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CRÍTICA| “Tengo miedo torero”: La Loca del Frente estaría hoy protestando en Plaza Dignidad

Por: Rodrigo Miranda, periodista y escritor | Publicado: 10.09.2020
CRÍTICA| “Tengo miedo torero”: La Loca del Frente estaría hoy protestando en Plaza Dignidad © Raúl Bravo |
Elogiada en el Festival de Venecia, la película de la novela de Pedro Lemebel deja ver cómo la disidencia política y sexual en Chile pasó de la clandestinidad en 1986, año en que transcurre esta historia sobre el atentado a Pinochet, a tomarse las calles durante el estallido social.

1986 sería el año decisivo para la caída de la dictadura. La tarde del domingo 7 de septiembre en el Cajón del Maipo un comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) atentó contra Pinochet. Era la llamada Operación Siglo XX. En Tengo miedo torero, Pedro Lemebel enfrenta este fallido atentado desde una doble perspectiva: la de ficción, a través de la relación entre la Loca del Frente y un revolucionario que planea asesinar a Pinochet, y por otra, la documental, con una contextualización de época basada en los extras informativos de Radio Cooperativa que acompañan la trama.

Al igual que la novela, la película dirigida por Rodrigo Sepúlveda reescribe la lucha contra la dictadura a través de una historia de amor y refleja la disidencia sexual y política y las redes de apoyo que tejen los más marginados de la sociedad.

La Loca del Frente interpretada por Alfredo Castro es magnética y arrolladora. El actor ya había creado fascinantes personajes no binarios en el teatro: La manzana de Adán (1990), basada en las fotografías de Paz Errázuriz; Eva Perón (2001), la obra de Copi; Los arrepentidos (2018) del dramaturgo sueco Marcus Lindeen; y Excesos (2019), basada en el libro del escritor chileno Mauricio Wacquez. En cine, acaba de protagonizar El príncipe (2019), otro personaje queer esta vez carcelario. Todos prepararon el camino para su magistral y conmovedora versión de La Loca. 

Desgarbada y con el pelo mal teñido, la Loca del Frente refleja la disidencia sexual en dictadura, una travesti hecha a sí misma que desafía con valentía la brutal represión y persecución sexual y política de la época. Irreverente y con un exquisito exotismo, ella es una bofetada contra la transfobia, la intolerancia y los discursos de odio.

El director Rodrigo Sepúlveda sostiene la historia mediante referentes ochenteros que sirven de eje: Radio Cooperativa, canciones de Paloma San Basilio, el teléfono de almacén, la botella de Free, barricadas, lacrimógenas, guanacos reprimiendo con chorros de agua, rayados en los muros, gritos de “Y va a caer” y familiares de detenidos desaparecidos encadenados a las rejas del ex Congreso Nacional.  

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También hay citas a frases de Lemebel que no están en la novela original y que Alfredo Castro carga de emoción, a través de miradas y contención: 

Si algún día hacen una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila.

Carlos, interpretado por el actor mexicano Leonardo Ortizgris, le pide guardar pesadas cajas y tubos en su casa, una palomera semidestruida por el terremoto de 1985. Carlos le dice que son libros de arte y planos de arquitectura y la Loca le cree, aunque intuye que miente. También le da permiso a Carlos para usar la casa para reuniones clandestinas. Fiel a su nombre, se hace la loca de tan enamorada que está, mientras sigue cantando boleros de Eydie Gormé y canciones viejas.

En la escena del picnic en el Cajón del Maipo, la Loca del Frente se pone un sombrero y lentes de gata, mientras Carlos simula sacarle fotos a ella; en realidad, registra el paso de la comitiva de Pinochet. Este ocultamiento de la verdad y de identidades evita que ella se transforme en un obstáculo para el atentado.

Los personajes se enmascaran y se descubren en un juego de identidades y engaños cruzados. Ambos usan chapas o alias, ninguno usa su nombre real. El discurso sentimental de la Loca, que se alimenta de boleros tristes y canciones románticas, y el discurso político de Carlos conviven y se mezclan. A pesar de sus sensibilidades opuestas, los personajes se encuentran y terminan entendiéndose. La Loca se politiza, se ideologiza y Carlos accede al lenguaje de las emociones. No hay aversión ni homofobia en Carlos, aunque sí aprovechamiento. Engaña a la Loca para utilizar su casa como un lugar seguro para las armas del atentado. La Loca engaña a Carlos haciéndole creer que no sabe nada de sus verdaderas intenciones.

Carlos finalmente la reconoce como mujer y su deseo hacia ella, aunque lo escamotea de amistad. En el libro, el revolucionario confiesa que “nunca una mujer le había provocado tanto cataclismo”.

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Lemebel estaría orgulloso de esta adaptación de su novela. En ella, el escritor homenajea a sus amigas travestis que sufrieron la represión política durante la dictadura y luego fueron diezmadas por el Sida. Excluidas de la historia oficial, el escritor visibiliza sus vidas negadas por el poder y la heteronorma. “El tufo mortuorio de la dictadura fue un adelanto del Sida”, escribió en una de sus crónicas.

Agitador y escéptico, Lemebel nunca cedió frente a la institucionalización ni ante la elite dirigente. Hasta su muerte se mantuvo al margen del poder y rechazó la integración del gay como un nicho más del modelo neoliberal. Frente al dominio del capital, Lemebel puso el cuerpo disidente y su escritura hábil al retratar las calenturas revolucionarias.

Tengo miedo torero emociona y mucho. La sincronía entre la trama de ficción ambientada en 1986 y la actualidad es asombrosa. Los personajes sienten el escepticismo, perciben la incertidumbre sobre el futuro de esos años oscuros, con toques de queda, marchas y protestas, donde la policía reprimía con la misma brutalidad que hoy, violando los derechos humanos. 

Lemebel habla de ideales que trascienden y deja en claro que el intento de acallar una voz disidente –sexual o política– no es el fin de sus ideas. Hoy en Chile existen presos políticos mapuches y presos políticos por el estallido social. Ellos están encarcelados por sus ideas y pagando con sus cuerpos la revuelta, pero sus luchas persistirán en las calles. En 1986 o en 2020, en Chile la protesta se criminaliza.

La historia es cíclica, el transcurso del tiempo se ha vuelto líquido y mirando el pasado ficcionado por Lemebel se detectan algunas señales del Chile del 2020: La Loca del Frente estaría hoy protestando en Plaza Dignidad.

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