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Lorenzo Berg y los orígenes del Land art en Chile

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 19.05.2014

pza_almagroRecibí de parte de su hijo –que lleva el mismo nombre de su padre– un libro dedicado a Lorenzo Berg Salvo (1924-1984). Después de más de 50 años se reivindica una de las primeras manifestaciones, los signos, los indicios, un adelanto de lo que se conocería más tarde como Land art en el mundo –a pequeña escala– y ocurre en Chile, desarrollando la obra desde su concepción, el año 1961, a su concreción el año 1964: el monumento a Pedro Aguirre Cerda que se erigió en la Plaza Almagro, como cierre arquitectónico del llamado Barrio cívico, que se inicia con el Palacio de la Moneda.

Antes, decir algo muy breve sobre esta corriente artística. El Land art surge como tal en una corriente artística en Estados Unidos a finales de los años sesenta, y tiene como fin trasladar el trabajo artístico a los espacios naturales, transformados por la acción del artista. Como materia prima se recurre al entorno; la tierra, la piedra, el agua, todo medio ambiente natural. Entre sus pioneros se encuentran Robert Smithson, Michael Heizer, Richard Long y el más conocido de todos: Christo. Más adelante este tipo de intervenciones se trasladó a las ciudades, por ejemplo la envoltura del Reichstag en Alemania, realizada por Christo en 1995. La finalidad del Land art es buscar emociones en el espectador ante la magnificencia de las transformaciones y alteraciones del paisaje. El Land art pretende producir nuevas sensaciones y expresiones en la confrontación con el paisaje. Quizá, sea el principio de un arte que se comprometió con el medio ambiente, haciendo conciencia de su deterioro. Por lo tanto, llevan a cabo toda una serie de manipulaciones y transformaciones sobre el paisaje, ya que una de sus características es la intervención del entorno en grandes dimensiones. En su sentido artístico, configura un cruce entre el individuo y el medio ambiente.

Retomo el decenio chileno 1960-1970 y la obra que quiero comentar en este espacio. La que he llamado persistentemente la década prodigiosa, donde se observe devienen la ebullición de cambios, experimentaciones, transformaciones en todos los campos; sociales, políticos, culturales, económicos, educacionales. Donde se mire en ese periodo hay energías de renovación. Por supuesto no fueron espontáneos, venían articulándose desde fines de los cuarenta, entre las que se hacen efectivas varias reformas; la agraria, universitaria, las políticas que llevan a cabo las mismas colectividades. El fin de algunas coaliciones que se mantuvieron por décadas para dar paso a otras nuevas que impactarían en el desarrollo y la evolución política del país. Por otro lado, las contribuciones de artistas, arquitectos a cambiarle la fisonomía al país y ponerlo en la escena de las vanguardias plásticas que comenzaban hacer furor internacionalmente. En este caso cabe la obra de Berg, este precursor del paisaje natural como obra de arte.

Vico_002 copiaEl libro cuyo título es Lorenzo Berg/un origen. Monumento a Pedro Aguirre Cerda, comisionada por el destacado crítico de arte Ronald Kay, y editada por el Consejo de Monumentos Nacionales en febrero de 2014, donde se puede ubicar. Es una crónica, como se llevó a cabo y el rescate del monolito realizado en memoria del Presidente que gobernó Chile entre 1938 y 1941.

En su proyecto original constaba de una gran fuente de agua, “un espejo de agua”, dentro de esta se alzaban los siete bloques de piedra, solo con la intervención del corte, casi en bruto, sacada, extirpada de la montaña. Viene en simbolizar las realizaciones más importantes del ex presidente: Defensa de la raza, Corporación de Reconstrucción y Auxilio (Corfo), Pascua de los niños pobres, Educación, Límites de la Antártida, y el séptimo, que iría dedicado al mandatario con un relieve de la cabeza y terminando con la figura de dos niños.

El libro viene a poner en valor una obra casi perdida, aunque expuesta en el espacio público, exhibe su tensión, su contradicción; visible por su materialidad (ubicada en la Plaza Almagro), pero invisible como obra importante en la historia del arte chileno. Cabe mencionar los textos que reparan la ausencia y ponen en evidencia el testimonio, puesta en la encrucijada de las experiencias artísticas que se abrían rápidamente en el escenario local por los inicios de la década de 1960. Es quizá el sine qua non de la cultura chilena, homenajes póstumos o rescates de obras que pasan al olvido. Al mismo tiempo, víctima de los que han contribuido sin esperar prebendas, otra más que yace en los márgenes de la historia artística de Chile, como muchos ejemplos y como hoy también se avizoran seguirán sucediendo. Sin embargo, hoy con esta edición, se pone en su justo valor la obra de los que han tenido como norte “lo nuestro”.

La nostalgia que me recorrió, acabando de terminar de ver y leer el libro, seguirá presente el menosprecio y no por los que desconocen el arte, sino, justamente por aquellos que creen valorarlo. Las envidias, siempre estarán atravesando permanentemente la loca geografía chilena, y que se insinúa en algunos testimonios que se describen en el libro.

La frágil memoria local, o la desaparición de la materialidad, quizá el carácter telúrico chileno. No hay obra que no esté expuesta a la fragilidad de la desaparición, hasta los cuerpos políticos y sus almas ausentes. La alegoría que acecha detrás de la puerta del Chile público, como su arte, sus artistas, el patrimonio material, y a veces, también inmaterial, los cuerpos, las casas, el paisaje, pareciera en o permanente desaparición, en desmaterialización. Como se explica, parte de esta creación escultórica originada en el creador como consecuencia del terremoto de Valdivia. Como se narra, nace estando el autor Lorenzo Berg Salvo en Italia estudiando con una beca, se informa del evento acaecido ese año en el sur de Chile. Allí ocurre la gestación de los primeros esbozos de la obra. También vendrá a la memoria su materialidad, la piedra al desnudo, la tierra solidificada, retórica de la geografía local, arrancada del cerro, la cordillera de los Andes que atraviesa el territorio como una gran escultura que nos orienta. Es la huella de la naturaleza, la presencia de un fragmento de montaña dentro de la ciudad, un trozo de piedra natural en el artificio de un Santiago, de una urbe ya del siglo XXI. Me imagino en los sesenta aún tenía vestigios rurales, no existían los conflictos propios de la ciudad moderna, en un territorio subdesarrollado, en permanente subdesarrollo.

El artista dirá “Chile es un amontonamiento de inmensas moles pétreas, asentadas en metal y agua”, esta frase enfrenta lo esencial de ella, de la concepción del conjunto escultórico, y además, en una relectura los principios alquímicos de los cuatro elementos; aire, tierra, agua y fuego.

Allí la concepción de Berg como expresión de vida y los cuatro elementos alquímicos, el origen de la vida. De ello dan cuenta “la fuerza ruda de los bloques”, la tierra, el fuego expresado en la llama que formaría parte del conjunto escultórico, pero que nunca se concretó, los siete monolitos circundados por el espejo de agua que contendría una pileta y el aire que se cala entre los espacios de los gigantes de piedra.

Por otra parte, el acierto editorial de la portada del libro, un cuadrado blanco, muy minimalista, el uso de las fuentes tipográficas, de características muy finas y esenciales, como la pureza de la obra escultórica misma. Además, en su perspectiva histórica viene a ponerse en transición entre un arte academicista del periodo y las vanguardia más transgresora del momento, adelantándose a los conflictos entre humanidad y naturaleza, la misma dicotomía entre tipografía moderna de palo seco y clásica con remates, algo que la avanzada del diseño iba imponiendo.

La obra es un arte que se inserta en el hábitat y no lo altera, sino, la dignifica. Algo parecido a la obra Malévich “Blanco sobre blanco”, la radicalización absoluta de la pintura, sin olvidar su origen y sin renunciar a sus comienzos, la naturaleza como magia, como energía,una obra que significó el instante culminante en una búsqueda filosófica de un mundo espiritual, hoy día olvidado por la “industria cultural” y desacralizado por la feria, el supermerkat o el bazart, del arte.

La portada como acierto conceptual de la obra tratada, asemejando la perfección divina simbolizado en el cuadrado, construido intelectualmente a partir de la geometría, aludiendo a la armonía y pureza de la escultura. También, una relación casi contemporánea en esos momentos el long-play “Blanco” de los Beatles. Siempre se recurre al blanco y al cuadrado como simbología de un estado de cambio marcado por la espiritualidad. Cuando se contempla el monumento a Pedro Aguirre Cerda, quizá uno de los presidentes chilenos en que su obra ha logrado traspasar las vicisitudes del mundo de la política chilena, sin jamás ser puesta en cuestionamiento, como uno de los presidentes con una obra sólida, que aún sigue vigente, se aprecian sus huellas que trasciende el tiempo.

Este cuadrado sólido y denso que es libro que comentamos, es uno de los signos geométricos con mayor potencia simbólica, expresa la quietud, se expone aferrado sobre sus cuatro lados, por ello, comunica solidificación, detención, la perpetua estabilización de lo perfecto. El cuadrado, sus cuatro ángulos rectos, las líneas tensas y duras, refieren a la detención y la permanencia absoluta. En su ligazón con el número cuatro, alude a la perfección divina, a la realidad inmutable y eterna.

El blanco, por su parte, como el negro, se ubica en los extremos de la escala cromática. Por consiguiente, personifica el comienzo y el final de la existencia diurna. Esto último, otorga al blanco, un color puro e inmaculado, es decir, ideal. En cierto sentido, una límite entre lo visible y lo invisible. Debido a ello, el blanco es un valor fronterizo, el ocaso y el alba: el nacimiento y desaparición del sol, el ritual cósmico; la muerte y el renacimiento, el cosmos y el caos. En esta experiencia de la forma y las fotografías en blanco y negro, se hallan las claves de la comprensión de una obra semi olvidada como la de Lorenzo Berg Salvo.

Por último, destacar el relato como se fue haciendo el monumento y su odisea y los breves, pero intensos artículos de Ronald Kay y el poeta Raúl Zurita. También, no dejar de reflexionar cuando se pase por el Parque Almagro, a propósito de las marchas estudiantiles que terminan generalmente en destrozos, mirar esas moles, allí en el silencio nos haga recapacitar; la naturaleza hay que cuidarla y las expresiones del hombre permanezcan incólumes, y no perder nuestro origen de piedra, tierra, fuego y agua.

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