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El día en que el Maracanazo dio lo mismo

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 09.07.2014

10521098_807427552614288_7439910203848087824_nComo un anuncio lloraba el cielo en la costa del estado de Río de Janeiro. Una lluvia casi diluvio inundaba la carretera mientras la Selección de Brasil sufría la peor humillación futbolística de su historia y se lograba lo imposible, que el Maracanazo uruguayo de 1950 quedara escondido debajo del Mineirazo que le regalaron los alemanes en Belo Horizonte este 2014.

Llora la gente por la televisión. Llora las mujeres en el estadio. Lloran los jugadores en la cancha. Llora un caballero en la calle. Lloran los niños en las veredas. Un funeral inmenso se desata luego que la Manschaft le dé una paliza tremenda a la Canarinha y les elimine a los brasileños el sueño del hexacampeonato en su propia casa.

Estaba la fiesta armada, todo preparado para que el Scratch gritara por sexta vez campeón. Y otra vez los gritos de alegría se les quedaron atragantados entremedio de esos cantitos burlescos que entonaban en cada partido, primero contra la FIFA, luego contra Dilma Rousseff, enseguida contra los uruguayos, los chilenos y en el cierre contra los argentinos. Es que ya se veían en el Maracaná desatando la fiesta ante la Albiceleste, pero en el camino los atropelló un camión germano.

En vía a la ciudad de Paraty observo el partido junto a un grupo de trabajadores de una estación de servicio. Están los bomberos de la gasolinera, las chicas que atienden un puesto de comida, las del minimercado y un par de niños. Son aproximadamente una quincena y la mitad viste poleras amarillas de la Verdeamarelha. Una de ellas me informa que puedo ver el juego, pero que está cerrado. Luego su jefa amablemente me vende un sándwich y un jugo, justo cuando aparece el 1-0. A la par sacan unas bandejas con pizzas y empanadas fritas. Afuera llueve.

Todos concentrados y el 2-0. Aparecen los primeros gritos de rabia. Enseguida el 3-0 y las bocas abiertas de incredulidad se repiten. Un breve respiro y el 4-0. Aparecen las primeras puteadas contra la tele, el entrenador, los jugadores. Algunos dejan de ver el juego y vuelven a darse una vuelta por sus puestos de trabajo. Llega un minibús con brasileros y ven incrédulos el marcador. Rápido aparece el 5-0 y nadie habla, sino que comen en silencio mientras a lo lejos se oyen las explosiones de los petardos y fuegos artificiales que suelen lanzar tras cada paso hacia la esperada final. Ya no les sirven.

En el entretiempo avanzo otro poco y combino los relatos en la radio con paradas en diferentes puestos carreteros, llenos de gente sufriendo el partido. La ruta esta prácticamente vacía y hay que aprovechar la calma. Llueve con locura.

Alemania les regala el 6-0 y 7-0. Los brasucas se ríen de su propia selección. El gol del honor no cambia nada. La tristeza y desazón es absoluta. Las fiestas preparadas en los pueblos y ciudades quedan botadas. Por la noche me entero de peleas e incidentes en Uberlandia, Salvador, Recife, Río de Janeiro y Belo Horizonte. En Sao Paulo incendian una parada final de buses urbanos y se queman unos 20 vehículos.

Los periodistas de deportes comienzan por televisión y radio el revisionismo, a la par que hablan de un equipo sin sangre, sin carácter. Uno trata de niñitas lloronas a los futbolistas por hablar demasiado de la lesión de Neymar. Otro pide la cabeza del técnico Luiz Felipe Scolari y de los dirigentes de la Confederación Brasileña de Fútbol. La mayoría destaca las diferencias entre unos germanos hiperprofesionalizados y los locales apostando a la arenga emotiva y el talento individual. No logran entender la paliza recibida.

Ya autoflagelantes leen la prensa internacional y repiten: Humillación, vergüenza, catástrofe, ridículo, castigo histórico, etcétera. Casi nadie recuerda que el equipo avanzaba en las fases previas a puros costalazos. Las victorias anteriores escondían todo. Recuerdo a lo lejos unos periodistas brasileros que me dijeron que la final sería entre las selecciones europeas, también al recepcionista del hostal que hablaba de una victoria de 3-0.

Hago memoria y veo algunas ideas del Doctor Sócrates -un futbolista notable de la década de los ochenta y figura central en la lucha contra la dictadura local-, expuestas en columnas publicadas y entrevistas dadas a la revista Capital y que están recopiladas en un libro. Ahí el promotor de la Democracia Corinthiana hablaba de la falta de trabajo de fondo y de proyectos deportivos en el país, de su decepción con el gobierno de Lula, criticando la corrupción de las dirigencias y empresarios, denunciando los problemas del exitismo con triunfos sin base, a la vez que clamaba por un plan país que vinculara al deporte con la educación y la salud. Ahora sus palabras las escucho más fuerte. «Hay que partir de cero» y «hacerlo bien por los brasileros», planteaba.

En Paraty veo unos adolescentes y jóvenes borrachos y tristes, también unos extranjeros heridos por una pelea colectiva. En redes sociales Pelé escribe que el fútbol es así, que a veces se dan éstas sorpresas y que en Rusia 2018 van por el sexto título. Dilma plantea en tuiter que están dolidos, pero que la grandeza de los brasileros está en levantarse después de las caídas, y ya veremos en octubre si el Mundial la toca en las elecciones. Están en shock. Les pegaron duro y están en el suelo. Al menos los fantasmas del Maracanazo se les olvidarán, aunque mutados. ¿Otra Copa en casa? No creo que quieran.

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