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¿Apolíticos o neoliberales encubiertos? : La ética que no queremos ver

Por: Eduardo Pozo Cisternas | Publicado: 05.02.2017
«El discurso de la libertad individual crea una forma de ser que se gobierna a sí mismo tal como una empresa, lo que es tremendamente útil al sistema. Una auto-regulación, una auto-observación constante, un panóptico de sí mismo, que el sujeto no está dispuesto a abandonar ¿Por qué?», plantea el psicólogo Eduardo Pozo.

Se pueden disfrazar de derecha empresarial exitosa o de centro-izquierda progre supuesta defensora de derechos humanos. ¿Alguien ha escuchado a Piñera o decir que es un neoliberal? ¿Cuántos ciudadanos se declaran “apolíticos” y son profundamente neoliberales?

Después del apogeo neoliberal de los 90, hoy nos encontramos frente a conflictos económicos, políticos y malestares subjetivos que estallan por doquier. El neoliberalismo no es completo, sino que falla, como todo sistema social, en algún momento. Está hecho de lenguaje y, como tal, se constituye en torno a un vacío que sólo podemos contornear y denominar incompletamente. Agujero que está, aunque lo intenten tapar con el progreso tecno-científico que anestesia la rebeldía del sujeto.

Pero la cuestión es que ese intento de tapar lo “que se mete debajo de la alfombra”, tiene un retorno feroz y obsceno que hoy se muestra ya evidente e insoportable; una concentración del capital que se traduce en desigualdades sociales abismantes, violencias, monopolios, colusiones, corrupción, precariedad, estrés y agobio en el trabajo, destrucción de la naturaleza, decadencia del tejido colectivo que intenta ser reconstruirse vía nacionalismos altamente peligrosos (Trump), el individualismo, vacío de la vida cotidiana, adicciones, depresiones y aumentos de suicidios. Son síntomas tanto de lo que propone el modelo social como del cuerpo singular que intenta respirar, aunque sea con el ahogo de las crisis de pánico. ¿Son tan separables ambas dimensiones? ¿Existe un síntoma individual y otro social?

A pesar de esta crónica de una muerte anunciada, los partidos políticos que reproducen de alguna u otra manera el modelo siguen siendo apoyados por los individuos. ¿Por qué? ¿Qué será aquello que empuja a seguir en esta obscenidad a pesar de que no hay nadie que nos obligue externamente?

Podemos pensar que la dominación del poder político sobre la vida individual comienza a mutar de un líder, de un amo concreto, o de un partido autoritario que controla, a operar como una ideología en el interior mismo de cada individuo, de cada subjetividad como bien lo pudo pensar anticipadamente Michael Foucault. Esta es la macabra genialidad del modelo. Margaret Thatcher lo dijo clarito: “La economía es el método. La finalidad es cambiar el alma”.

Cuando los movimientos sociales emergentes discuten acerca del neoliberalismo, tienden hacerlo desde la lógica institucional jurídica, política y/o económica. Se deja de lado, a mi juicio, el arma más importante que hay que enfrentar: la producción de subjetividad. Es decir, cómo el discurso de la libertad individual crea una forma de ser que se gobierna a sí mismo tal como una empresa, lo que es tremendamente útil al sistema. Una auto-regulación, una auto-observación constante, un panóptico de sí mismo, que el sujeto no está dispuesto a abandonar ¿Por qué?

La real libertad individual que propone el neoliberalismo está fuertemente restringida, es controlada por sus dispositivos -escuelas, universidades, medios de comunicación, la psiquiatría farmacológica, las prácticas “psi” en el trabajo y medios, entre otros-. Se entrega una “sensación de libertad” a partir del cual el individuo puede decidir según su sexo, clase social, orígenes y poder adquisitivo familiar. Esa “sensación” es una obligación a elegir entre algunas opciones pero que no son distintas las unas de las otras. Por ejemplo, las AFP -donde el individuo DEBE elegir su institución- que gestionará sus pensiones y, no contento con eso, DEBE elegir al fondo al que va a pertenecer, incluso puede cambiarse. ¡Qué libertad!

Si ya estamos hablando de subjetividad, es fundamental tomárnosla en serio y analizar, por lo menos de manera general, cómo opera esta promesa de libertad colonizando dos instancias psíquicas:

1.- Una racionalidad a través del cual el «yo» de cada individuo se pueda identificar, a un ideal validado por el discurso del «otro». El “empresario de sí mismo”: independiente, calculador, individualista, exitoso, sin tiempo para el ocio, productivo, trabajólico, competitivo, que siempre va por más, sin límites. Un léxico que es tomado del mundo empresarial para traspasarlo a la existencia personal vía la colonización de esta instancia psíquica hiperracional consciente del individuo (el yo). Así se internalizan las reglas de funcionamiento de la lógica de empresa que rige el mundo, se reproduce en lo social y, por lo tanto, el individuo se transforma en útil, homogéneo y aplicado.

El narcisismo del sujeto queda enganchado a un ideal que lo hace gozar imaginariamente, y que está al servicio tanto del rendimiento en el trabajo, como de la proyección de la propia vida personal basado en el libre goce: plenitud imposible, ilimitada, más allá del placer.

2.- Esta “libertad” necesita también una responsabilidad individual desmedida, independiente de los males del sistema, de las injusticias en el trabajo o de las decisiones de la empresa. Ahí aparecen los dispositivos de incentivos y de penalización que obedecen a una interpretación económica del comportamiento de los individuos. Estimula la auto-dominación haciendo alianza con la severidad brutal del superyó anidada en las profundidades del inconsciente de cada uno, tal como lo teorizó Freud desde su práctica clínica. No todo es responsabilidad del sujeto. De su forma de gozar sí, pero no de lo que concretamente le ocurre en un sistema social irresponsable que se ha vuelto ingobernable.

Las dificultades de la existencia; la desgracia, la enfermedad, la cesantía, la pobreza, el fracaso escolar, el desempleo, la vejez y la exclusión son considerados consecuencias de malos cálculos, mala gestión, falta de previsión frente a riesgos, falta de prudencia. Son los enemigos del Estado empresarial.

Por ejemplo, en relación a la salud chilena, la responsabilidad personal no alcanza porque la única forma que se tiene de cubrir las necesidades en el mercado es mediante el elevado costo a compañías de seguros ineficientes, gigantescas y burocratizadas, pero también altamente rentables. Como señala Laval y Dardot, éstas tienen el poder de hacer coincidir las enfermedades con la aparición en el mercado de nuevos medicamentos.

El supuesto nuevo amo: el yo de cada uno, gobernado por la lógica empresarial del sí mismo y la hiperresponsabilidad. El círculo se completa cuando la vía de escape a este agobio, es el libre goce solitario al que es empujado el sujeto, que acepta con gusto y que deviene en síntomas -individuales y/o sociales- con características mortificantes.

Creo que el derrumbe del modelo aún no se produce porque los individuos no están dispuestos a soltar esto. Entonces, ¿qué responsabilidad subjetiva a someterse tan “gustosamente” a esta (no) ética? Y por otro lado: ¿Puede un discurso político emergente hacer la fuerza contraria para hacer ver este atrapamiento subjetivo?

El neoliberalismo plantea que el yo es totalmente libre, responsable de su razón, su voluntad y autonomía. Esto es doblemente falso. Es primer lugar, el yo es la punta del iceberg en el aparato psíquico comandado por mociones inconscientes decía Freud, y Lacan remata diciendo que es pura ilusión imaginaria. Por más que el neoliberalismo intente racionalizar yoicamente y homogenizar el deseo, vemos en nuestra práctica que éste siempre está determinado por cada inconsciente, que por definición es singular y movedizo. Y en segundo lugar, el yo se convierte en el engranaje de una maquinaria invisible, pensada y organizada por el capital para hacer creer que vivimos libremente y así suturar el vacío. No es una ilusión sin la otra. El yo es un títere entre ambas.

Esta producción de subjetividades neoliberales no puede quedar fuera del análisis de los movimientos emergentes como el Frente Amplio. Tomando a Gramsci, el análisis de las formas de dominación no sólo debe apuntar a la imposición externa oficial sino de cómo se genera un consentimiento invisible. ¿Qué ética detrás de un nuevo discurso podría agujerear este culto yoico a la autoestima individual por sobre lo colectivo? ¿No es algo necesario a integrar y pensar estratégicamente? ¿Cómo ir más allá de la denuncia y construir armas prácticas que habiliten la rebeldía para luchar contra esta hegemonía?

Eduardo Pozo Cisternas