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Opinión

La criminalización del infanto-juvenil y la naturalización de la violencia

Por: Alejandro Basulto | Publicado: 10.10.2016
La criminalización del infanto-juvenil y la naturalización de la violencia Tematicas de Sename | / Agencia UNO
La naturalización de la violencia, se comprueba también al ver que casos como el de la adolescente penquista, no son únicos ni pocos, sino que se repiten por todo el país, siendo tal vez, solo menos visibles. ¿Encerraremos a todos? ¿Aplicaremos como horda humana la violencia contra todos?.

Todos odiamos la violencia. Todo detestamos el matonaje. Todos repudiamos la delincuencia y la barbarie. ¿Entonces por qué caer en ellos?

El populismo penal y la venganza social se expresan masivamente y de diversas formas. Se pide cárceles para niños. Y una adolescente que de manera dañina e ilegal violentaba al resto, recibió un linchamiento virtual que está muy lejos de ser útil y ético. Son hechos preocupantes y un llamado a que algo estamos haciendo mal. Pero para entender cada uno de estas problemáticas, hay que conocernos como sociedad. Saber las causas de ciertas conductas y el por qué las leyes son de cierta manera.

Lo primero que hay que entender es que nadie nace con un “gen de la maldad” o nace predeterminado para hacer el mal de algún modo. Neurológicamente hablando, cada uno tiene emociones buenas y malas en su ser (según nos explica el famoso neurólogo António Damásio), las cuales se gatillan según los estímulos que se den (los cuales pueden ser cierto tipo de educación, distintos grados de apego, maltratos, drogas, etc.), teniendo también cada individuo una sensibilidad diferente a cada estímulo (lo que explica, entre otras cosas, por ejemplo, que en una misma familia, haya un hermano «más tranquilo» y otro “más travieso»).

Y todas estas conductas y emociones se pueden cambiar (tratando y re-educando al individuo), siendo obviamente, más difícil mientras más grande es uno (sin ser nunca imposible).

«Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”, dijo en su momento el intelectual francés Victor Hugo.

Y por eso que es importante entender también que el ser mayor de edad a los 18 años y tener un sistema punitivo distinto a los 14, 15, 16 y 17 años, no es algo antojadizo, no fue porque arbitrariamente hasta esa edad se decidió “librar del peso de sus decisiones a las personas”. No. Es porque hasta más o menos entre los 18 y 21 años, el cerebro humano no está la suficiente formado (se termina de formar a los 25 años, por cierto), por lo que tal como un árbol pequeño, todavía puede ser moldeable (tanto para el mal como para el bien). Es decir, que, por ejemplo, como los niños imitan mucho y cuestionan poco (siendo por eso importantes los referentes que tengan), ellos de acuerdo a ese aprendizaje, pueden formarse de acuerdo a una conducta sana o insana.

Por lo tanto, hasta cierta edad y si mayoritariamente uno ha vivido en cierto entorno, lo más probable es que no tendrá más que los valores o antivalores que ha aprendido en dicho espacio. Y probablemente nunca se los cuestionará. Lo que lleva al porqué, por ejemplo, no se puede hablar de discernimiento en el delito, en niños con menos de 14 años y de porqué también, entre los 14 y 17 años, la responsabilidad penal y el tratamiento será muy distinto que en un mayor de 18 años (ya que hay menor grado de consciencia del delito efectuado, entre otras cosas).

Y criminalizar a un menor de edad es lo peor que se puede hacer. Al criminalizarlo, lo estigmatizas y en casos como el que vemos con la chica que agrede a otras a las afueras de los colegios, le fomentas más su actitud no debida (por algo, por ejemplo, la misma adolescente que agrede a otras en Concepción se graba). Y, de hecho, al ya difundir su video, uno: le fomentas dicha actitud. Y dos: le generas una imagen e identidad en torno a dicha acción, que puede ser difícil después de cambiar. La funa social, por ejemplo, barre con un derecho: el al olvido. Toda persona tiene derecho a rehacer su vida, y una estigmatización tan masiva, solo lo dificulta (y quien no logre rehacer su vida, es bastante probable que seguirá en el mal camino, ergo: seguirá haciéndose daño asimismo y al resto).

Debido a ello, es importante también recordar que todos los Derechos Humanos por definición (no lo digo yo, lo dice la Declaración y Convención Universal) son: universales, igualitarios, irrevocables, inalienables, intransmisibles e irrenunciables. Y cada derecho conlleva un deber, que al no cumplirlo o respetarlo, en ciertos casos, puedes ver uno suspendido su libertad (lo que sucede con los presos, por ejemplo), pero no su dignidad ni el resto de sus derechos.

Y las cárceles, tan hacinadas por cierto (somos el segundo país con más “presos por habitantes” de la OCDE), son además un lugar infestado de factores criminógenos, por lo que enviar a niños y a adolescentes allá (como algunos de manera poca científica y humanitaria piensan), sería realmente casi condenarlos al mundo de la delincuencia, criminalizarlos y quitarles erróneamente la oportunidad de crecer con cariño, como también por lo tanto, negarles la posibilidad de desarrollarse sentimental, moral e intelectualmente.

El SENAME, con todas sus falencias, cuando lo ha hecho bien (que es dar un tratamiento adecuado y ser un buen hogar para el infanto-juvenil), ha dado efectos.El caso de Enrique Troncoso, un líder pandillero que se reinsertó socialmente – historia que podrán leer en El Mercurio del 2/10/2016 – es prueba de aquello. Él y muchos más casos, son prueba de que podemos recuperar a nuestros niños y jóvenes. Podemos recuperar personas.

Y la venganza social es algo de la Edad Media. En los países más seguros y con menos presos del mundo (Canadá, Alemania, Holanda, Noruega, etcétera), la prioridad está en el rehabilitar y en erradicar las causas criminógenas (y esto se logra – entre otras cosas – protegiendo la infancia, garantizando derechos, dando prosperidad e igualdad social), no en la venganza. No en la funa y el linchamiento público, que solo han mostrado ser inútiles y dañinos.

Además, si el afán es realmente solidarizar con las víctimas. ¿En qué minuto vengarlas ha sido solidarizar? Siendo que justamente solidarizar con ellas, sería ver el estado de las víctimas y ayudarlas en lo posible… ¿Y en qué momento la justicia pasó a ser sinónimo de venganza? La justicia es equitativa y reparatoria por naturaleza. Su fin es disuadir, proteger y reparar. No vengar. Santo Tomás de Aquino lo dijo una vez: «Justicia sin misericordia es crueldad».

Y si hablan de dar una lección, les recuerdo que “dar una lección” es dar una enseñanza, y por mucho que violentes a un niño (algo inútil y dañino, según la misma psicología infantil), sin enseñarle de manera pedagógica y paciente, él no aprenderá, por mucho que lo castigues.

Y es por todo esto, y sabiendo ya las causas y lo dañina que es la venganza social como también el populismo penal, que es importante el tema de cómo se trata la infancia y la adolescencia en Chile. Si tenemos a niños que viven siendo educados de mala manera, que viven en la imitación de los anti-valores y que, en muchos casos, son maltratados sistemáticamente, no podemos esperar resultados positivos. Tal como se pide más mano dura (lo que comprobadamente es prácticamente inútil: con el mismo Pinochet la cantidad de delitos se duplicó, según el INE), tal como se pide poner fin a las AFP y tal como se pide educación gratuita, podríamos pedir que las leyes y reformas en torno a la infancia y adolescencia se apuren (el SENAME pide un cambio a gritos).

Cuando uno ve a niños de 12 años con cicatrices, estigmas y demás secuelas debido a su actuar y su conducta antisocial (y eso, sin contar el daño que ha hecho en otros y a su entorno).  En vez de estar sano, jugando y estudiando como lo harán sus compañeros de curso (si es que va al colegio). Es ahí cuando uno se da cuenta que algo estamos haciendo mal con nuestra infancia y adolescencia. Y no sirve ese discurso de que “es culpa de sus padres” o “es su problema”, ya que justamente por esa actitud individualista, es que casos de niños maleducados y maltratados que han terminado mal, se multiplican cada vez más.

Y el caso de esa adolescente en Concepción por ejemplo (que creció en la contemplación de la violencia de su papá preso y de su mamá robando), nos habla de una normalización o naturalización de la violencia. No solo por la violencia empleada por ella o por la que quieran emplear otros contra ella en modo de venganza (o como también contra sus familiares y conocidos, sin saber ni siquiera si ellos realmente son cómplices de su conducta). Sino que también por imágenes dadas por sus mismos videos, donde se ve cómo una multitud festina ante esta violencia, mientras otra permanece de manera mayoritariamente pasiva. Y esto se suma a los casos de bullyng, de violencia en los estadios y en las marchas (aunque sea una minoría, en este último), el auge de los linchamientos y de las funas sociales, y un sin fin de factores más que nos demuestran como la violencia se naturaliza, conllevando esto sus respectivas secuelas negativas.

Y esta naturalización de la violencia, estimados lectores, se comprueba también al ver que casos como el de esta adolescente penquista, no son únicos ni pocos, sino que se repiten por todo el país, siendo tal vez, solo menos visibles. ¿Encerraremos a todos? ¿Aplicaremos como horda humana la violencia contra todos? Sería mejor ver las causas e individualidades de cada caso, y como solución más general al conflicto: educar, sentimentalmente por, sobre todo.

Podremos estar pidiendo más venganza, más violencia y peores castigos, años y años, pero si no erradicamos las causas y los factores criminógenos que originan este flagelo social, todo seguirá igual o, de hecho, peor.

 

Alejandro Basulto