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Opinión

«Blade Runner 2049»: Más forma que contenido

Por: Jaime Coloma | Publicado: 06.10.2017
«Blade Runner 2049»: Más forma que contenido |
Blade Runner 2049 establece un imaginario estético muy acorde a la cinta original sin romper para nada la sociedad propuesta en esa ensoñación que resultaba ser Los Ángeles U.S.A. del 2019, entendiendo que la única evolución a la que se había accedido era a la tecnológica, mayor consumo mediante.

Resulta imposible referirse a Blade Runner 2049 sin hacer mención de la película homónima estrenada el año 1982 bajo la dirección de Ridley Scott, donde bajo la premisa estética del cyber punk se nos enfrenta a disyuntivas existencialistas, de inclusión e identidad (aún no se ponía en el tapete la problemática del género así que la identidad sólo circundaba la construcción del “si mismo”). Por lo mismo, quizás una primera recomendación es tener presente la ahora llamada primera parte de la historia antes de ir a ver esta secuela.

Blade Runner, la de 1982, nos presenta un imaginario caótico y apocalíptico donde la polución, corrupción y decadencia de la sociedad quedan en evidencia a la hora de mostrar una sociedad altamente consumista y hedonista pero de un claro vacío existencial, donde justamente aquellos seres creados ficticiamente nos hacen ver la necesidad de una historia que nos contenga e identifique. La búsqueda del origen y del pasado son parte inherente del relato planteado por Scott en ésta película que ha terminado siendo, además de un clásico de la cinematografía ochentera, un filme de culto. Los paisajes urbanos, las vestimentas recordando a una especie de Humphrey Bogart en “Casablanca” -utilizadas por Deckard (Harrison Ford)- o las grandes hombreras y el elaborado peinado de Rachel (Sean Young) -que rememoran a una Joan Crawford ganadora del Oscar por “Mildred Pierce”- son parte clara de esa cosmovisión donde la historia es fundamental y se constituye en un bastión básico a la hora de establecernos como entes sociales y pensantes. No es de extrañar que la película del ’82 haya calado tan hondo en la que prontamente fue llamada «la Generación X», ya que esta generación, a la que pertenezco, es aquella cuya incógnita “X”, igual que en las ecuaciones matemáticas, hay que descubrir. Es decir, una generación en constante búsqueda. Desde esta perspectiva, tampoco asombra que el monologo final de Roy (Rutger Hauer) haya sido tan significativo, puesto que dejaba en evidencia la idea de lo pasajero y poco consistente que es la historia individual que finalmente y en sus propias palabras, las del personaje, “se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.

Todo esto es parte del background que se tiene cuando uno enfrenta esta secuela, que ya antes de ser estrenada venía con publicidad adicional prometiendo un golpe fuerte a los fanáticos y freaks (hoy «niños ratas») que han seguido la primera y la tienen dentro de sus favoritas. Por lo mismo, y como decía anteriormente, creo importante haber visto la de la década de los ’80 primeramente para establecer y construir de manera clara la narración propuesta en esta cinta realizada/estrenada 35 años después.

Blade Runner 2049 establece un imaginario estético muy acorde a la cinta original, sin romper para nada la sociedad propuesta en esa ensoñación que resultaba ser Los Angeles USA del 2019, entendiendo que la única evolución a la que se había accedido era a la tecnológica, mayor consumo mediante. Se nos presenta una sociedad saturada, llena de estímulos y muy solitaria, una exacerbación de la sociedad que vivimos actualmente, pero con autos que vuelan y muñecas inflables que son virtuales, que no molestan y permiten establecer un vínculo unilateral y a gusto del consumidor (pequeño gran mensaje soterrado a lo difícil que es construir pareja en el mundo actual, no así en los ’80 donde la trama se cruza con una profunda historia de amor), esclavos, que existen hasta hoy día, muy obedientes y desarrollados de manera ficticia, ojalá sin emociones. Y es justamente en esta idea donde resulta fundamental la construcción narrativa y profunda del filme que se sostiene en éste anecdótico mundo futurista que, rápidamente, nos damos cuenta que no lo es tanto. Es también justamente aquí donde la película falla, a pesar de estar constantemente dándonos datos concretos establecidos en los diálogos y pensamientos de los protagonistas de la importancia que tienen las emociones, la espiritualidad (el alma) y la historia cuya conciencia va más allá de un implante y debe establecerse en una vívida experiencia.

Probablemente hay quienes sientan que la larga historia contada por Denis Villeneuve, su director, busca dar solución a aquellos cabos sueltos que quedan en la hoy consabida primera parte (la del ’82). Sin embargo, esta necesidad imperiosa de las generaciones actuales que nos hablan de no sostener ni tolerar los vacíos es una de las cosas que particularmente más me perturbo, además de lo innecesariamente extenso de la película, porque da cuenta justamente de la incapacidad de llenar los cabos sueltos con el imaginario propio y configurar así una historia que se nutre constantemente en las construcciones individuales de la percepción artística. ¿Acaso no es fundamental en la relación perceptual con una obra creativa poder establecerla en la emotividad particular del individuo para que ésta se nutra hasta el infinito? Bueno esto, que para mí es una máxima de cualquier relación emotivo perceptual con un otro, más aún si este otro es un objeto creativo y de arte, se rompe radicalmente en la historia propuesta ya que lo que pretende es cerrar círculos sin permitir que el espectador los concluya como quiera, se nutra y establezca en su cabeza el hoy tan esquivo juicio crítico.

Blade Runner 2049
Denis Villeneuve
2017
3 de octubre de 2017 (Estados Unidos)
Ciencia ficción
163 minutos

Jaime Coloma