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Día Mundial de la Salud Mental: un recuento nacional

Publicado: 10.10.2021

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En Chile la salud mental es una padecimiento más general y prolongado que la pandemia. En época pre-pandemia la propia OMS señalaba que en Chile existían un millón de personas con síntomas ansiosos y 800 mil con alguna sintomatología depresiva. Esas cifras han sido largamente sobrepasadas con la emergencia sanitaria. De acuerdo con cifras de la Superintendencia de Salud, las licencias médicas en el sector privado pasaron de 270 mil en 2017 a 385 mil en 2020. Y se espera para 2021 un incremento aún mayor. En el sector público, por otra parte, Fonasa informa de un alza de un 22% en 2020 respecto a 2019, lo que significa más de 1.300.000 afiliados.

Las razones son variadas, donde los factores sociales juegan un rol preponderante. No sólo en el sentido económico, sino también en las dinámicas culturales que imprimen. Sin embargo, también los modelos de abordaje, desde el punto de vista clínico, tanto en el sector público y privado, están fracasando, a la luz de estos resultados. Resulta hasta cierto punto una incongruencia que el incremento sostenido de los indicadores de padecimientos en salud mental vaya a la par con el, también explosivo, aumento del consumo de psicofármacos, cuando justamente se pudiera esperar lo contrario. Algunas cifras al respecto:

Cada día más personas se están transformado en pacientes crónicos. Y puede ser una de las razones que coadyuvan en la sostenida y creciente prevalencia de malestares psíquicos y trastornos de salud mental de diversa índole. Lo que observamos son modalidades de intervención, en el cual los tratamientos giran principalmente en torno al uso de psicotrópicos, que muchas veces se reducen a la entrega de los mismos fármacos, apurando de esta manera la más rápida recuperación para el reingreso a los circuitos productivos. Esto redunda finalmente, a la luz de estos datos, en una estrategia de cronificación de los sufrimientos emocionales, con una alta dependencia del consumo de psicofármacos y, de paso, de la industria farmacéutica, donde las cifras indican que el 75% de sus ventas, corresponden a medicamentos del denominado mercado ético o de recetas retenidas.

La reciente aprobación en el Parlamento de una ley de protección de salud mental constituye un avance en términos generales, pero aún está lejos para responder a las necesidades urgentes de la población y agravada por la pandemia. Una legislación que no esté dotada de los recursos suficientes, y que necesariamente deben incrementarse ante este nuevo marco jurídico, será un placebo o un vaso de agua en el desierto. El gasto público en salud mental no ha superado el 2,4%. El promedio de la OCDE es 3 veces más, y llega al 6%. Incluso nuestro país está bajo el promedio mundial que es en torno al 3%.

Un ejemplo, y mal ejemplo, es el reciente anuncio del cese de más de 8.000 funcionarios de la salud, pudiendo llegar a más de 20.000 a fin de año. Eso no se condice con el reconocimiento público a su labor por las mismas autoridades, y con sus discursos por la preocupación declarada de la salud mental, por aquellos que estuvieron largamente expuestos a situaciones extremas y traumáticas. Es un ejemplo de lo que se dice, pero no se hace, en salud mental en Chile.

Es necesario integrar en el nuevo cuerpo legal de protección de salud mental, aspectos no considerados aún, como establecer la paridad en costos y cobertura entre la salud física y la mental, con requerimientos similares de financiamiento y limitaciones a los tratamientos, dispositivos de atención en salud mental infanto-juvenil, y políticas de prevención, entre los principales.

Es necesario distinguir también, entre los malestares propios e inherentes a nuestra existencia, de aquellos que nos provocan inhibiciones, síntomas y angustias paralizantes. Hoy toda tristeza es sinónimo de depresión y es rápidamente sofocada en aras del imperativo de la felicidad permanente, sin dar lugar y espacio a la singularidad de cada uno, prescribiendo formas universales de sufrir y de gozar. Pero incluso donde hay padecimientos y síntomas diversos, tanto en el desborde emocional como en la falta de deseos, puede ser la ocasión de asumir nuestra propia resistencia, para poder encontrar un lugar donde sentirse vitalizado y no meramente funcional.

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