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Opinión

Bob Dylan: La poesía hecha canción

Por: Rodrigo Reyes Sangermani | Publicado: 13.10.2016
Bob Dylan: La poesía hecha canción |
El ahora Premio Nobel de Literatura 2016 transformado en un verdadero bufón, construyó el itinerario de un personaje cambiante como su época, de un viajero íntimo entre sus creencias y sus anhelos, entre la guerra y la paz, entre la fe y la indiferencia, entre la reafirmación de su identidad y la rebeldía acerca de su propia historia.

Bob Dylan es acaso uno de los hitos culturales del s. XX, cronista incombustible de los procesos históricos, políticos y sociales de buena parte de nuestra época. Primero agazapado en su guitarra acústica y armónica folkie intentando emular al gran Woody Guthrie y luego electrificando su poesía con tintes fellinescos y circeneses refundando la canción protesta y el rock a partir de una lírica sin concesiones a la galucha ni menos a sus propias canciones, revisitadas una y otra vez en voces de Peter, Paul and Mary, Simon and Garfunkel, Maria Muldair, incluso por Adele, o tantos otros que pudieron con sus arreglos y voces, tantas veces edulcoradas, transformar los metafóricos textos de Dylan en el nuevo estándar de la cultura popular, de la canción americana y la literatura universal. Desde las misas de los domingos en la mañana hasta los arreglos de Bryan Ferry pasando por la profundidad de Fabrizio De André,  todos reconociendo la cuantía de su verso indignado y a veces indignante postulando al frágil niño de Minnesota en la cúspide cultural de nuestra época.

La obra de Bob Dylan es quizás una de la que mayor influencia poética ha ejercido estos tiempos, distinción conquistada con la grabación de piezas musicales únicas e imperecederas que dan sentido a una expresión que denuncia los dolores y desventuras de la humanidad desde la tensión política de los años sesenta hasta la irrupción de la posmodernidad con su manto de hibridez social que tanto nos desorienta y confunde. Por mientras, Dylan transformado en un verdadero bufón, construyó el itinerario de un personaje cambiante como su época, de un viajero íntimo entre sus creencias y sus anhelos, entre la guerra y la paz, entre la fe y la indiferencia, entre la reafirmación de su identidad y la rebeldía acerca de su propia historia.

No es un despropósito el reconocimiento de la Academia sueca, es el premio justo a un autor de dimensiones universales, que con su poesía y música ha ejercido influencia en toda la cultura de masas desde los años sesenta. Si hasta en los Beatles ejerció un liderazgo, en Violeta Parra, en Silvio Rodríguez o en Joaquín Sabina; los estudiantes de literatura lo estudian junto a Ezra Pound y Walt Whitman; San Peckinpah lo eligió para deambular entre James Coburn y Kris Kristofferson en unos de sus filmes más emblemáticos para parecerse a un personaje de Western Italiano; sus garabatos visuales estampados en las carátulas de sus discos son reflejo de una personalidad multifacética plasmada en los surcos de sus más de 40 discos que contienen varios de los himnos que musicalizan las escenas de los movimientos civiles en EE.UU., de los adolescentes inmolándose en Vietnam, de la firma por enésima vez de tratados de paz en Oriente Medio, del muro de Berlín cayéndose a pedazos, de los niños de África muriendo de hambre, de las construcciones humanas derribándose por la intolerancia de la religiosidad fanática.

Bon Dylan es sin duda el poeta del siglo, al menos el que cuya poesía más ha influido en la cultura de estos tiempos. Y eso la Academia sueca lo tenía claro.

Rodrigo Reyes Sangermani