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Pepe Mujica: ¿Mito o realidad?

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 17.02.2014

mujicaSon sus fotos con sandalias o alguna imagen de su modesta casa en las afueras de Montevideo. Pese a su larga trayectoria política, José Mujica llegó hace unos años al conocimiento público de Chile y el mundo para inundar todo de sus anécdotas de presidente humilde y austero.

En las redes sociales aplauden cada una de sus hazañas de pobreza, pese a que, tiempo atrás, el ex guerrillero de Tupamaru, aseguró: “Yo no soy un presidente pobre. Preciso poco para vivir”. Frases y discursos que han dotado a su figura de una mística admirada, especialmente, por quienes son gobernados, a unos kilómetros de distancia, por un empresario millonario.

Hace unas semanas, me acerqué a Uruguay con la necesidad de descubrir, entre otros misterios llamativos, la visión de Mujica entre la gente de su propia tierra. También, debo admitir, quise indagar en la realidad social de los uruguayos más allá de la rimbombantes legislaciones progresistas a favor del matrimonio homosexual, el aborto y la marihuana. Saber si había algo más o algo menos.

Con el periodismo secuestrado en su gran mayoría y diversidad por los grupos de poder –muy especialmente en Chile-, es complejo conocer el quehacer político de los vecinos sin los filtros editoriales respectivos de la derecha. Sólo queda la propaganda –por supuesto, sin información objetivada- y el trabajo que pocos medios pueden hacer con ojo crítico.

En América del Sur, es un desafío cada vez más importante aventurarse a conocer las realidades de los diversos gobiernos progresistas –o de izquierda- que se han levantado los últimos años. Con el periodismo secuestrado en su gran mayoría y diversidad por los grupos de poder –muy especialmente en Chile-, es complejo conocer el quehacer político de los vecinos sin los filtros editoriales respectivos de la derecha. Sólo queda la propaganda –con poca información objetivada- y el trabajo que pocos medios pueden hacer con ojo crítico.

Así las cosas, Cristina, Evo, Rafael, Nicolás y Pepe forman parte de un grupo selecto de mandatarios de los que sólo se puede saber bien visitando sus países, subiéndose a la micro, conversando un rato, lejos de los kioscos y la televisión. Dos espacios que, por hoy, han significado sólo créditos positivos, especialmente, para Pepe.

 

Más allá del abuelo bonachón

Sobre el anciano de 77 años que hoy gobierna Uruguay hay mucho más que contar aparte de sus sandalias. De alguna forma, la apología a la pobreza que han realizado los medios ha terminado por omitir su pasado como guerrillero, sus 15 años de vida en la cárcel, las fugas y las torturas recibidas.

MujicaDurante el 2013, la revista británica The Economist contempló a Uruguay como “país del año”, celebrando los aportes sociales tras la legalización del cannabis y el matrimonio homosexual. Sobre este tipo de iniciativas, la publicación aseguró que se trata de “reformas pioneras que no sólo mejorarían a una nación en particular sino, en caso de ser emuladas, podrían beneficiar a todo el mundo”. A los elogios de The Economist se sumó la reciente iniciativa de unos catedráticos de la justicia penal alemana, quienes buscan postular a Mujica al Nobel de la Paz.

En Uruguay, no obstante, el hambre se siente fuerte pese a las reformas y yo, un poco abrumada por los altos precios de todo –y de la comida, especialmente- no pude evitar preguntar por el sueldo mínimo y la solvencia económica de las familias ante dicho escenario.

“El uruguayo resiste, acá se mata el hambre tomando mate”, me explicó uno de ellos, mientras almorzaba en su improvisada casa en medio de Cabo Polonio. En efecto, desde el 1 de enero, el sueldo mínimo alcanza los 8.960 pesos, cerca de 220 mil pesos chilenos, cifra sólo un poco más alta que la renta mínima nacional.

“El uruguayo resiste, acá se mata el hambre tomando mate”, me explicó uno de ellos, mientras almorzaba en su improvisada casa en medio de Cabo Polonio. En efecto, desde el 1 de enero, el sueldo mínimo alcanza los 8.960 pesos uruguayos, cerca de 220 mil pesos chilenos, cifra sólo un poco más alta que la renta mínima nacional.

Según el pelado -que declaraba haber militado en la izquierda uruguaya los años suficientes para decepcionarse-, lo de Mujica no es más que una imagen muy bien construida hacia el extranjero. “Hay un Pepe hacia fuera y un Pepe para Uruguay”, recalcó, antes de recorrer tristes pasajes de la historia política reciente, entre los que se encontraba la venta de Pluna -hoy en proceso de investigación por supuestas irregularidades-, la devastación del medioambiente en manos de trasnacionales y la sensación de estancamiento social, más allá del avance en cuanto a libertades individuales que hoy han posicionado a Uruguay como una meca del progresismo.

Hace algún tiempo, Julio Marenales, dirigente histórico del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y ex compañero de militancia de Mujica, se refirió al Gobierno de su viejo amigo con una reflexión crítica: «El Pepe no puede hacer una presidencia con las ideas que tenía como tupamaro. Ha tenido que adaptarse. Se amoldó al pensamiento general del Frente Amplio, que es una fuerza donde hay trabajadores pero también empresarios, y a los empresarios les gusta el sistema capitalista. Por tanto las ideas que sustentó el compañero Mujica años atrás las tiene, supongo, en el congelador. Es decir: el Pepe no va a hacer la revolución. Lo que no quita que este sea, por lejos, el mejor gobierno que tuvo este país».

Concluí algo similar tras mis días en Uruguay. Pese a sus discrepancias con Mujica, Marenales y el pelado que me ofreció almuerzo en su casa de Cabo Polonio compartían un mismo diagnóstico de resignación. «Podés decir lo que quieras de él, pero al menos no roba», me aclaró el último y supe que para ellos y gran parte del pueblo uruguayo, en este momento, esa verdad sobre el Pepe tenía más peso que cualquier construcción mediática de austeridad, progresismo y otras yerbas con las que los medios acostumbran adormecer el ataque a las estructuras del modelo. Sí, al menos no roba, pensé de vuelta a Chile. Y cómo podría yo cuestionar el alivio de su pueblo al respecto.

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