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Suiza a la hora

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 05.11.2013

Textos y fotos de Daniel Noemi

La Suiza de América Latina. Eso decían algunos uruguayos en los años cincuenta de su país. Mientras tanto, allende los Andes preferían ser considerados como los ingleses de aquellas latitudes. Por suerte, en las últimas décadas esos afanes han, sino desaparecido del todo, reducido su frecuencia. Y digo por suerte: no nos vaya a pasar lo que les pasa a los suizos (de los ingleses ni quiero hablar). Entre tanto queso, reloj y Ferrari, hay que andarse con cuidado, pensaba el otro día esperando la micro a las afueras de Zúrich. La fresca brisa parecía de propaganda: el sol se abría entre las nubes después de una noche lluviosa. La gente esperaba silenciosa el bus de las 9:07. Eran las 9:06. A las 9:07, ¿qué sucedió? Hizo su magna entrada el público vehículo. Ah, para algo que sirva tanto reloj. La puntualidad es como una caja de chocolates: siempre se sabe qué esperar. Pero, como dicho: cuidado. Hace dos o tres años, los suizos tuvieron un plebiscito. No era para decidir sobre una nueva constitución o para determinar si los suicidios asistidos debían ser regulados por el estado o no. No, era sobre algo más simple: ¿quiere usted tener más vacaciones? ¿Cómo, si quiero tener más vacaciones? Sí, exactamente. Usted, sabe, por ley le corresponden 20 días hábiles de vacaciones al año. El nuevo proyecto de ley propuesto por el gobierno, de ser aprobado a través de la votación popular, le daría 25 días. Ah. Y “ahhh” (y otras cosas irreproducibles) dije yo cuando me enteré que el NO había ganado fácilmente. No a más vacaciones. Cosas más raras se han visto, es cierto, pero no pude evitar preguntarme si existía alguna posibilidad que ese resultado se repitiera en los que antaño soñaban con ser clones suizos o británicos. ¿Por qué?, pregunté con la inocencia de quien come queso todos los días. Temor a que la economía se desmorone, temor a perder lo logrado, temor a dejar de ser lo que se cree que es, una perfección difícil y aburrida, un sistema duro qué duda cabe (si tienes dinero todo está bien, si no que lo digan los miles de millonarios que ocultan sus platas en los bancos que ocupan una impresionantemente pequeña plaza en Zúrich; pero si no tienes, mejor te olvidas. Paso por la casa de Tina Turner a orillas del lago, quiero decir, por las afueras de la casa, porque el gran muro no deja ver nada: “What’s love got to do with it?”). Tanto miedo no te deja tomar vacaciones. Las vacas en estas bucólicas tierras andan con sus campanitas sonajeras colgadas al cuello. Por eso, supongo, es más caro comer carne suiza que neozelandesa en estos lados. El escenario es tan inmenso que dan ganas de citar a Neruda, pero me contengo. Llegamos luego de un periplo por casas y caminos que me recuerdan a la Heidi de una serie de televisión de añares atrás (ella saltando feliz de la vida y cantando abuelito dime por qué, y yo ya quisiera saber qué hacía Heidi cantando impúdicamente, que aquí todo está bien regimentado); llegamos decía a la zona de Emmentaler donde como se podrán imaginar se produce el queso ídem. El lugar ha sido dispuesto como una pequeña feria de atracciones. Una pequeña casa muestra el sistema de elaboración quesístico en el siglo XIX, otras a comienzos y a mediados del XX. En la casa central, junto a un pequeño mercado donde uno puede comprar queso, más queso, platos para el queso, cuchillos para el queso, velas con forma de queso, dulces con gusto a queso, muñecas que comen queso, libros con la historia del queso, postales de queso, magnetos de queso (compré uno) y sándwiches de queso (6 francos, pero deliciosos), se nos muestra la producción actual del lácteo en cuestión. A través de grandes ventanales, los visitantes pueden observar varias de las facetas del proceso de producción. Es notable el alto grado de manualidad que aún requiere, a pesar de todas las impecables máquinas suizas que dan suizamente la hora exacta. Me doy vuelta y una banda interpreta música suiza alpina. Afuera la gente ríe y come queso. Esto sí es Suiza, camaradas y compañeros. Una vaca muge. Está de acuerdo. En el camino de regreso, nos detenemos en Ikea, una de esas cadenas de todo para la casa con la condición que usted mismo se lo arme. No hay Ikea en la Suiza o en la Inglaterra de América Latina. ¿Será necesario para tener Ikea votar en contra de tener más vacaciones? Capaz que sí. En la noche comemos un fantástico fondue de quesos. El vino es chileno. Y después de la segunda botella me cae la teja: en el fondo de los fondues los suizos siempre han querido ser los chilenos de Europa. Por eso es que hacen todo lo posible por evitarlo. Más claro, echarle queso.

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