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Día mundial del agua: Camino al desierto permanente

Por: core | Publicado: 27.03.2018
Día mundial del agua: Camino al desierto permanente |
¿La culpa de quién? Las señales son claras. Somos nosotros. Es nuestra irresponsabilidad y nuestra hambre. Suena cursi y suena hippie, lo sé, pero no por eso falso. ¿Cuál es nuestro papel en esto? ¿Cuáles son las atribuciones que posee el Estado para controlar esta situación? Son interrogantes que se deben discutir y sobre las cuales, por cierto, hay puntos de vista radicalmente opuestos y muchas veces irreconciliables. Lo único cierto es que nos estamos quedando sin agua.

Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, vive una de sus peores crisis sociales de los últimos años. Esta vez, no es la supremacía blanca, la opresión y la violencia, sino una amarga situación que se origina por nuestras vidas y que tiene relación con la Tierra y con la supremacía de nuestra especie sobre el ambiente.

Y es que la bella ciudad costera está a punto de quedarse sin agua. Suena increíble, pero es absolutamente cierto. Acá no estamos hablando que el escenario futuro se viene desalentador,  sino que el presente se encuentra tan oscuro como el vacío espacio. No valen los escépticos, porque la realidad ya pegó un fuerte portazo sobre cerca de 1,3 millones de viviendas, las que de concretarse el peor de los escenarios, quedarían sin suministro de agua potable en sus cañerías a contar del 15 de julio, en lo que se ha denominado el día cero.

Es un hecho serio y bastante abrumador, sobre todo considerando que la ciudad, de poco más de 4 millones de personas, ya posee casi 3 mil viviendas sin acceso al agua potable, de acuerdo a cifras del Gobierno del Cabo Oeste. A estos lugares se les conoce como “asentamientos informales”, o como nosotros los denominamos, campamentos.

Seguramente lo vivido en Ciudad del Cabo no es algo único en el mundo –especialmente si nos ponemos a pensar en todas las personas que sólo en África no tienen acceso a agua potable-, pero sirve para ejemplificar una terrible realidad, que hasta hace poco, se disfrazaba en la cotidianidad de lo típico del “tercer mundo”, en el desierto de la ignorancia y lejano a los ojos de los países del “primer mundo”.

Tras la experiencia noticiosa de Ciudad del Cabo queda la lógica pregunta ¿Qué tan lejos estamos en Chile de esta realidad? ¿Estamos tomando las precauciones para que no nos suceda lo que le pasa a nuestros vecinos al otro lado del océano?  En mi opinión, no. Vamos en el mismo curso de colisión.

Sí, existe el cambio climático, y sí, estamos viviendo una mega sequía –como ha señalado, entre otros, el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia, CR2, de la Universidad de Chile-. Todo eso suma a agudizar el problema: no llueve, se acumula poca agua, poca agua acumulada equivale a pocas reservas de agua potable, y somos otra Ciudad del Cabo. Pero más que todo, creo que nos acercamos en esa dirección porque no estamos respondiendo las preguntas de forma correcta. Es más, quizás nos estamos haciendo las preguntas incorrectas o con un enfoque, a mi modo de ver, equivocado.

Buscamos encarecidamente “nuevas fuentes” de agua, hacer más embalses, recargar acuíferos, etc. Todo eso sirve, pero pareciera que a pesar de eso, la causa está frente a nuestras narices y no la vemos.

Es indudable que las “nuevas fuentes” son necesarias para quienes no tienen acceso al agua. Para quienes deben forzosamente caminar día tras día largas distancias para obtener algo que para nosotros pareciese ocurrir por mera generación espontánea.

Y ¿Qué pasa con el resto? Debemos necesariamente cambiar nuestros hábitos y aceptar, de manera honesta y abierta, que todo tiene su límite. Buscar de dónde sacar más agua está bien siempre que sepamos que estamos en un gran sistema cerrado llamado Tierra. Más que tratar de buscar más recursos, deberíamos aprender a reducir nuestro consumo y buscar la forma de producir más con lo mismo. En definitiva, gestionar la demanda, y no la oferta, como se ha hecho de forma ininterrumpida por más de ¿100 años?

Sólo por poner un ejemplo, al año 2015 el país contaba con 144 áreas de restricción de aguas subterráneas entre las regiones de Arica y Parinacota y Biobío. En la práctica, esto es una alerta amarilla respecto a la cantidad de agua que se está extrayendo, y por lo tanto, ya no se pueden constituir nuevos derechos de aprovechamiento de aguas de carácter permanente.

¿La culpa de quién? Las señales son claras. Somos nosotros. Es nuestra irresponsabilidad y nuestra hambre. Suena cursi y suena hippie, lo sé, pero no por eso falso.

¿Cuál es nuestro papel en esto? ¿Cuáles son las atribuciones que posee el Estado para controlar esta situación? Son interrogantes que se deben discutir y sobre las cuales, por cierto, hay puntos de vista radicalmente opuestos y muchas veces irreconciliables. Lo único cierto es que nos estamos quedando sin agua. No porque deja de llover, sino porque nuestra demanda está alcanzando y fácilmente superará la oferta en ciertos sectores del país –y si analizamos nuestra nación por sectores, en algunas áreas de la zona norte y centro norte la demanda superó largamente la oferta-. Pero incluso, si logramos igualar ambas, ¿Qué sería de la flora y la fauna asociada?

Hemos pasado por lejos el punto de las acciones individuales, y la historia de casos dramáticos, como el de Australia, nos hablan que para actuar requerimos regulación. En definitiva, más y mejor, mucho mejor, Estado. Una opción con la que adhiero, en parte, pues ha sido probada en eficacia.

Hasta el momento nuestros antepasados y sociedad actual han pecado de la misma falta. Adolecemos del mismo síntoma. Vemos todo como piezas de un motor de auto. Cada parte separada, cada sistema independiente. Nos olvidamos de la gestión global, la gestión del territorio. Administrar espacios como un todo con múltiples variables. En eso estamos al debe, pues todas las luces nos llaman a esa ruta, pero la esquivamos con la mejor finta futbolera. Para eso las excusas nos sobran.

Con o sin Trump, con o sin cambio climático, nos estamos quedando sin agua. En un análisis muy global en un país muy particular, pensemos lo siguiente: si las reservas potenciales de agua de Chile fueran 10, y nuestra demando hoy es 6, qué va a pasar cuando seamos el doble de habitantes. Nos estamos quedando sin agua, es matemática básica.

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