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Cuatro semanas en Plaza Italia: arte, graffiti, perdigones y lacrimógenas

Publicado: 07.11.2019

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Se escuchan los primeros sonidos de cacerolas, vecinas y vecinos caminan con pancartas y gritando: Chile despertó”, Que se vayan los milicos, Pakos kuliaos. Veo performances, graffitis, stencils, rayados con plumones, carteles, papelógrafos con alienígenas de todas las formas y colores. Algunos quedarán grabados a fuego en la memoria colectiva: No era depresión, era capitalismo, Nueva Constitución, Asamblea Constituyente, El neoliberalismo nace y muere en Chile, No es saludable estar bien adaptado a una sociedad enferma, No quisieron invertir en salud mental, bueno ahora arranquen, mierda, que estamos todos descompensados, Más sexo volao, menos paco jalao, 5 años estudiando, 20 pagando”, “Menos tiras, más tríos, Soné que ganábamoso Aborta tu paco interior.

Los graffitis braman visualmente por la recuperación del derecho a expresarse y los carros lanzaaguas no los podrán borrar.

Esta sobresaturación de mensajes agitadores y críticos –casi no queda espacio en blanco en los muros del centro de Santiago– contradice la hegemonía de los medios de comunicación tradicionales que obvian la represión policial y criminalizan el movimiento social. Los rayados instalan discursos reflexivos con sentido de urgencia y resistencia, incluso apelando a la apropiación cultural de subculturas foráneas. Robado del movimiento punk setentero y ochentero, el acrónimo A.C.A.B. (All Cops Are Bastards) aparece una y otra vez. 

Los graffitis reflejan 30 años –46 si sumamos la dictadura– de abusos, injusticias y brutales desigualdades en salud, educación, pensiones. No a la Constitución del 80, Camilo Catrillanca, empresarios coludidos, corrupción, milicogate, pacogate, Quintero-Puchuncaví, zonas de sacrificio, TTP, saqueo del agua, de las AFP, las isapres.

Consignas sobran para manifestarse pacíficamente.

Comienzan a llegar los voluntarios de Medicina de la Universidad de Chile para atender a los heridos por perdigones. Ya son parte del barrio. Le ofrecemos baño, limones y agua con bicarbonato a cualquier persona que lo necesite. A las feministas y a las barras bravas, a los ciclistas y a los estudiantes. Con sesenta vecinas y vecinos, nos organizamos para salir a protestar y lo hacemos desde las cinco de la tarde y hasta las once de la noche. Las asambleas y cabildos se multiplican por Parque Bustamante, Seminario y Vaticano Chico. Los vecinos nos reunimos, nos encontramos, conversamos, nos levantamos y nos acostamos pensando en esta causa histórica. El resto de nuestra cotidianidad se paralizó. No hay nada más importante. Plaza Italia bulle de indignación.

Como si fuera un carnaval, por Plaza Italia pasa un camión temático alusivo a la colusión del confort y una micro amarilla con una torta mal distribuida en el techo. Son los caballos de Troya contra la desigualdad. Este despertar colectivo demuestra que un país no se desarrolla si solo se atiende la economía y se olvida de la gente, si las elites y empresarios se consideran mejores que el resto de los ciudadanos y creen que es natural tener y conservar sus privilegios. 

Una performance espontánea nos conmueve. Una pareja baila El derecho de vivir en paz que se escucha en un parlante que un vecino pone en su balcón. La pareja baila en medio de la calle desafiando el toque de queda, iluminada entre los árboles, rodeada por los vecinos del barrio caceroleando. Intentaron borrar la voz de Víctor Jara, pero sobreponiéndose a las balas de la historia, 46 años después se escucha la textura y color de su canto, fuerte y sutil, más allá de la muerte.

Mientras las mujeres de luto protestan en silencio por las calles, un muñeco gigante de un encapuchado –un hijo bastardo de La pequeña gigante de la compañía Royal de Luxe– abre y cierra los ojos y frente al caballo de Plaza Italia se instala un lienzo que reza: Ellos no podrán volver a la normalidad. Esa frase representa a los muertos y desaparecidos de estas jornadas antineoliberales. He visto innumerables casos de injusticia, abuso producto de la violencia nunca antes vista de Carabineros que disparan y amenazan a vecinas y vecinos. Mujeres y hombres baleados en sus ojos, atropellados, heridos en sus cuerpos con balines, reprimidos con gas pimienta directo en sus rostros. Jóvenes torturados, desnudados y violados. El gas tóxico de las bombas lacrimógenas entra a los departamentos, donde se refugian niños y ancianos cercados por la brutal represión policial. Los derechos humanos de los chilenos están siendo vulnerados a diario igual que en dictadura. La sensación de vulnerabilidad quedará por años y será difícil de reparar.

Frente a la indiferencia e insensibilidad de los más privilegiados, las voces del malestar transgeneracional actúan para denunciar las injusticias y brutalidades del sistema. Artistas callejeros pasean una cabeza presidencial para remedar el juego del ahorcado, exhiben réplicas del querido perrito mata pacosde las protestas estudiantiles o plasman figuras con la pintura corporal selk’nam en el suelo de Plaza Italia en recuerdo al genocidio indígena. Los estudiantes de Arquitectura de la Universidad de Chile se manifiestan y trazan planos a escala real de la indigna política habitacional actual. La arquitectura quiere viviendas dignas, pero el sistema neoliberal no lo permiten. Nueva Constitución ahora, rayan en el suelo. Todas son instancias y prácticas estéticas contestatarias a la exclusión y que plantean nuevas formas de convivencia social en el espacio público. Las grandes Alamedas se abren y por ellas desfila el Nuevo Chile. El Chile de antes, anestesiado y dormido, no volverá.

*Fotos y texto: Rodrigo Miranda, periodista y escritor.

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