, verdes, marrones, bermejos, azules turquesas, amarillos, al más puro estilo Andy Warhol. Yo quedé pasmado ante la belleza de la muestra.

–¿Quieres uno? –me dijo Renato.

–¡Claro compañero! –le dije con entusiasmo.

–Elige uno –me dijo.

Y recibí el primero de muchos regalos que me haría Renato Cárdenas en los 49 años siguientes de nuestras vidas. Era 1973. El domingo 10 de abril del 2022 me entregó su último regalo, en esta dimensión. Su libro de reciente aparición: La comarca encantada. Me lo dedicó con mucha dificultad. Lo abracé y lo besé en su frente. Partió cuatro días después. Pero estará conmigo por siempre. Y contigo. Y contigo. Y contigo también.  

 

                                   CONTINUARÁ…Y NO ES CHISTE

 

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