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Educación y desigualdad: ¡Fin a la selección!

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 25.08.2014

A otros les enseñaron, secretos que a ti no
a otros dieron de verdad esa cosa llamada educación
ellos pedían esfuerzo, ellos pedían dedicación
¿y para qué? para terminar bailando y pateando piedras…
Los Prisioneros, 1986, “El baile de los que sobran”

 

El modelo educacional que se implementa en cualquier sociedad concreta, cumple una función social que dialoga con el proyecto de sociedad en curso y/o por construir, con la conservación y la transformación. Es así como el dialogo sobre la desigualdad en educación y la desigualdad de la sociedad chilena se engarzan rápidamente y permanecen como una complejidad que a veces parece indescifrable.

El sistema educacional, en las sociedades actuales, constituye uno de los principales lugares en que se producen los modelamiento de las relaciones sociales. Este proceso está guiado por los criterios que imponen los sectores que hegemonizan la sociedad a partir de sus propias concepciones de la “Acción Pedagógica”, es decir de los fines, principios y objetivos que deben guiar la educación.

(La educación) no ha sido llamada a remover o trastocar las estructuras sociales, sino a complementar funcionalmente el orden que se ha establecido producto de la lucha política en la sociedad, de modo que cuando se abren las posibilidades de caminos alternativos, se desata la disputa política en este campo como en cualquier otro.

A lo largo del siglo XX, se predefinió el carácter del sistema de educación chileno: pasó de ser nacional, centralizado, laico, público y de provisión estatal, al que solo accedía una élite; a uno de mercado, desconcentrado, con oferta privada y subvencionada, y paulatinamente de cobertura universal. La educación deja de ser solo para unos pocos y se convierte en “educación de masas” y debe hacerse cargo en su interior de las desigualdades existentes en la sociedad ¿Cómo lo hace? Profundizándola a través de la segregación en circuitos diferenciados: educación para ricos y educación para pobres. El modelo educacional aporta así a la reproducción de la desigualdad, convidándonos a todos a competir por posiciones e ingresos pero en condiciones desiguales, tanto de capital cultural y social original, como de calidades en la educación escolar y universitaria a la que accedemos.

Aun así, el modelo educacional chileno se aferra a propagandizar su promesa de movilidad, integración e igualdad de oportunidades, a través de una estrategia de mercado que entró hace varias décadas a cada aula: “la formación de capital humano”. Sus propios defensores discuten con pudor (pues les acecha el fantasma de la esclavitud) las implicancias de esta “acción pedagógica” dominante, de este objetivo. De tratar al ser humano como mercancía, que puede vender su trabajo pero también a sí mismo a través de su conocimiento incorporado.

Esta acción pedagógica promete rentabilizar en el mercado, en dinero y puestos de trabajo, cada año de estudio de la mano de la promesa meritocrática. Ha convocado a todos “a hacer su mayor esfuerzo”, a permanecer invirtiendo el mayor tiempo posible en su propia “empresa humana” ya que mientras más conocimientos incorpores, tu trabajo dejará de ser el de un obrero que vende fuerza y te transformarás en un capitalista que invierte en el mercado su capital humano acumulado. El mercado te vende educación y tú asumes ese gasto como una inversión que luego tendrá frutos en dinero y posición social.

La concepción meritocrática juega aquí un rol fundamental en la legitimación de esta concepción, suponiendo igualdad de oportunidades, pero soslaya que el origen de las diferencias de rendimiento académico y de cumplimiento con los parámetros estandarizados de la educación formal que impone la acción pedagógica dominante no se encuentran en la escuela, ni en cada individuo de manera aislada, sino en la sociedad. No hay mérito alguno en que aquellos seleccionados cumplan con un estándar que les ha sido otorgado por su origen social o el capital cultural de sus familias.

La educación formal ha tenido desde que se la conoce, en las sociedades de clases, una función de selección social, de distribución de posiciones. No ha sido llamada a remover o trastocar las estructuras sociales, sino a complementar funcionalmente el orden que se ha establecido producto de la lucha política en la sociedad, de modo que cuando se abren las posibilidades de caminos alternativos, se desata la disputa política en este campo como en cualquier otro.

La educación formal como la conocemos hasta hoy es selectiva, no solo en el acceso sino también durante el proceso educativo ¿Qué selecciona? Los partidarios de la meritocracia dicen que selecciona a quienes se lo merecen, algunos los críticos –a los que adherimos– han dicho que selecciona capital social y capital cultural, o sea: acumulación originaria de conocimientos, actitudes y acceso a bienes culturales, etc. de cada clase social. Lo que es cierto es que todas las corrientes concuerdan en que selecciona.

La escuela selecciona no solo en el ingreso sino también durante el proceso educativo, esto es exigiendo a cada estudiante someterse a los parámetros estandarizados de la política de formación de capital humano que supone la incorporación de conocimientos individuales y de hábitos competitivos, su objetivo es la formación de “individuos capitalistas” que invertirán su capital en el mercado.

Si la educación formal, en sociedades capitalistas desiguales, ha cumplido un rol selectivo, distribuyendo posiciones y ganancias en el mercado, debemos pensar en una nueva educación, en una nueva acción pedagógica que no podrá por sí misma revertir el carácter de la sociedad, pero podrá aportar a su transformación, disminuyendo su contribución a la desigualdad. Podrá aportar a la constitución de sujetos humanos que en vez de competir, colaboren; que en vez de memorizar, investiguen; que en vez de disciplinar, acojan; que en vez de clasificar, convoquen; que en vez de estar orientados a la ganancia, se orienten al bien común. Para ello deberá admitir cómo válidas y legítimas: nuevas, pero también antiguas y subordinadas, maneras de pensar, hacer, sentir y estar en el mundo.

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