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Opinión

Terremoto en México: Abrácense muy fuerte

Por: Richard Sandoval | Publicado: 20.09.2017
Terremoto en México: Abrácense muy fuerte | Rescatistas en Escuela Rebsamen Twitter: @valeleriarochac
En el DF nadie duerme, tampoco en Puebla, donde mujeres recorren todas las villas y colonias para dar con el paradero de personas que no conocen y hacer llegar la información de la tranquilidad a sus conocidos. Tampoco duermen en Morelos, en Guerrero, en la Roma y Cuernavaca. El frenesí de la ayuda es voraz, y todos se han entregado a una batalla digna que estremece.

«Aquí mi amor, aquí mi amor, no te vayas a raspar, dame la mano, vente mi niño, ya no llores más mi niño, ya te tengo. Ahí hay otro, vamos por el otro», en la escuela mexicana Rébsamen aún esperan decenas de niños por ser rescatados, y los hombres y mujeres que luchan frente a rocas rajadas y toneladas de concreto no se rinden, no pueden permitir dejar que corazoncitos frágiles se detengan en la oscuridad, entre la sangre mezclada con el polvo hirviendo. México llora, la tarde del 19 de septiembre, otra vez fecha fatídica, la tierra remeció a la ciudad levantada sobre los cinco lagos, y el terror que pasa al desconcierto aparenta ser total. Pero sólo lo aparenta. La ciudad del absurdo, la de las avenidas con nombres de revolucionarios y equis mezcladas con zetas impronunciables ha rechazado, otra vez, ser vencida por el shock, y entre las más agónicas súplicas a la virgencita de Guadalupe se ha convertido en un inmenso abrazo.

Médicos que no son médicos recuerdan sus conocimientos de primeros auxilios y se bajan de sus autos destruidos para sanar a trabajadores que de sus edificios estrellados contra el suelo han arrancado. Bomberos de valores inmortales atraviesan, como en un túnel de estadio, callejones humanos que se transforman en un continuo aplauso ante el avance de una camilla con un anciano de la muerte rescatado. Decenas de miles de jóvenes convocados por la Unam olvidan cualquiera sea el panorama para partir a donde su presencia se les pida. Kilómetros de personas hechas una sola fila tardan horas pasándose de mano en mano el más mísero pedazo de piedra, de ladrillo masacrado. El tedio ya no existe, o si existe, es aplacado por la intacta ilusión de hallar un par de piernas exigiendo auxilio. Se busca a María, se busca a Víctor, todos saben que está vivo, y en medio del millar desesperado se aprendió a guardar silencio. El gesto es simple, mano alzada, puño apretado y boca cerrada. Sólo así se podrá escuchar el hálito de Víctor, el susurro impotente de quien quiere vivir, volver a dar un beso, un abrazo de calor, volver al último tequila, a su amor. El tiempo es enemigo, pero las manos no faltan. Un auto tapa la salida a un edificio en Colonia Obrera, son las once de la noche, y mientras treintas hombres embarrados logran sacar el Chevrolet chatarriado, se escucha un heroico ¡Sí se puede, sí se puede! El edificio colapsado es una fábrica, y los trabajadores a quienes los rescatistas intentan devolver la vida son colegas, los compañeros de trabajo a los que no van a abandonar por ningún motivo.

En el DF nadie duerme, tampoco en Puebla, donde mujeres recorren todas las villas y colonias para dar con el paradero de personas que no conocen y hacer llegar la información de la tranquilidad a sus conocidos. Tampoco duermen en Morelos, en Guerrero, en la Roma y Cuernavaca. El frenesí de la ayuda es voraz, y todos se han entregado a una batalla digna que estremece. México es un nervio vivo, rojo, encapuchado, ametrallado de vigor que salva vida. Y la ayuda que no alcanza se refuerza con insumos de las naciones solidarias que ya están viajando, para dar un litro de agua, desde Venezuela; una doctora recién egresada, de La Habana; o un profesional curado de espanto desde tierras terremoteadas desde el alma, como Chile. Es que sentimos en la carne que hay que devolver la mano a un país tan noble, a una gente tan amable con los músicos, artistas, deportistas e inmigrantes, un pueblo que recibe con sonrisa y sin chistar estrecha manos, un pueblo hecho de culto a la muerte que esta vez sólo pide vida, una cadena de voluntades que grita, en cada esfuerzo por la calma, «abrázame muy fuerte». Abrácense muy fuerte amigos mexicanos, que de esta trampa de las entrañas terráqueas los latinoamericanos otra vez vamos a escapar. Angelitos tienen, y garra es lo que sobra. La resiliencia está, en cada esperanza por verdad en madres y padres de estudiantes desparecidos. En la imbatible porfía por que triunfe siempre el reencuentro. Viva México, hoy más que nunca cabrones.

Richard Sandoval