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Psicopatología del poder económico

Publicado: 24.11.2020

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Sabemos que desde hace tres décadas el proyecto chileno de democracia ha puesto el foco primero en lo económico, relegando a un segundo plano lo social (que debía ser su quid), en línea con las teorías económicas de la Escuela de Chicago implementadas en los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher y que se exportaran al mundo entero con la promesa de rendir para todos unos frutos que nunca llegaron. Todavía hay quienes sostienen que, si sacrificamos a otra generación, la utopía capitalista advendrá. Esta es la misma gente que aun admitiendo que la mitad de los chilenos vive con menos de $ 401 mil (de acuerdo a la última Encuesta Suplementaria de Ingresos de INE), se amparan en gráficos que señalan que el pobre de hoy no es el mismo de hace 20 ó 30 años y que estos viven mejor que el rey Luis XIV, ya que el sólo hecho de tener un smartphone a veces supone el acceso a una tecnología a la que el Rey Sol no tenía acceso.

Estos no son los “políticos de siempre”, sino los que están detrás moviendo los hilos: me refiero a algunos actores, y muy poderosos, de la clase económica. De ellos nunca se habla, aun cuando ha sido su pasión por el beneficio lo que ha acarreado en buena parte el estado actual de las cosas. De un modo bastante astuto permiten que recaiga sobre el Estado toda la culpa (la culpa de haberles concedido libertad de acción a cambio de que reintegrasen socialmente parte de sus beneficios). Siempre se escudaron en el hecho de que los empleos y el PIB dependieran directamente de ellos, pero nunca se preguntaron hasta dónde era lícito concentrar las rentas. Hoy se limitan a esgrimir con cierto cinismo que “tal vez debimos hacernos estas preguntas”.

Lo cierto es que el poder corrompe, como reza el dictum de Acton. Fue el filósofo Lyotard uno de los que supo vincular la libido con el desarrollo furioso del capitalismo, por lo que las manifestaciones descontroladas de ella no son patrimonio único de los violadores o los dictadores.

Lo hemos visto en la tozudez del Presidente de mantener en sus puestos a importantes agentes del Estado hasta las últimas consecuencias. La reciente salida del general Rozas debido a los niños del Sename baleados por carabineros constituye la evidencia más extrema de esto. Por si fuera poco, el elogio que hizo del alto mando de la policía, señalando que “hay vida después de ser general”, no hace justicia para los mutilados oculares y los muertos del estallido social. Un verdadero lero-lero-candelero que se evidencia asimismo en la estética del pintado y repintado frenético del monumento a Baquedano cada vez que se producen manifestaciones en la Plaza Dignidad. Es esto, o bien derechamente el mandatario tiene la cabeza puesta en otros negocios y se limita sólo a actuar conforme al guion-asesor del segundo piso de La Moneda.

En lo económico no es muy distinto. Gracias a Freud sabemos que lo propio de la libido es cuestionar todo límite y que, cuando la superación de esa malsana pulsión tropieza con la restricción que supone el otro (el trabajador, el pobre que se manifiesta), se traduce en una voluntad de poder, de tener influencia y dominarlo a costa de lo que sea. (Por cierto, no hay que olvidar que Piñera es un magnate, cuya fortuna personal asciende a 2,7 billones de dólares contra los 2,1 que posee Donald Trump, según el último ranking de billonarios Forbes).

El asunto es violento y va de la mano de un narcisismo exacerbado. De ahí que muchas veces el poderoso económico busque ocupar también altas posiciones en organizaciones aparentemente sin fines de lucro, como fundaciones o el Estado, ya que el deseo de que los demás perciban su poder es grande. No es raro, pues, que desprecien sin notarlo a los otros y que sean insensibles a su dolor, si acontece que no sólo los guía un apetito por maximizar sus privilegios sino además el deseo de culto, de que los demás les contemplen y ojalá contemplarse a sí mismos en tanto que seres contemplados. Un claro síntoma de psicopatía es la tendencia a cosificar al resto y relevar en extremo la propia humanidad. Según Walter Isaacson, Steve Jobs “vivía en la idea delirante de ser un elegido al que nada debía detener” y una vez le dijo seriamente que se consideraba un “ser elegido e iluminado”. ¡Sí, el mismísimo Steve Jobs!, a quien el mundo de Silicon Valley, de la mano de un marketing potente, ha convertido en su profeta y fuente de inspiración para muchísimos emprendedores en el mundo que sueñan con tomar las riendas del planeta también y que su nombre se escriba en las páginas de la historia.

El inconsciente siempre los está traicionando. Los ejemplos son innumerables. Conocida fue en Chile, durante la primera administración de Piñera, la convicción declarada de éste de que la principal fuente de saber cultural, la educación, no es un derecho sino un bien de consumo, de modo que quien tenga el poder adquisitivo tendrá ese saber y con él acrecentará su poder en un círculo vicioso. Para Andy Kessler, un famoso inversor norteamericano en capital de riesgo, el mejor medio de crear que tiene la productividad es hoy, dadas las emergentes tecnologías de automatización, “deshacerse de las personas”, ¡así tal cual! A comienzos del siglo XX, John Davison Rockefeller, el dios de la Standard Oil, no tenía empachos en sostener que “la competencia es un pecado, por eso procedemos a eliminarla”. Oliver Samwer, de Rocket Internet, decía a sus empleados, para motivarlos: “Soy el hombre más agresivo de internet. Moriría por triunfar y espero lo mismo de ustedes”. Esta declaración letal no es distinta a la casi mayoría de lemas organizacionales actuales que ponen en primer lugar al cliente y en segundo lugar… ¡al cliente también! La verdad es que la vida de los empleados, como la de los clientes, no esz más que un instrumento maximizador de las rentas, si atendemos a las predominantes pulsiones narcisistas mencionadas.

Por último, nos recuerda Éric Sadin, “el narcotraficante colombiano Pablo Escobar, que diariamente se embolsaba con su cocaína más de 60 millones de dólares, para lograr sus objetivos no dejaba de ordenar crímenes y asesinatos. Más allá de la mera búsqueda de riqueza, lo que expresaba era la sensación de ser todopoderoso, lo cual lo empujó también, en la cumbre de su carrera criminal, a querer asumir responsabilidades políticas”. Esta libido que, en el caso de Escobar le condujo a la desolación y la muerte, bien podría apreciarse también en las embestidas legales para construir el edificio más alto de Latinoamérica, un Costanera Center que en las postales supera la altura de la Cordillera de Los Andes, pese a los obstáculos (viales y medioambientales) que la ley le opusiera en principio al dueño de ese verdadero monumento nacional a sí mismo. Se expresa también en el lobby que promoviera British American Tobacco Chile con sus donaciones a Libertad y Desarrollo para boicotear la entonces nueva Ley del Tabaco, destinada a salvaguardar la salud y vida de los chilenos, según Ciper, en 2014. (El entonces ministro Mañalich habló de la conspiración de “fuerzas oscuras”).

Gustavo Gatica ha dicho que ha dado sus ojos para que abramos los nuestros. Tal vez llamó, entre otras cosas, a no perder de vista la pasión egoísta por el beneficio que mueve a estas personas, muchas de ellas ocultas detrás del Estado abucheado y de los políticos a los que han financiado y quienes no se atreven a nombrarlos. Tengámoslo en cuenta igualmente a la hora de escoger a los constituyentes y a la hora de escribir en la nueva Constitución el derecho fundamental a la dignidad.

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