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Cuando la violencia machista te arrebata una hija: La mirada más íntima de la madre de Antonia Barra en el Día Nacional contra el Femicidio

Por: Meritxell Freixas @MeritxellFr | Publicado: 19.12.2020
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¿Cómo se supera la muerte de una hija por violencia machista? ¿Cómo impacta la revictimización en la familia? La mamá de Antonia Barra relata a El Desconcierto su experiencia más íntima tras un año sin su hija y cómo su familia se convirtió en un símbolo de la lucha contra la violencia hacia las mujeres.

En la casa de campo de la familia Barra Parra, el dormitorio de Antonia se ha convertido en un espacio para el recuerdo. Una especie de santuario donde Marcela y Alejandro, sus papás, atesoran algunas de las pertinencias de la joven y otros objetos que personas que no conocen les mandan en señal de apoyo y contención.

Antonia Barra tenía 21 años cuando fue violada tras pasar una noche en una discoteca de Pucón en septiembre de 2019 y se suicidó un mes después. Su caso despertó una fuerte conmoción ciudadana, sobre todo tras conocerse el prontuario de acusaciones por violencia sexual que acumula Martín Pradenas, el presunto agresor, hoy en prisión preventiva, y que salieron a la luz a raíz de la muerte de Antonia. Otras siete mujeres lo han denunciado y se lo acusa de cuatro delitos de abuso sexual, dos de los cuales contra una menor de edad, y dos violaciones.

“Justicia para Antonia”, se lee en dos lienzos que enmarcan la cama de la joven. Una frase que, además del deseo profundo de muchas y muchos, se ha convertido en un lema simbólico de la batalla contra la violencia machista y su impunidad. Encima de un cubrecama rosado y celeste, a juego con la decoración de la pieza, reposan los juguetes de Antonia: la muñeca musical rosada que su mamá le regaló; la agenda de los 6 años; una campanita de viento que compró en Cuba, en la gira de estudios de 3º medio; una foto de Marilyn Monroe, su actriz favorita; y decenas de peluches y muñecas que la familia ha ido encontrando en el cementerio junto con flores y cartas de condolencias, apoyo o admiración.

–Se lo dejan en el parque y yo se los vengo a dejar acá, en su dormitorio.

Marcela Parra es la mamá de Antonia. Habla a El Desconcierto desde la pieza de su hija, así «la siente más cerca», dice. Quiere conversar sobre su hija para que este 19 de diciembre, Día Nacional contra el Femicidio (y siempre) la memoria de Antonia siga viva. Muestra el espacio, detalle a detalle, y se detiene en la primera línea del mosaico de recuerdos que yace sobre la cama. Con voz serena y sosegada empieza a contar.

–Estos dos pares de zapatitos eran de cuando tenía dos años. Decía que eran sus zapatitos de ballet. De pequeña le encantaba bailar. Los fines de semana nos hacía un show, cantaba y bailaba sola o junto a su hermana; nos cobraba entrada y nos sentábamos todos a mirarla.

Antonia tenía tres hermanas y un hermano: Carla, Sebastián y Catalina, eran los mayores y después de ella, iba Ignacia, que hoy tiene 16 años y aún vive bajo el alero paterno. Marcela, que tiene 52 años, es profesora de educación parvularia y educación diferencial, pero hace cuatro años decidió dejar la enseñanza para dedicarse única y exclusivamente a sus hijos.

–Hice un click. Me di cuenta de que estaba entregando mucho tiempo a niños que no son mis hijos, mientras mis hijos estaban al cuidado de la tía. Lamentablemente, lo hice demasiado tarde y de eso me arrepiento.

Le faltó tiempo por compartir con Antonia, dice, y la sensación de haber descuidado tiempo con ellos se intensificó con su muerte: «¿De qué sirvió tanto trabajo?», me pregunté entonces.

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Foto: cedida

«Ya nada será lo mismo»

El año que acaba ha sido especialmente duro para la familia. Con ayuda profesional, han enfrentado el duelo por la pérdida de Antonia, que cada uno “lleva a su manera”, dice Marcela, y simultáneamente, el proceso judicial en contra de Pradenas.

–Hemos tenido episodios muy dolorosos, pero la gente nos apoya y con esa fuerza ha sido más llevadero el dolor.

En las nuevas vidas que padres y hermanos aprenden a vivir sin Antonia han cambiado roles, hábitos, vínculos, prioridades y dedicaciones. El camino continúa, pero ahora es diferente para todos. La hermana mayor, Carla, se ha convertido en una voz reconocida contra la violencia hacia las mujeres, al igual que Alejandro, su papá. Ambos se mueven en la esfera pública para denunciar la falta de justicia por Antonia y las otras mujeres víctimas y sobrevivientes de la violencia machista. En el hogar de los Barra Parra han cambiado los hábitos y las actitudes frente a la vida, “por temor”, precisa la mamá, y para preservar a las otras tres hijas de cualquier experiencia mínimamente parecida.

–No es que antes viviésemos en el libertinaje, vivíamos una vida normal. Pero con todo lo que nos pasó se convirtió en anormal. Ya nada será lo mismo. A nuestra hija menor, por ejemplo, ya no la dejamos ir sola, ni siquiera a comprar el pan a la esquina de mi casa. Fue un cambio total para ella. Para todos, en realidad.

Junto con otras 17 personas, Marcela forma parte del colectivo “Agrupación de familiares víctimas de femicidio”, una red que opera a través de Facebook y en la que participan también, entre otros, Fabián Alcaíno, papá de Gabriela; la mamá de Yini Sandoval; o la mamá de Anaís Godoy.

–A nadie le gustaría estar en este grupo por lo que representa. Entre nosotros hablamos, nos damos cuenta de que no estamos solos, y adquirimos nuevas herramientas para seguir luchando. Son personas pueden llegar a entender lo que una siente.

Marcela también ocupa Facebook para comunicarse con otras jóvenes que a través de la página “Justicia para Antonia” relatan sus experiencias de violencia machista, violación y abuso. Ella les escribe por interno, tratando de responder a todas, escucharlas y que no se sienten solas. Es la forma de reparar lo que no alcanzó a hacer por su hija, porque nunca supo lo que le había ocurrido.

–Trato de entenderlas, de sacarlas de ahí y orientarlas porque precisamente eso fue lo que no pude hacer con Antonia. A veces paso horas hablando por teléfono con ellas. Como en ese momento no pude apapachar a mi hija, ni contenerla, me ha tocado contener a otras niñas. No son mis hijas, pero son niñas, mujeres a las que estoy dispuesta a cuidar.

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Foto: cedida

«Entendí que ella no era la culpable»

¿Por qué Antonia no habló? ¿Por qué no le contó a nadie de su familia lo ocurrido? Durante mucho tiempo estas preguntas invadieron la cabeza de Marcela. Siempre quedaban sin respuesta. La opinión pública se encargó de insistir en ese sentimiento. Los padres fueron criticados y se sintieron cuestionados por no haberse dado cuenta del trauma que atravesaba su hija. “Ella lo guardó tan bien, porque solo quería olvidarlo y que nadie supiera”, dice Marcela. A la mamá “le costó entender” por qué Antonia nunca se decidió a explicarle lo ocurrido en esa cabaña de Pucón la noche del 18 de septiembre. Ella cree que «había la confianza para ello” y que en la casa siempre se había conversado abiertamente de todos los temas. Pasó meses sin comprender el silencio de Antonia.

–Después comencé a leer otros casos, otras historias y me di cuenta que casi ninguna mujer se atreve a contarlo porque todas son juzgadas por su forma de vestir, por el lugar donde salieron, o con quién se juntaron. Ahí entendí que ella no era la culpable y me cuestioné muchas otras cosas, desde el comienzo. Entendí que es la sociedad la que te culpa, como mujer; incluso otras mujeres señalaron a la Antonia por lo que le pasó. Es otra cara de la violencia de género. Antonia no fue la responsable de nada. Estuvo el día equivocado, en el lugar equivocado y en la hora equivocada, pero ella no tenía la culpa de ser una mujer bonita, de vestirse bonita, de sentirse bonita. Se cruzó con la persona que no correspondía.

«Sentí un alivio porque Antonia estaba siendo escuchada»

Casi un millón de personas siguieron en directo en la página del Poder Judicial la primera formalización de Martín Pradenas el 22 de julio. El proceso en su contra generó una alta expectación y las protestas del movimiento feminista tras la primera respuesta de la justicia chilena dieron la vuelta al mundo. Las mujeres pedían a gritos justicia para Antonia.

–Antes de todo eso, cuando veía en las noticias este tipo de casos, siempre me preguntaba por qué la gente pide justicia si nadie te va a devolver a tu ser querido. Cuando nos tocó a nosotros y esta persona [Martín Pradenas] se fue con prisión preventiva, descansé mucho. Este tiempo hemos estado día y noche, primero, tratando de sobrellevar la pena y, segundo, intentando demostrar que lo que ella dice fue lo que le pasó. Ese día sentí un alivio porque Antonia estaba siendo escuchada.  Ella vino al mundo con una misión, visibilizar los casos de abuso y violación, y la está cumpliendo. Ese día sentí que creyeron en su voz y en la de las otras chicas que denunciaron y también fueron cuestionadas.

La familia Barra Parra ha querido visibilizar desde el primer día los otros casos de violencia sexual que implican a Pradenas. “Todas tienen que tener la justicia que merecen”, recalca Marcela. Por eso han aunado fuerzas con las otras familias, pero Alejandro Barra subraya que para las demás víctimas “es muy importante mantener el anonimato y la nula participación en los medios, para resguardar su identidad y ayudarlas a superar esta nefasta experiencia, al ritmo de cada una”.

Reformalizar de nuevo al imputado tuvo un costo para amigos y familiares. “Significó escuchar todo de nuevo, volver a recordar lo que Antonia tuvo que pasar”, lamenta Marcela. La revictimización cayó pesada y angustiante, como una losa, sobre la familia. Una sensación que Marcela ya había sentido antes, cuando se hizo público el vídeo en el que aparecían Pradenas y su hija momentos antes de los hechos, y que se difundió en todos los canales y se viralizó en redes sociales.

–Entiendo que es una noticia, pero eso duele demasiado. No quisiera ver esos videos nunca más. Lo mismo con las redes sociales, que ya trato de no mirar porque me hacen daño. Mis hijos son adultos y saben si entrar o no y si responder o no a los comentarios. Hemos tratado de no enlodar su nombre ni el de nuestra familia.

«Amo mil»

Antonia siempre fue diferente a sus hermanas, dice Marcela. Era presumida, le gustaba cuidarse y verse bonita. Se preocupaba de su pelo, las uñas, las cejas y su piel. Iba al gimnasio, comía sano y combinaba su ropa. Le gustaba ir a “molear” con sus hermanas, sobre todo en Navidad, para hacer las compras. Era ella quien organizaba los cumpleaños y fiestas familiares.

–Lo que ahora más recuerdo es su sonrisa y su frase: “Amo mil”. Siempre lo decía cuando quería agradecer por algo o cuando se despedía. Por ejemplo, yo le decía: ‘Antonia, mira que encontré para ti’, y me respondía: ‘Gracias, mamá, amo mil’. Era su frase típica y ahora todos la usamos.

Alegre y estructurada. Responsable en casa y con sus estudios: fue nombrada en el cuadro de honor el primer año de la universidad. Su papá, con quien había tejido una relación de más complicidad, le regaló un auto por sus buenos resultados académicos. Es azul y tiene el techo de un color crema. Desde octubre de 2019, estuvo parado más de cuatro meses, nadie lo quería tocar. En su interior, aún permanecen las boletas que dejó Antonia, junto con su botella de agua.

– Sigue ahí, estacionado afuera de mi casa. Nadie lo maneja. Sus amigos lo bautizaron como el “techito blanco”, me lo contó una de sus compañeras después del funeral. Me explicó que en la mañana todos esperaban el auto porque Antonia se daba el tiempo de ir a buscarlos uno por uno para llevarlos a la universidad.

Marcela se emociona cuando se lo imagina.

La tarde previa al Día Nacional contra el Femicidio, Marcela la ha pasado armando el árbol de Navidad de Antonia. Para ella, cada día es 19 de diciembre, desde hace un año, dos meses y seis días. En memoria de su hija, ha adornado las hojas con bolitas verdes, rojas y plateadas, y debajo ha colocado un belén. De telón de fondo, el lienzo con la consigna clave: “Justicia para Antonia”. Todavía no hay regalos debajo el árbol, pero si Antonia lo hubiese visto lucir acabado, seguro que esta noche hubiese lanzado a su mamá un inconfundible “¡Amo mil!”.

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