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Emergencia política y la constitución del sujeto

Por: Oscar Menares | Publicado: 23.12.2016
Emergencia política y la constitución del sujeto oscar |
En el actual contexto de demandas estructurales por parte de la población, se ha reabierto el debate en la izquierda sobre el sujeto de cambio, debate que se sitúa en un escenario determinado por circunstancias aciagas para la constitución de un sujeto desde el trabajo.

El cambio de modelo económico operado en la segunda mitad de la década del 70 inició una secuencia de hechos que tuvo por efecto la pérdida de derechos sociales y políticos por parte de la población que vive de su trabajo, alterando de paso las condiciones que hicieron posible la cristalización de la clase trabajadora como sujeto político de transformación en el ciclo anterior.

En el actual contexto de demandas estructurales por parte de la población, se ha reabierto el debate en la izquierda sobre el sujeto de cambio, debate que se sitúa en un escenario determinado por circunstancias aciagas para la constitución de un sujeto desde el trabajo. Esta situación ha alimentado diversos enfoques, destacando aquellas posiciones que sostienen la vigencia de la centralidad del trabajo en la conformación de las sociedades modernas y la necesidad de desarrollar una propuesta que resitúe dicho actor como sujeto; aquellas que niegan tal centralidad, refiriendo un contexto general de demanda y malestar de ciertos estratos socioeconómicos motivados por afanes redistributivos y la promesa transicional incumplida; y, las que apelan a la constitución de un sujeto diverso y plural, a partir de la identificación de un ethos situado en el padecimiento del malestar provocado por la elite.

Estas reflexiones no son menores para el devenir del incipiente proyecto de transformación que emerge en Chile, en el sentido que la situación histórica para ser transformada requiere la existencia de condiciones o palancas subjetivas que operen en el sentido inverso al orden hegemónico. Esto nos lleva a la pregunta desde dónde y de qué manera desarrollar tal conciencia, respuesta que determinará los objetivos de la actividad política de las fuerzas de cambio.

Despejando inmediatamente el nivel discursivo en el debate, creemos que es plenamente posible apelar al sentido común general para desde allí desarrollar un discurso que construya un “nosotros”; en este sentido la apelación discursiva a “los trabajadores”, “el pueblo”, “la sociedad” o “los que padecen” será correcta en la medida que sea efectiva, que contribuya al objetivo de constituir ese “nosotros” en contraposición a los intereses de la elite. Ahora bien,  lo anterior no involucra la confusión de esta dimensión con la de tipo teórico, que contiene los elementos formativos de análisis de la realidad. Ambos niveles pueden resultar compatibles, y dialogar, pero es imprescindible comprender que involucran dimensiones distintas que deben estar relacionadas en el marco de un trazado táctico-estratégico que es mucho más complejo.  

Ya en ésta última dimensión, reconocerse de izquierda involucra asumir la herencia de la modernidad, pero es necesario convenir que reconocerse marxistas involucra asumir mucho más que la promesa ilustrada de igualdad, libertad y fraternidad. Desde esta matriz, reconocemos la existencia de modos de producción predominantes que determinan la existencia de clases sociales divididas, no solo en la producción sino que también en la reproducción de la sociedad, constituyendo la clase trabajadora una realidad objetiva, desprovista de conciencia para sí y por tanto atravesada por la hegemonía de su alterno.

En este orden de ideas conviene preguntarse si el sujeto clásico de la izquierda marxista es el sujeto de transformación en la actualidad.

Creemos que esta pregunta solo puede abordarse desde la relación estructural formativa de una sociedad desigual y segmentada en clases, propia de un modelo instalado por el gran capital nacional y extranjero en su exclusivo beneficio, que requirió la destrucción de las bases del arbitraje de una relación esencialmente contradictoria al suprimir el ejercicio de la democracia en la arena del Estado y excluir a las mayorías de la res pública.

Estos aspectos estructurales operaron a partir de la supresión del sujeto trabajador en cuanto tal, que tuvo su origen en la represión dirigida hacia los partidos de izquierda y dirigentes sindicales para -en un segundo momento- extenderse al conjunto de la clase trabajadora con la implementación del Plan Laboral y la sustitución del modelo productivo que terminó por dislocar al sujeto de transformación. Lo anterior, sumado al derrumbe de los socialismos reales, permitió abrir la brecha para el cuestionamiento de la centralidad ontológica de la clase trabajadora en expresiones de izquierda, situación que alimenta la necesidad de estas líneas.

En este sentido, cabe señalar que el trabajo no solo fue percibido por las clases propietarias como una fuente de la riqueza, sino como un peligro potencial que requería su neutralización por la vía del andamiaje super estructural. De esta manera la burguesía, mejor que nadie, comprendió el factor fundamental del trabajo como articulador de la realidad política del país más allá de la simple asalarización individual y su rol en la reasignación de recursos en la sociedad.  Podríamos decir que comprendieron –en palabras de Sinzheimer- que “la relación que liga al trabajador con su empresario no es sólo una pura relación obligacional. No pertenece al Derecho de las Obligaciones, es ante todo una relación de poder”, conclusión que a todas luces opera más allá de las nuevas formas de disciplinamiento y de organización del trabajo propias de relaciones laborales atípicas vigentes en Chile.

Por lo anterior, si la clase trabajadora se encuentra en tal nivel de descomposición se debe a una serie de factores en que se combinan los efectos de transformaciones estructurales, supra estructurales y subjetivas que han dificultado la organización de la clase que vive de su trabajo en el nivel del proceso productivo y fuera del mismo.

De esta manera, el sujeto tradicional de la izquierda -despojado de su capacidad de organización en la producción- perdió vertebración social y con ello las condiciones de organización que hicieron posible el desarrollo de la conciencia de clase para sí y de un proyecto histórico en función de un horizonte emancipatorio orientado a la superación de su condición de mercancía. Fuera de la producción la clase trabajadora se transformó -en términos aristotélicos- en una “potencia pasiva”, satisfaciendo sus necesidades de reproducción por medio del consumo y el mercado, y perdiendo toda capacidad de gestión comunitaria y densidad social para resolver problemas cotidianos.

Esta crisis en la constitución del sujeto de transformación no ha sido posible resolverla desde lo meramente proclamativo ni aún desde la inserción de izquierda en ciertas franjas del mundo del trabajo. Las condiciones objetivas orientadas a la desarticulación del sujeto trabajador en la producción son de tal envergadura que los esfuerzos de recomposición han sido extremadamente complejos y de resultados precarios a la luz de la experiencia transicional. De lo anterior no escapan las franjas de trabajadores de la exportación o de empleados públicos, que si bien han demostrado cierta capacidad de articulación, no fueron ni han sido capaces de sostenerla en el tiempo ni traspasar los márgenes de la demanda sectorial a pesar de los innumerables intentos de articulación en este nivel.

En los términos expuestos, la recomposición de la clase trabajadora –dentro y fuera de la producción-requiere mucho más que su proclamación en cuanto sujeto de cambio o la inserción aritmética en el mundo del trabajo por parte de las precarias organizaciones de izquierda que se reivindican clasistas. Involucra identificar el rol de la izquierda como factor subjetivo y de representación política de los intereses de clase trabajadora, y por tanto su papel en la generación de las condiciones que hagan posible la reconstrucción de dicha clase como sujeto de transformación.

En el ámbito de la producción es posible distinguir tres dimensiones de las que es necesario hacerse cargo desde una apuesta de emergencia política, estas refieren al acompañamiento del conflicto en la producción, la generación de condiciones de organización desde si y para sí, y la incidencia en las condiciones político-jurídicas que regulan las relaciones laborales.

En dicho orden, el desarrollo de la conciencia de clase trabajadora involucra un proceso de rearme subjetivo alimentada por la acción colectiva de los sujetos en conflicto, la solidaridad de otros trabajadores y de las representaciones políticas de clase trabajadora, lo que reafirma el sentido de pertenencia a un alterno en relación contradictoria y bilateral con el capital. En segundo término, la izquierda debe retomar las banderas de la democratización de las organizaciones sindicales y la recuperación de su legitimidad como herramientas de transformación material, siendo imprescindible contribuir en la generación de condiciones para la  autonomía y democracia plenas que potencien su constitución como sujeto. En tercer lugar, las representaciones políticas de clase trabajadora en el rol de agencia de dichos intereses pueden presionar cambios en el tinglado jurídico e incidir en la determinación de las reglas de la relación laboral, orientadas al desarrollo amplificado de la organización de la clase trabajadora en la producción.  

Más allá de la producción, es necesario resignificar las conflictividades sociales -previsionales, ambientales, feministas, nacionales, etc.- en clave política, y por tanto no alejadas o disociadas del conflicto del trabajo.  Si bien puede ser debatido el hecho que estas conflictividades obedezcan de manera directa a conflictos de clase trabajadora –con excepción del conflicto previsional donde parece más nítido- lo cierto es que sí se desarrollan a partir de una dinámica estructural en que el trabajo es una dimensión fundamental para su resolución.  De esta manera las representaciones políticas de clase trabajadora pueden potenciar la articulación político-territorial de los conflictos y sus actores,  dando cauce al desarrollo de una mayor densidad orgánica-asociativa e integrando a otros segmentos sociales pauperizados que viven de su trabajo, lo que puede verse coadyuvado desde el impulso institucional en el plano municipal, regional y nacional, permitiendo dar cohesión a una realidad fragmentada para transitar de la fase de malestar a una fase de incidencia en el proceso político.

En estos términos, el dilema de la izquierda emergente en relación al sujeto, puede ser superado desde la perspectiva de comprender su rol subjetivo en la generación de las condiciones políticas que -tanto dentro como fuera de la producción- permitan la emergencia de la clase trabajadora como sujeto de transformación, superando su condición de “potencia pasiva”.  Solo en este sentido la constitución de un nuevo sujeto toma una orientación transformadora en términos estructurales, porque más allá de las consideraciones en el plano discursivo y de su efectividad para constituir un “nosotros” que se exprese en las urnas, de lo que se trata es ganar, y ello solo será posible en la medida que se constituya un sujeto que comprometa gravemente y de manera decisiva los intereses del capital.    

Oscar Menares