Publicidad

ADELANTO| La última noche de Rodrigo Rojas De Negri en la población Los Nogales

Publicado: 21.07.2021

Publicidad

Al atardecer del 1 de julio, Rodrigo llegó a Los Nogales solo, con un bolso de ropa, su pasaporte, tres cámaras fotográficas y varios rollos de película. Al parecer nunca consiguió un saco de dormir.

En esos momentos se concentraban en el segundo piso de una casa algunos dirigentes estudiantiles de la Jota, entre ellos Cristián Berríos y Roberto Molina, con compañeros del sector. Debían organizar la distribución de los estudiantes que llegarían más tarde a alojar y asignar a cada grupo una responsabilidad para el día siguiente.

Resueltas las tareas, Cristián se puso a preparar unos tallarines que el sacerdote José Aldunate les había aportado cuando alguien llegó alertando que la población sería allanada. Terminó siendo solo un rumor, pero a Cristián Berríos lo sacaron de la población para que liderara la movilización estudiantil en la universidad al día siguiente. Los demás salieron de inmediato. No alcanzaron a comer los tallarines.

Más tarde arribarían en sigilo los estudiantes de la Jota a la población. En grupos de a dos o tres se juntaron en General Velásquez para luego ingresar a la población y distribuirse en distintas casas.

Mientras, en el hogar de la familia Quintana Arancibia, Carmen Gloria y Emilia tomaban once con varios amigos: la pareja de Emilia, Luis Fuentes, estudiante de Inacap de veintidós años, que vivía a unas diez casas de distancia; una prima de Luis, María Elena Osorio, de veintitrés, que venía del sector de avenida 5 de Abril con Las Rejas Sur, en la Villa Robert Kennedy; y un amigo y vecino de Los Nogales, Florencio Rodríguez, también de veintitrés. Conversaron sobre lo que harían al día siguiente. Querían colaborar en el paro en lo que pudieran servir, «ya sea haciendo barricadas o sumándonos a alguna marcha y a la olla común», declaró Luis Fuentes ante la fiscalía militar en 1986.

[Te puede interesar]: ADELANTO| El impune fraude millonario de la familia Edwards en la Universidad Federico Santa María

María Elena y Florencio se quedarían a dormir esa noche donde Luis para partir juntos temprano en la mañana. Acordaron que pasarían a buscar a las hermanas Quintana a las siete y media.

Esa noche, Raúl Leiva se encontró con Rodrigo en la calle. Su sobrino algo se ubicaba en la población y conocía las casas de algunos compañeros, pero buscaba donde quedarse. Le había fallado la primera opción. Según declaraciones judiciales del sacerdote Renato Poblete Ilharreborde, entonces vicario de la parroquia Santa Cruz en Los Nogales, Rodrigo acudió a él para que lo recibiera esa noche, pero no había espacio en la parroquia ni en la residencia sacerdotal. El padre Poblete señaló

que había sido la tía de Rodrigo, Amanda De Negri, quien hizo la gestión, ya que formaba parte de un consultorio jurídico que prestaba asesoría en el sector.

«Me dijo que se quería quedar esa noche —recuerda Raúl Leiva—. Me sorprendió, y además era un lío, porque había que resolverle casa».

Iris Pizarro, vecina de Los Nogales y dirigente pública del partido y de la Coordinadora Metropolitana de Pobladores, recuerda que esa noche Rodrigo llegó acompañando a Raúl a una reunión reservada donde se amarraban los últimos detalles de cómo iban a enfrentar las dos jornadas de paro. Raúl utilizaba por esos días la chapa «Carlos», pero también era conocido como Pablo, que era su primer nombre verdadero. En la familia y con sus amigos prefería ocupar su segundo nombre, como lo habían llamado desde siempre en su Valparaíso natal para diferenciarlo de su padre, también de nombre Pablo.

A la reunión esa noche asistieron dirigentes poblacionales del Partido Comunista, de la Jota y de la estructura militar del partido, del TMM. La coordinación territorial comprendía las poblaciones Los Nogales, La Palma, Santiago, Robert Kennedy y Villa Francia, el «cordón de resistencia» de la comuna de Estación Central, donde las organizaciones políticas más fuertes eran el MIR y el PC.

«Éramos muy pocos en esa reunión. Quedamos en la hora que había que levantarse y dónde pasarían las cosas. Cada uno tenía una responsabilidad. Los estudiantes de la Usach debían cortar la avenida en tres puntos. Nosotros teníamos otras responsabilidades en la población. ‘Pablo’ llevó a Rodrigo a esa reunión, y él se sentó en un rincón», afirma Iris Pizarro.

Entre varios resolvieron el problema inesperado del alojamiento para Rodrigo. Se quedaría en casa de una compañera, quien vivía en la casa familiar con su madre Petronila Tapia, su hermana Libertad y el esposo de esta.

El plan del grupo a cargo de Raúl Leiva era juntarse a las siete de la mañana frente a la iglesia La Palma en calle Santa Teresa con Veteranos del 79 y desde allí salir a General Velásquez a armar la barricada. Como Rodrigo no era parte de esa planificación, Raúl supuso que su sobrino pasaría la mañana tomando fotos en la población. Le propuso encontrarse en la olla común que se había programado para las doce del día en la parroquia de La Palma.

—Mañana al mediodía nos juntamos —le dijo.

Rodrigo se despidió de su tío e Iris Pizarro lo acompañó a la casa de Petronila Tapia en calle Teniente Bello 1556, entre Capitán Gálvez y Ocho de Enero. La señora Petronila, o Nila, le ofreció un plato de porotos y, junto a su hija Libertad, se sentó a la mesa con él. Eran pasadas las nueve de la noche, y mientras Rodrigo les contaba que venía a tomar fotos de la protesta, se cortó la luz. El Frente Patriótico Manuel Rodríguez había derribado una serie de torres de alta tensión, oscureciendo a gran parte del país, tal como estaba previsto para dar inicio a la jornada de protesta nacional del 2 de julio de 1986, el año decisivo. Siguieron conversando en la penumbra, alumbrados por una vela, como ya se había hecho costumbre en el país en tiempos de movilizaciones.

Antes de irse a acostar, Rodrigo le pidió a la dueña de casa despertarlo temprano al día siguiente, ya que ella estaría en pie a las cinco y media de la madrugada para hacer pan. La señora Nila lo despertó a las seis y media y le ofreció desayuno de té con pan amasado. No quiso comer nada, argumentando que tomaría desayuno a la vuelta de tomar fotos. Le encargó su bolso, que quería dejar en casa porque temía que le robaran si andaba en la calle con todas sus pertenencias. En él dejó guardado su pasaporte, renovado tres meses antes en Washington, su nuevo carnet de identidad y dos de las cámaras que traía, porque esa mañana saldría solo con una, la más pequeña.

Rodrigo le agradeció la atención a la señora Nila, se puso la parka azul, metió la cámara con correa de cuero en un bolsillo interior de la chaqueta, y partió caminando las ocho cuadras que lo separaban de la iglesia de La Palma. La ciudad amaneció gris y helada.

Publicidad
Contenido relacionado

Paleomillenial: Margo Glantz, la autora mexicana tuitera a los 91 años

CRÍTICA| Catherina Campillay: La confusión de un cuerpo en «Presunta desgracia»

Publicidad