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Opinión

«Hijos» de Julia Toro: El álbum familiar es una cita secreta entre generaciones

Por: Andrea Jeftanovic | Publicado: 23.05.2017
«Hijos» de Julia Toro: El álbum familiar es una cita secreta entre generaciones julia toro |
Julia publica este libro autobiográfico en el umbral de lo público y lo privado para adentrarnos en el primer día de escuela del hijo, en una hermosa adolescente que expone su perfecta panza de embarazo, un niño pequeño que camina con su padre por la calle creando un interesante juego de perspectivas

Toda familia, sea cual sea su composición, tiene un álbum de fotos. Un álbum es una travesía por imágenes de las fechas importantes, de los eventos significativos. El álbum es un cronotopo entre espacio temporal y afectivo de un puesta en escena de una pequeña comunidad-

La maternidad o paternidad es un disparador de imágenes alrededor de nuestros hijos. Es necesario y hermoso atrapar el vaivén de su crecimiento en el lente: la primera imagen tras el parto, la definición de las facciones que se aproximan a las formas familiares, el primer paso firme sobre el piso, las turgentes formas púberes, la piel tostada y pecosa en algún verano, el paseo de curso a la orilla de un río, o los niños disfrazados para alguna fiesta nacional. Como lo hacemos en la fotografía, en la vida hay que dejar que los hijos sean los protagonistas, que ocupen buena parte de la toma colectiva. La maternidad o paternidad es obligatoriamente un ejercicio de generosidad que realizamos de un modo imperfecto.

Los hijos también nos vinculan con el tiempo. Cuando los hijos se prueban la ropa y les queda pequeña hay otra medida temporal. Incluso hay algo en ese momento de inflexión cuando se dice “Mi hijo me pasó”, los hijos crecen y los padres se empequeñecen en todo sentido.

Julia Toro hace ese ejercicio, de espacio y tiempo, en su libro Hijos, y claro ella no es una madre más, es una reconocida fotógrafa, autora de los retratos más destacados del movimiento artístico de los ochenta (con capturas memorables de Pedro Lemebel, Raúl Zurita, Jorge Tellier, Juan Leppe,) y,  también, es una avezada retratista de la intimidad, de escenas eróticas. Ella viene, en su larga trayectoria artística, cultivando el género del retrato y la figura humana, siempre embelleciendo a sus fotografiados, captando sus gestos singulares o sus zonas áureas, haciéndolos únicos e irrepetibles.

En este nuevo libro se centra en su descendencia, en sus cuatro hijos y ella se resta de la escena. La portada es la hoja de un cuaderno con una ascensión de números, 683- 687- hasta el 807 en un papel cuadriculado. El aprendizaje, las tareas, la contabilidad también son parte de la experiencia de los hijos.

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Julia publica este libro autobiográfico en el umbral de lo público y lo privado para adentrarnos en el primer día de escuela del hijo, en una hermosa adolescente que expone su perfecta panza de embarazo, un niño pequeño que camina con su padre por la calle creando un interesante juego de perspectivas. En un punto su álbum particular, el de su descendencia, es el álbum de todos. Se suceden las escenas de la pubertad con la explosión hormonal, la pareja hippie que abraza al recién nacido, la otra hija amamantando un bebé, el hijo en uniforme escolar en la puerta de la escuela, las hijas adolescentes con pañuelos en la cabeza con las primas en un verano, o con largas bufandas de lana en el invierno. La hija maquillándose en el espejo del baño a punto de salir a una fiesta. El hijo mayor con traje del servicio militar. La hija adulta cuidando unas ollas con un pañuelo en la cabeza como si fuera un óleo de Veermer.

Una vez escribí que algo particular de las fotos de Julia es que la sutileza de su trabajo visual, el registro paciente de la naturalidad de los cuerpos cotidianos, de modelos que no estudian su ademán, de personas que se desplazan sin poses ni escándalos. En cada toma uno se pregunta ¿dónde está la fotógrafa que ha logrado esa espontaneidad, esa intimidad? Los cuerpos infantiles y  jóvenes parecen inmunes al disparador sigiloso de la cámara, como si no hubiesen advertido la presencia del lente que precipita la mirada, porque cada fotografía evoca una escena que sugiere un suceso cotidiano que puede relatarse. Los protagonistas parecen seguir desarrollando las acciones en las que estaban involucrados, o bien dejan captar el momento efímero que concluirá más allá de nuestra atención.  Sí fugacidad, sí destello impreciso.

En la mayoría de las imágenes vemos a los hijos adolescentes; pensemos que Julia Toro se lanza a la fotografía cuando tres de sus hijos entraban en esa edad, y su hijo menor tenía algunos años.  Ella dice que el encuentro con la cámara fue un amor a primera vista, un flechazo de clics y clics que han continuado por toda su vida.

Un libro sobre el desarrollo de los hijos es un ejercicio de desprendimiento porque quizás es el último registro de ese cuerpo que podíamos abrazar libremente. Un registro de un cuerpo infantil que ya no es tal, o que ya no está por su partida temprana. El “negativo” de la maternidad, también presente en esta publicación, es el tras bambalina, es un collage de imágenes cotidianas de cansancio, emoción, frustración, alegría, angustia, intimidad, dedicación y pérdidas. La misma Julia Toro ha dicho “Saber leer un negativo o una copia lleva tiempo; por eso me gustan las fotos dramáticas que te cuentan una historia y éstas se quedan en la memoria. Creo en mi ángel fotográfico, en el inconsciente fotográfico y amo las cámaras mecánicas donde cabe la posibilidad de lo imprevisto”.

Tener un álbum familiar es tener un patrimonio. Hace unos años atrás con Julia dimos un taller de creación, en la Biblioteca del Centro Cultural GAM,  que relacionaba fotografía y narrativa a través de lecturas y ejercicios. En una de las sesiones les pedimos a las asistentes elegir una foto del álbum familiar y llegaron a la mesa de trabajo álbumes con tapas de cuero, con portadas de cartón, con hojas con pegatina, con fotos en blanco y negro, tonos sepia, en el formato instantáneo de la polaroid. La mayoría todavía tenían el álbum físico de la era de la fotografía analógica y constábamos que había algo de tesoro en esa materialidad. Algunas figuras humanas de las imágenes estaban recortadas o tachadas tras un complicado divorcio o una pelea familiar. Como era de esperar, la foto tachada motivó muchos textos.

En los últimos años el trabajo de esta destacada fotógrafa ha recorrido distintos espacios, la muestra Erótica en la Factoría Santa Rosa, Hombres x Julia Toro en Corporación Cultural de Las Condes, Performance en la Biblioteca GAM, Estética en la nada en la Galería Ekho, y la extraordinaria muestra retrospectiva Desde la mirada al encuadre en el Museo de Arte Contemporáneo, bajo la curatoría de Francisco Brugnoli. Además, ha publicado su trabajo en el libro de gran formato Amor x Chile, Editorial Ocho Libros, con ensayos de destacados críticos y artistas. Y, hace un mes, se presentó un catálogo de la muestra preparado por el mismo MAC.

El sello La visita, que publica interesantes trabajos visuales en su colección El rectángulo, dedicada a la fotografía contemporánea (por ejemplo, sobre Colonia dignidad, el trabajo  de Zaida González, Nicolás Wormull, Tomás Munita, entre otros), se suma a esta lista con un libro verde agua en pequeño formato y prístinas reproducciones.

Las imágenes siempre despiertan un deseo. ¿Qué desean las imágenes del álbum familiar? El epígrafe dice “brota sana la vida otra vez” como un puñado de semillas. El libro de los hijos es un libro de lo ya fue y no volverá, es el puerto donde arribamos con ellos sin poder dominar el océano en el cual navegarán. El álbum familiar mueve el hilo invisible que une al hijo con la madre, como dice el poema de Leonora Vicuña que cierra el libro, esta vez con la madre fotógrafa que genera otro cordon umbilical con estas escenas cotidianas de la crianza. El álbum familiar es una cita secreta entre generaciones.

Andrea Jeftanovic