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Contra el olvido y la negación de la historia: El Estadio Víctor Jara no quiere morir

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 27.07.2018
Contra el olvido y la negación de la historia: El Estadio Víctor Jara no quiere morir DSC_0755 |
Fue un cambio en el plano regulador de Santiago, a cargo del alcalde UDI Pablo Zalaquett, el que intervino de forma definitiva el destino del recinto deportivo techado más grande de Chile en 2009. Desde entonces, ninguna autoridad política ha sido capaz de salvarlo de la inactividad a la que fue condenado, a pesar de su valor histórico y social. Hoy la familia del cantautor y sus colaboradores avanzan a contrapelo en defensa del espacio: «Somos una especie de mono porfiado», advierte Amanda Jara.

Llueve a raudales y las pocas personas que circulan por el pasaje Arturo Godoy, ubicado a pocas cuadras del Metro Unión Latinoamericana, se refugian en un pequeño resquicio del estadio, fuman y toman café. A un costado de la calle está la única señalética sobre el lugar, que destaca el rostro del cantautor y su sonrisa eterna, un gesto que aparece en casi todas sus fotografías. Es inevitable quedarse mirándolo, pero el pavimento roto distrae, obliga a desviar la mirada y cuidar los pasos para no caer.

Cuando, en 2003, el Estadio Chile cambió su nombre a Víctor Jara, muchos pensaron que se acercaban al reconocimiento definitivo de la historia. Seis años después, tras las gestiones de Joane Turner, viuda del artista, el lugar fue declarado monumento nacional. Desde entonces, el histórico espacio comenzó un recorrido no declarado hacia el olvido.

Desde su hogar en Quintay, Amanda Jara explica lo que ha ocurrido sin eufemismos, un estilo que la distingue y parece evocar a su padre: «Ha sido una constante en relación a Víctor. Le pusieron el nombre, pero no soportando que tuviera su nombre, lo dejaron relegado, botado, olvidado, clausurado«, sostiene al otro lado del teléfono.

En días de invierno, el pasaje Arturo Godoy —el que muchos evitan por su pavimento roto y su intenso olor a baño público—, se llena de personas en situación de calle esperando conseguir un espacio para protegerse del frío y la lluvia al interior del primer centro deportivo techado del país. Es prácticamente el único uso que los gobiernos democráticos, sin importar su tendencia política, le han otorgado al recinto que desde 2009 no puede utilizarse en eventos que reúnan a más de mil personas por un cambio en el plano regulador de Santiago y una ordenanza realizada por el entonces alcalde UDI Pablo Zalaquett.

«Hoy día no cuenta con los permisos requeridos para poder hacer los recitales y las cosas que se hacen allí», señaló el edil, asegurando que en un «plazo prudente» se realizarían las inversiones para volver a darle un uso a sus más de 6 mil butacas disponibles. Sin embargo, los recursos nunca llegaron y tampoco el interés de las autoridades.

Peor aún: la intervención de Zalaquett terminó por crear un mito urbano en torno al estadio que ha provocado que muchos piensen que no se encuentra apto para el uso masivo, algo que desmienten categóricamente desde la Fundación Víctor Jara.

Foto: Vanessa Vargas

«Mil cosas se han dicho sobre el estadio. Son falsas, no son más que mitos urbanos que se han ido elaborado en torno a un lugar que, como permanece inactivo, la gente tiende a explicarse por qué se transformó en una especie de elefante blanco metido en este pequeño espacio de la ciudad y que no tiene ningún rol que jugar. La gente empezó a decir que en cualquier momento se cae el techo, que las graderías están malas… todo eso es falso», asegura el cineasta Cristián Galaz, director ejecutivo de la fundación.

Hace un año, encargaron un estudio —junto al Instituto Nacional de Deportes, a cargo del recinto— a profesionales de la arquitectura y la ingeniería en construcción. El análisis determinó que el estadio se encuentra en perfectas condiciones estructurales y está apto para el uso.

Al circular por el frontis del mítico recinto, no hay ninguna placa conmemorativa ni señal que indique que ahí fue asesinado Víctor Jara, Litré Quiroga y otros cientos de prisioneros políticos. Tampoco existe ninguna aclaración para quien no sepa que el espacio fue utilizado como uno de los centros de detención y tortura más grandes del país, donde circularon más de 7 mil personas bajo la amenaza de la dictadura y la violencia militar.

A juicio de Amanda, quien lleva su nombre en homenaje a la madre campesina del cantautor, el abandono del estadio evidencia «una gran y triste mentira durante tantos años», camuflada en una transición compleja hacia la democracia. Y advierte: «Somos una especie de mono porfiado, porque no nos vamos a dejar abatir».

Foto: Biblioteca Nacional de Chile.

Todo lo que tiene que ver con Víctor Jara está clausurado

Antes de convertirse en un centro de exterminio, el estadio vivió días de gran agitación artística y deportiva. En la segunda semana de julio de 1969, el popular locutor Ricardo García —más tarde fundador de sello Alerce— y la Vicerrectoría de Comunicaciones de la Universidad Católica organizaron ahí el primer Festival de la Nueva Canción Chilena, donde triunfaron Víctor Jara y Richard Rojas: el primero acompañado de Quilapayún y la estremecedora «Plegaria a un labrador», y su par con «La Chilenera».

El evento se vivió como el inicio simbólico de una nueva identidad en la música chilena, que tenía como motor la denuncia social y la representación artística de los sentires de un momento de gran ebullición política. El festival tendría dos nuevas versiones, pero tras el 11 de septiembre de 1973, el escenario y los instrumentos fueron cambiados por una hilera de presos maltratados y metralletas. La música dejó de sonar por un largo tiempo.

—No es sólo por Víctor, sino por todo lo que pasó ahí. Es algo que nosotros sentimos que no puede quedar en el olvido. Hay que recordarlo, no como un momento de oscuridad, sino como un momento de nunca más.

Amanda Jara no habla estrictamente del pasado: la Fundación en homenaje a su padre nació de la preocupación de Joane Turner por el futuro. Por eso organizaron ahí un acto de purificación del estadio, al que llamaron «Canto Libre», que contó con la participación de un centenar de artistas en abril de 1991, liderados por el dramaturgo Andrés Pérez: «Fue en relación a ese acto y con la energía de ese acto que sentimos que era un momento para crear la fundación», precisa la heredera de Víctor.

Tras el fin de la dictadura, parecía que el estadio y el país se acercaban a construir un nuevo capítulo de la historia: «Era un momento de mucha esperanza, de mucha energía, sentíamos ansias de poder volver a construir nuestra convivencia, nuestra identidad», recuerda Amanda.

Pero finalmente no fue así. La hija de Jara se explaya sobre un proceso truncado que decepcionó a muchos: «El tiempo nos ha mostrado que la ilusión es algo bello, lindo, pero la realidad hay que combatirla. Y ese momento se esfumó de cierta forma. Era un tiempo en que pensamos que íbamos a poder empezar a trabajar en todas esas cosas que eran necesarias».

Tras la purificación que la familia Jara lideró sobre el estadio, el espacio volvió a retomar vida. Aprovechando su acceso privilegiado a pocos pasos del Metro y la Alameda, el centro deportivo fue escenario de grandes presentaciones durante la década de los 90: James Brown, Lou Reed, Morrisey, The White Stripes, The Strokes, Kratfwerk, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mecano, Soda Stereo, Charly García, Virus, Quilapayún, Inti Illimani y Los Prisioneros fueron algunos de los artistas que se presentaron en el recinto.

De hecho, en 1986 los sanmiguelinos lanzaron ahí su segundo disco «Pateando Piedras», en una presentación histórica: fue uno de los primeros shows de rocks masivos en medio de la dictadura, con una doble presentación —los días 1 y 2 de noviembre— y convocó a más de 11 mil personas. Era un espacio querido por González y compañía, quienes regresaron en 2002, en pleno reencuentro del trío, para ofrecer un nuevo concierto doble.

Pero, tras el cambio de nombre del recinto en 2009, las restricciones se fueron sumando hasta que cayó la advertencia de Zalaquett. Tras un cambio en el plan regulador, el estadio que fue inaugurado en 1969 por obra del arquitecto Mario Recordón no podría estar en ese cuadrante, algo que a Galaz le parece inverosímil:

—Como que se trató por oficio de negar la existencia del estadio. Eso poéticamente es muy increíble, porque no puede estar algo que tú estás viendo, tocando y por donde puedes transitar.

Las restricciones de aforo se encargaron de alejar a las grandes productoras. La suspensión de conciertos en el espacio canceló una gira ya agendada de Quilapayún en homenaje a Víctor. Lo mismo había ocurrido meses antes con el Galpón inaugurado por Joane Turner en el cumpleaños 70 del artista: fue desalojado por Carabineros, quienes también arrasaron con las dependencias de la fundación. Tras ser consultado sobre el cierre de ambos recintos, el entonces alcalde Zalaquett respondió que fue «solo coincidencia».

La puerta del camarín donde habrían asesinado y torturado a Víctor Jara.

Desde entonces, la familia de Víctor Jara y sus colaboradores cercanos siguen avanzando contra la corriente, bajo el deseo de revivir el espacio y recuperar para la comunidad su valor histórico y social. No solo por Víctor, aclaran, también por Litré Quiroga y todos y todas los que pasaron por ahí: «No sabemos cuánta gente, todavía es incierto porque el Ejército nunca ha dado mucha información sobre quiénes estuvieron por acá. No han colaborado en nada en la memoria de esto», sostiene Cristián Galaz.

Hoy, es difícil para chilenos y turistas hallar un espacio físico en donde encontrar a Víctor Jara en la capital. Simplemente no existen muchos rincones donde reunirse con su legado y su historia: de hecho, el memorial que se construyó en el espacio donde fueron tirados los cuerpos de Jara y Quiroga en la comuna de Lo Espejo está tapado por los escombros y la basura.

A veces llegan extranjeros a tocar las puertas del estadio: dependiendo de la voluntad de los trabajadores del recinto, consiguen un pequeño tour o una historia sobre el espacio. Durante años se han preparado solos para cumplir un rol que nadie les asignó, en reconocimiento a la importancia del lugar donde trabajan. Sin embargo, a juicio del director ejecutivo de la Fundación, el país podría entregarle una respuesta más digna a los interesados.

«Sería bueno decirles: nosotros también queremos a Víctor, también lo amamos y por eso es que tenemos este pasaje y este estadio en buenas condiciones. Hoy el mensaje que estamos dando como sociedad a los extranjeros que vienen acá, que no son pocos, es que a nosotros la memoria de Víctor como país no nos interesa para nada», afirma el cineasta.

El único asiento blanco de las graderías está pintado así en homenaje al cantautor.

FAM 2018 y el sueño de la remodelación

A diferencia de lo que ha ocurrido con otros grandes artistas chilenos, la familia de Víctor Jara ha optado por poner su nombre a salvo de los grandes auspicios y de los intereses políticos de gobiernos de turno. Han preferido avanzar a de a poco, a contrapelo, de la mano de ciudadanos y ciudadanas. La propia Amanda Jara lo detalla y recalca que, en estos 25 años de vida, siempre han sido impulsados por organizaciones de base.

—Nuestra organización nunca ha sido auspiciada, apoyada o patrocinada por el poder político de este país. Siempre hemos sido bien autogestionados, hemos estado en la frecuencia más ciudadana en nuestro quehacer que en la del establishment chileno. Nuestra fundación nació así y su labor ha continuado de esa forma porque ha sido el sello de mi madre.

Desde ese escenario comenzaron a pensar en una forma de darle uso al estadio y esquivar las restricciones planteadas hasta hoy: así nació el Festival Arte y Memoria, que tuvo una exitosa versión piloto en octubre del año pasado y ahora vuelve con la ambición de reunir a más de 10 mil personas en el recinto, pero con la trampa de extender su convocatoria a lo largo de siete días y no en una sola noche.

Se trata de un proyecto ambicioso, que contempla una semana de actividades múltiples al interior del centro deportivo. Será su momento de mayor acción en casi una década, un intento de devolverle el esplendor de tiempos pasados. Aunque el plato fuerte correrá de lado de la música, el evento ofrecerá talleres, charlas, cine, teatro y más sorpresas de entrada liberada, previa inscripción.

El Bloque Depresivo, Manuel García, el Colectivo Cantata Rock, Inti Illimani, Quilapayún, Saiko, Moral Distraída, Daniel Muñoz y Los Marujos, Nano Stern, Villa Cariño, Los Vásquez y Congreso son los invitados de selección de FAM, cuyas entradas ya se encuentran a la venta.

«Nos animamos a hacer algo más complejo, más potente e invitar a la comunidad a participar no solo de conciertos, sino también de actividades gratuitas. Todo en la idea de volver a juntar algo que nunca ha estado separado, que es el arte y la memoria. Por eso esperamos iniciar aquí una seguidilla de FAM en los próximos años que vuelvan a darle vida a este estadio», cuenta Galaz.

El camino desde la cancha a los camarines.

La recuperación del estadio no es una ocurrencia de hoy: en su cuenta pública en 2015, la presidenta Michelle Bachelet anunció que diseñarían un proyecto de remodelación para recuperar el recinto como «espacio de memoria y encuentro». La promesa contemplaba la idea de iniciar las obras durante el 2016, pero éstas nunca comenzaron.

No los desanimó. El trabajo siguió adelante y la Fundación Víctor Jara encargó un proyecto de reparación al arquitecto Cristián Castillo, que busca cambiarle la cara al recinto y a su exterior: quieren convertir el pasaje Arturo Godoy en una especie de plaza de 120 metros de largo, donde se grabarán los versos de «Somos cinco mil», el último poema que el artista escribió en vida. La iniciativa también contempla la construcción de mobiliario público como bancas, reposaderas, mesas de ajedrez y espacios para carros de comida. A la vez, frente a la puerta principal del estadio se instalaría un memorial que recuerde a las víctimas de la dictadura.

El proyecto ya fue aprobado por el Consejo de Monumentos y está a la espera de conseguir un financiamiento cercano a los 350 millones de pesos. Mientras tocan puertas para obtenerlo, la fundación de Víctor sueña con la posibilidad de convertir el estadio nuevamente en un referente. Si logran reunir los fondos, desplegarán un mosaico a lo largo del pasaje Arturo Godoy a cargo de la artista Pelagia Rodríguez, que se complementará con un mural del histórico Alejandro «Mono» González, quien ya ha pintado en numerosas ocasiones en honor a Jara.

«El Estadio fue un campo de concentración, es un espacio de memoria muy fuerte. Está cerca de todo, pero muy abandonado. Es invisibilizado, diría yo. Lo usan solo para dormitorios de invierno», se queja el artista visual.

Al «Mono» González, como a Amanda Jara, les parece que en Chile no existe una política cultural que aprecie, rescate y difunda el legado del arte popular en sus más diversas facetas:

—Ha sido una frustración permanente la falta de una política cultural que sea diversa, amable, que nos acepte a todos, no discriminatoria.Hay algo que pasa con la cultura popular que está menospreciada, clausurada y censurada. Esa es nuestra sensación en estos 25 años de trayectoria»—, recalca Jara con tristeza.

En tanto, el artista de 71 años cree que buscan tirar bajo la alfombra un pedazo de la historia, para que las nuevas generaciones no tengan idea de lo acontecido en ese pasado doloroso. Pero es importante mostrar, apunta, «en eso hay que ser porfiado. El año pasado postulamos al Premio Nacional sabiendo que no íbamos a salir, pero el arte de calle hay que defenderlo, ahí está la cultura popular. Si la Violeta estuviera viva tampoco le habrían dado el Premio Nacional de Música», apunta el «Mono».

Víctor, un desafío al negacionismo de la historia

«Seis de los nuestros se perdieron en el espacio de las estrellas. Un muerto, un golpeado como jamás creí se podría golpear a un ser humano. Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores, uno saltando al vacío, otro golpeándose la cabeza contra el muro, pero todos con la mirada fija de la muerte. ¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!», escribió Víctor durante su detención, un escrito que solo sería conocido por todos gracias a la valentía de sus compañeros.

En los días más oscuros de su historia, los camarines del Estadio Víctor Jara fueron utilizados para prácticas individuales de tortura. Hasta hoy, los guardias del lugar aseguran que permanecen casi en el mismo estado en que fueron dejados tras su último uso represivo en 1974. Fue en uno de ellos, cerca de la cancha y la enfermería, donde encontraron asesinado al prolífico artista.

También se mantienen intactos los pasillos y balcones laterales del recinto, con pequeños espacios para mirar la cancha que eran utilizados por el control militar. No solo obreros y dirigentes políticos sufrieron ahí el horror: también había mujeres, estudiantes de la UTEM y obreros de cordones industriales.

Ahora, en días de lluvia y frío, las camas de personas en situación de calle abarrotan sus rincones. En abril pasado, largas filas de migrantes repletaron el espacio en búsqueda de regularizar su situación. Ninguno de ellos está ajeno de los planes de la fundación para el futuro: la idea es acogerlos en un espacio, ofreciéndoles un lugar para sentarse a comer o a conversar con amigos. Un lugar para reencontrarse con el arte y la historia.

«Queremos darles a conocer la historia de Víctor, la historia de este estadio, de este pasaje, y que también se integren a esta memoria. Tienen mucho para entregarnos a nosotros y creo que podemos corresponderles», enfatiza Galaz.

Pese a que el nombre de Víctor Jara es conocido en diversos rincones del mundo, Alejandro «Mono» González insiste en que hay que evitar que el estadio caiga al olvido, relegando su historia y alimentando el apetito de las inmobiliarias y centros comerciales, que asedian el sector. Y apunta al rol del FAM 2018: «Es muy importante, porque coincide con el cumpleaños de Víctor, pero también con su muerte».

A juicio de cercanos y colaboradores, el desuso en el que dejaron caer al estadio tiene una estricta relación con la forma en que se han intentado negar muchas historias sobre el horror en Chile. Hace poco surgieron voces más radicales de quienes se atreven a reivindicar el exterminio, pero a juicio de Galaz siempre ha predominado un negacionismo solapado, que busca obstaculizar la memoria sin declararlo. Que solo deja que el tiempo pase.

El muro del recinto fue producto del trabajo forzado de los prisioneros políticos.

«Intentan ponerle palitos a la gente en el camino. Y lo que tenemos que hacer es sacar esos palos y buscar que la memoria florezca en todos los rincones. Nos hemos dado cuenta que no depende del Estado, sino de la iniciativa de la ciudadanía. Pero el Estado tiene un rol que jugar y no lo puede negar: tiene que dotar de recursos a la memoria«, recalca.

El cineasta opina que, aunque muchos quieran «hacernos creer que somos una minoría a quienes nos importa la memoria y los derechos humanos, no es así». Caminando por una de las salas en donde realizarán actividades, se detiene unos segundos y explica por qué insisten en esta búsqueda:

—A la gente le importa esto. A quienes no le importa, quienes quieren negar lo que ocurrió es básicamente una elite del país, la elite de los poderosos, la elite de los que tienen el sartén por el mango y no lo quieren soltar. Esa es la gente a la que no le conviene esta historia, pero es el pueblo el que siempre la lleva adelante, es el pueblo el que ama a Víctor y lo lleva en su corazón.

Además de una multicancha y de una residencia deportiva con capacidad para hasta 185 deportistas, el recinto también cuenta con un muro de estacionamiento que fue construido por los propios prisioneros, en noviembre de 1974. Un trabajo forzado que también forma parte de las miserias que podrían pasar al olvido si el recinto no sale de la inactividad. Pero Amanda Jara cree que la historia vuelve a aparecer siempre, como una cosa incesante, por más esfuerzos que se hagan para negarla: «Se olvida, pero vuelve, se olvida, pero vuelve. Nosotros queremos celebrar la memoria, reconociéndonos en nuestro dolor pero a la vez celebrando la vida, nuestra identidad y el amor», detalla.

A unos 120 kilómetros de la capital, la hija de Víctor explica que no quiere sonar cliché, pero que el reconocimiento a la historia siempre se les ha negado, que les dicen que están pegados en el pasado y que hay que pensar en el futuro: «Pero la memoria construye futuro. Para nosotros es importante que los niños, sobre todo, sepan lo que pasó para que así nunca más pase», recalca y la voz se le corta de pronto. Amanda no da entrevistas seguido.

—Ya me hiciste llorar, viste.

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