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“La culpa es del modelo”: Apuntes para clarificar un lugar común

Por: Patricio Segura | Publicado: 02.02.2016
“La culpa es del modelo”: Apuntes para clarificar un lugar común extractivismo-2 |
En lugar común se ha convertido, desde hace un tiempo ya, responsabilizar al “modelo” de los grandes males de la sociedad. De la chilena, particularmente. Lo cierto es que es necesario precisar de qué hablamos cuando apuntamos al modelo.

En lugar común se ha convertido, desde hace un tiempo ya, responsabilizar al “modelo” de los grandes males de la sociedad. De la chilena, particularmente.

Si la élite empresarial actúa solo en función del lucro, es culpa del modelo. Si las personas actúan esencialmente pensando en su beneficio individual, es el modelo el responsable. Si la despreocupación por la política cunde y el hacer colectivo no es tema, en el modelo se deben buscar las respuestas.

Lo cierto es que es necesario precisar de qué hablamos cuando apuntamos al modelo. Particularmente en nuestro país, donde se cruzan dos sistemas que, en su combinación, han generado los niveles de inequidad y degradación ambiental que nos tienen campeando entre los países de la OECD con mayor desigualdad.

Durante gran parte del siglo pasado el mundo occidental se dividió ideológicamente en dos modelos políticos, sociales y económicos de divergente cuño.

El capitalista, liderado por Estados Unidos. En este la iniciativa individual era el puntal, estando los principales medios de producción y transacción en manos de privados. El interés público y colectivo se definía, de esta forma, esencialmente en función del mercado y la acción empresarial.

El otro, el socialista impulsado desde la Unión Soviética. En este el Estado plenipotenciario decidía gran parte de la vida social y productiva de la población, mediante el control de los medios de producción. Aunque se restringía la iniciativa individual fuera de los marcos preestablecidos, se propendía que a través de la estructura institucional el bien colectivo, el de cada uno de los ciudadanos, estuviera cautelado.

Entremedio, las socialdemocracias europeas con una mixtura de ambos aunque más ladeadas para la óptica capitalista.

Es así que durante décadas se estuvo discutiendo sobre el modelo económico como el gran paradigma para ordenar la sociedad. Y en ese intertanto se fue profundizando lo que ya venía avanzando desde cientos de años, revolución industrial mediante, como sistema mayor en nuestra acción como especie.

Ese es el modelo de desarrollo. La forma en que la sociedad se relaciona con la naturaleza en busca el bienestar de sus integrantes.

En la generalidad (más allá de las acciones individuales, comunitarias o de ciertos movimientos específicos), Estados Unidos y la Unión Soviética compartían el mismo modelo de desarrollo tecno industrial.

Mega obras en pos de intervención ecosistémica faraónica y transformación del territorio a través de la artificialización de los espacios naturales. Todo sustentado en el paradigma del consumo energético a gran escala, que es en la práctica una carrera desbocada por gastarnos los ahorros de carbono que durante millones de años el planeta depositó en su interior (gas, petróleo, combustibles fósiles en general), situación agravada por el conocimiento actual sobre la catástrofe ambiental y social global que significa el cambio climático.

Si agregamos el sacrificio socioambiental de territorios y comunidades para el “progreso” definido por el mercado o el Estado –en términos ecológicos lo mismo da- el panorama no difiere mucho entre una y otra opción económica. El extractivismo como leit motiv, bajo la posible premisa “agotar, agotar, que el mundo se va a acabar”, con la circularidad (e insensatez) que la propia frase encierra.

Está claro que el modelo capitalista in extremis (neoliberal, en el caso chileno), como ocurre con cualquier estructura general, incide en la forma en que vemos la realidad. Una institucionalidad que fomenta el individualismo (en oposición al hacer colectivo y solidario), la mercantilización a todo evento (en contraste con bienes comunes y servicios sociales más allá de su posible monetarización) y la acumulación (que permiten medios de transacción como el dinero), no ayuda en nada a un sentido social y ambiental más responsable.

Sin embargo, para muchos, esa no es hoy por hoy la única opción movilizadora. La de cambiar el modelo económico. Es importante, por cierto, pero la del sistema de desarrollo es fundamental.  Partiendo por definir qué entendemos por este y cómo el respeto por las decisiones de las comunidades locales (democracia avanzada), buscar la armonía con la naturaleza pensando en las generaciones humanas de hoy y las que vendrán (sustentabilidad ambiental real) y avanzar hacia una ética para la vida (un egocentrismo orientador) de todos los seres y especies.

Porque si cambiamos el económico sin mutar un ápice el cual nos guía en nuestra relación entre seres humanos y con la naturaleza, seguiremos avanzando por la peligrosa senda que hoy transitamos como humanidad.

Patricio Segura