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El taller literario donde se cocinaron los textos de la dictadura vuelve a escena

Publicado: 12.12.2019

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La escritora Mariana Callejas fue condenada el 2008 a 20 años de cárcel por su participación en el asesinato del general Carlos Prats y de su esposa Sofía Cuthbert, en Buenos Aires en 1974. Sin alcanzar a cumplir dos años de cárcel efectiva, en 2010, con el primer gobierno de Sebastián Piñera, Callejas fue beneficiada por la Corte Suprema y su condena se rebajó a 5 años de prisión domiciliaria, quedando en libertad. Nuestro actual gobierno luce una serie de cuestionamientos graves, de envergadura internacional, por su falta de respeto y violación a los derechos humanos. Los gobiernos de Sebastián Piñera se han caracterizado por los retrocesos en la materia, excarcelando y homenajeando a comprobados asesinos. Y aún hay quienes solapada o abiertamente han comenzado a decir que un golpe militar es la única salida a la actual crisis. La ficción una vez más es superada por la realidad.

Pero ¿qué ficción se cuentan, qué películas se pasan, en qué mundo de Bilz y Pap viven los personajes que componen nuestra élite gobernante? ¿Qué realidad paralela, qué vidas esquizofrénicas llevan en su cotidiano, convertidos en una suerte de farándula cada vez más grotesca, más arquetípica, representándose a sí mismos ante un espejo cada vez más deforme? Cecilia Morel se toma un trago y habla de alienígenas. Los lapsus traicionan a Sebastián cuando discurseando quiere decir combatir la delincuencia y dice combatir la democracia. La verdad salta a la vista en el beso de cumpleaños que se dan el presidente y su primera dama. Un mandatario que no se da por enterado del nivel de repudio de sus actos, con una aprobación que no supera el 5% en la ciudadanía, según todas las encuestas. ¿Cómo es posible que se viva con ese nivel de disociación entre la realidad y el discursoa? ¿Es que alguien cree que de verdad estamos ante una confabulación internacional comunista para derrocar a Piñera? Porque eso es lo que dicen y piensan algunos de sus adláteres, eso es seguro. O sea hellow my dear, too much.

©Maglio Perez.

Pareciera que me fui por las ramas, pero no, nada de eso. Esa esquizofrenia es la que caracteriza la atmósfera psicológica de quienes asisten al taller literario de Mariana Callejas. Ese nivel de delirio, esa locura, porque no creo que se pueda llamar de otra manera. Las sesiones son una máscara kitsch de lo que pasa en la realidad, mientras se da rienda suelta a la frivolidad del embriagador ego literario, en el mismo lugar en que se cometen torturas contra ciudadanos secuestrados o se prueban venenos en ratas de laboratorio para usarse en futuros asesinatos. La misma tóxica doble cara de quien enciende una parrilla eléctrica y sube el volumen a una canción de amor o una sinfonía. Como en la película La naranja mecánica

Ahí tenemos entonces a los personajes de El taller. Bailan al son de la música disco mientras matan gente en sus narices. Carlos Iturra y Carlos Franz son dos de los escritores que de verdad fueron a la casa de Callejas y Townley en Lo Curro. En la obra son Bruno y Brunito. Un homosexual que no se termina de atrever a salir del clóset y que escribe discursos para Pinochet, y un homofóbico tan ingenuo como infantil en su lectura de la realidad, que infiltra a un pobre entre los ricos sin que estos –cree él– se den cuenta. A ellos se suma una tercera tallerista que está escribiendo una novela erótica histórica en torno a Rasputin, el monje ruso que predecía el futuro porque sabía que vendría una revolución, y que tenía un grandísimo pene, dato en el que insisten obsesivamente como si fuera el leit motiv real de la escritura. Seres desconectados patológicamente de la realidad, íntimos de Winnie the (Mai)Pooh. 

© Maglio Perez.

Si un día El Mercurio dice que Callejas y Townley hicieron estallar la bomba que acabó con Prats, bueno, pues estos escritores repetirán sin pudor el adagio upeliento según el cual El Mercurio miente. Pero por favor, si todos saben que a Prats lo mató el narco, dicen, igual que a Orlando Letelier. Seres que ven lo que quieren ver. ¿En serio no se habían dado cuenta que soy homosexual? Gente que jamás ha tomado una micro, parlamentarios que no saben cuánto cuesta un boleto de metro. Habitantes de guetos ABC1, separados del resto de la población por un mundo de distancia, que se mienten a sí mismos, seguros de sus supuestos talentos: todos saben que acá se está escribiendo la novela del Chile actual y no en el taller de Donoso. Esa ceguera que es necedad, que es tosudez contumaz, es de plano mentira cómplice o criminal cuando se llega a partir de ellas a hacer política; es como defender al violador porque a la niña la embarazó el trauko. Hemos decidido que la verdad es esta, y punto. No hay cesantía, hay gente floja que no quiere trabajar. No hay gente sin casa, los que duermen en la Alameda en carpas lo hacen de rebeldes. La culpa de todos los males es de los inmigrantes. Etcétera. 

Es poco lo que se puede decir a estas alturas de una obra como El taller, pieza premiada y que sigue rotando, vigente, punzante, necesaria, inteligente y hasta con humor. Acaso señalar una vez más que se trata de una excelente comedia negra, con personajes grotescos inspirados en una lamentable cantidad de personas que son así de verdad, burdas nivel Tere Marinovic. No quieren ver que el rey está desnudo. Siguen pensando que a los niños los trae la cigüeña. Una obra que nos hace repetir con Galileo, al pie del cadalso: y sin embargo se mueve.

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